El pasado jueves, Ramón González Férriz se preguntaba en El Confidencial si había llegado ya “el final de los progres”. Aludía a un conjunto de ideas que, importadas desde las universidades estadounidenses, ha tenido bastante impacto en el comportamiento de los distintos bloques ideológicos, marcando sus discursos, debates y políticas. Es, en definitiva, la famosa guerra cultural que bebe en gran parte de las teorías de la interseccionalidad. Estas teorías plantean que ser privilegiado no es un concepto unívoco, sino que se puede ser oprimido en unos ejes y opresor en otros. Así, una mujer blanca puede ser privilegiada por ser blanca pero oprimida por ser mujer. Cuando entran en juego todos los ejes la cosa se vuelve muy complicada hasta el punto de no saber uno si ha de sentirse arrepentido, indignado, o si todo a la vez y en qué medida cada cosa.
Los partidarios de estas teorías utilizan frecuentemente la expresión “revisa tus privilegios” como manera de cuestionar la validez de argumentos contrarios. La frase funciona como comodín ganador que puede poner el punto final a cualquier desacuerdo.
González Férriz concluía que cree que la radicalidad que hemos conocido va a regresar a sus “tradicionales espacios de deliberación más minoritarios” y aducía varias razones para justificar esa suposición. Una de ellas es que las causas que defienden han acumulado ya suficientes victorias. Otra es biológica: esa generación radical ha llegado a una edad en la que busca formar estructuras más o menos estables y, si le han ido bien las cosas, se ha convertido en aquello que quería destruir. Veo en esta última la plasmación de la idea de Potter y Heath: el capitalismo vence porque convierte en mercancía a cuantos adversarios intentan destruirlo.
Generan constantes contradicciones lo que les obliga a elaborar nuevos argumentos cada vez más rocambolescos para conseguir la cuadratura del círculo
Coincido con los argumentos expuestos por González Férriz pero creo que falta alguno más. En primer lugar, no estoy segura de que el fin esté cerca de producirse y la razón que echo en falta es la que justifica mi escepticismo. Esas teorías, al menos tal y como se están trasladando al ámbito de la vida real, carecen de toda coherencia. Generan constantes contradicciones lo que les obliga a elaborar nuevos argumentos cada vez más rocambolescos para conseguir la cuadratura del círculo. Mientras, la realidad material permanece inalterable y contempla el paso del posmodernismo sin apenas inmutarse. Lo que sospecho es que el momento en que estos movimientos detendrán su andadura será aquel en que tenga lugar la sustitución de las élites y aquellos que hoy quieren destruir el sistema pasen a dirigirlo.
Al final parece ser cierto que todas estas teorías, que dicen ser producto de la “ciencia”, transmiten una misma cosa: todo es el poder y solo el poder es suficiente.
Conservar el prestigio
Hoy he tenido noticia de una nueva idea que promete revolucionar nuestro ya colorido debate público. La teoría en cuestión explora la posibilidad de la existencia de un populismo de centro. De ser real, pondría punto final al incómodo vacío existente entre los populistas de derechas e izquierdas. Resulta muy seductor encontrar ese populismo de centro, ya que eliminaría el obstáculo con el que se topan aquellos que pretenden beneficiarse de los réditos del comportamiento populista y conservar su prestigio intacto al mismo tiempo. En caso de demostrarse su existencia propongo llamarlo “populismo platónico”: si los sólidos platónicos tienen, entre otras, la virtud de llenar el espacio físico, el populista de centro lograría lo mismo en el espacio político.
Por ahora no veo demasiadas fortalezas en su caracterización. Parece que entre los rasgos definitorios del populista platónico están el gusto por el mérito y los servidores públicos que llegan mediante el esfuerzo y la desconfianza por los partidos políticos, los cargos “a dedo” y los currículos flacos. Así expuesto parece una teoría bastante endeble, pero no se fíe, piedras más redondas se han cuadrado. Y es que aunque los populismos de derechas e izquierdas pueden hacer mucho daño, es necesario un populista platónico para poder destruir los valores liberales. Si no existiera siempre podríamos inventarlo. Todo merecerá la pena si podemos dar por zanjados los desacuerdos diciendo: ¡revisa tu populismo!
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