Los análisis que hablaban de la moción de censura como un “win-win” de Pedro Sánchez han pecado de lo de siempre: escenarios estáticos, con actores de cartón piedra sin ambición, exigencias ni dobles juegos. Si salía la moción, decían, ganaba el Gobierno; si la perdía, el líder sin sillón culparía a otros de que siguiera Rajoy. El vaticinio era aún mejor: si llegaba a La Moncloa, sentenciaban en plan voluntarioso, estaría en disposición de hacer políticas sociales que encandilarían a los votantes. Pensaban que, pasara lo que pasara, era un “éxito”.
La evaluación táctica de la moción de censura, su asesoramiento, ha sido una catástrofe. El gobierno no hizo más que apurar el plazo de presentación al jueves para dar a la moción justo el sesgo que le conviene: el carácter de irresponsable y atropellada. ¿A quién se le ocurre jugar con Rajoy en su gran punto fuerte: el manejo de los tiempos? Es de primer curso de teoría de juegos. La clave del éxito en una maniobra política como ésta, marcada por la necesidad de generar visibilidad del candidato, está en controlar el timing.
El motivo es que el político postulado, Sánchez en este caso, debe dar la sensación de firmeza, seguridad, convicción y confianza, no de improvisación y dudas. En la situación española, además, no debe parecer un oportunista capaz de lo que sea. Un escenario de fortaleza en una moción de censura comienza por crear un ambiente favorable en la opinión pública, con tiempo para protagonizar las noticias y generar expectación positiva, celebrando encuentros con otros líderes, dando entrevistas a periodistas relevantes, y no por sorpresa, como si fuera el resultado de una ocurrencia.
La evaluación táctica de la moción de censura, su asesoramiento, ha sido una catástrofe. El Gobierno estrechó el plazo para dar a la moción justo el sesgo que le conviene: el de irresponsable y atropellada
Ese ambiente no se ha generado, sino todo lo contrario. El electorado rechaza la alianza con los independentistas, como no podía ser de otra manera, como hizo con el PSC en Cataluña cuando Iceta en diciembre pasado se mostró favorable a pactar con los golpistas. Tampoco Sánchez ha sabido capitalizar la censura en los medios, quizá por su imagen de político incoherente e inconsistente, sino al revés: ha sido una decepción para aquellos que aún confiaban en la remontada de un partido que ventea la muerte desde hace años.
Podemos, además, ha demostrado que ha aprendido la lección de cuando exigió carteras en 2016 y del fiasco de su moción de censura en 2017. Ha pedido entrar en el gobierno para fortalecer al Ejecutivo entrante -que es otra perspectiva en apariencia más modesta- y ha anunciado que, de no salir la moción de Sánchez, presentará una que satisfaga los deseos de todos los grupos, incluido Cs, solo para adelantar las elecciones. Eso ha hecho que recobre la iniciativa y que diluya el protagonismo de Sánchez en la maniobra de echar al PP.
Los nacionalistas se han crecido con la moción. El socialista los ha vuelto a convertir en el eje de la política española, de cuyo voto, o capricho, depende el devenir del país. Así, les permite pedir lo que quieran al ansioso y atrapado Sánchez, y el electorado, el Comité Federal del PSOE y el resto de grupos parlamentarios, lo saben. El chantaje puede continuar.
El perjuicio para el PSOE es considerable, porque todos los males políticos y económicos que genera un shock como la presentación de una moción de censura están corriendo a cuenta de su candidato. Es decir; que se están atribuyendo a Sánchez el fomento de la inestabilidad, la deslealtad, la pérdida de confianza en las instituciones, y la debilidad del orden constitucional frente al golpismo, además de la caída de la Bolsa y de la prima de riesgo.
El electorado rechaza la alianza con los independentistas, como ya hizo con el PSC en Cataluña cuando Iceta, en diciembre pasado, se mostró favorable a pactar con los golpistas
En suma, aparece el jefe socialista como un político aún en formación, bisoño, manejable, impulsivo, sin sentido de Estado. En fin, que no se podía hacer más daño a un PSOE que parecía haber entrado en la senda de los partidos socialistas europeos serios, de esos que apoyan a su Gobierno cuando el país está en riesgo.
El PSOE de Sánchez ha perdido la oportunidad que animaba una moción de censura; esto es, demostrar que es el partido de la alternativa al PP, con un programa consistente y diferente al del gobierno popular. No hay nada más torpe que contribuir a la inestabilidad en tiempos donde el electorado clama por la vuelta de la normalidad y el alejamiento de los aventureros.
En una democracia que se respete, y así debería entenderlo Sánchez e imitadores, la moción de censura constructiva se consulta antes con el propio partido y con los grupos parlamentarios cuyo apoyo se necesita. Solo así se elabora un programa alternativo de gobierno, con la consulta y parecer de la mayoría, porque de esa manera funciona una democracia parlamentaria.
Luego, el candidato con ese programa consensuado se presenta al Parlamento. La votación se hace entonces sobre algo firme y conocido por los ciudadanos: un gobierno censurable y una alternativa que se puede leer y examinar. De esta manera, la sociedad y los mercados lo toman con más sosiego. Hacerlo de otra manera es una auténtica chapuza que genera inestabilidad y descrédito institucional.