Se atisban sólidos indicios de cambio de ciclo político e ideológico. Algunos pueden parecer anecdóticos, pero son tan reveladores como el fin de Sálvame, estrella de la tóxica telebasura adoctrinadora del sanchismo. Estas cosas dicen más de lo que parece sobre cambios profundos de la opinión pública que tardan en emerger a la superficie.
El vuelco político en Chile es otro indicio del cambio, este global. La mayoría de los medios de comunicación españoles apenas han hecho caso de la noticia, quizás por considerar a Chile un país remoto del que poco o nada hay que informar, salvo en la sección de sucesos. Pero en realidad entre Chile y España hay paralelismos de lo más interesante. Allí han solido pasar cosas bastante parecidas a las que nos pasan aquí antes o después. Por ejemplo, los respectivos Frentes Populares se hicieron con el poder, aquí en 1936 y allí en 1938.
Chile y España, dos izquierdas paralelas
Comencemos con la fobia de la izquierda chilena a la figura y legado del general Pinochet, verdadero demonio familiar por el sangriento golpe de Estado contra el presidente Allende en 1973. Pinochet es el Franco de la izquierda chilena, eso lo sabe todo el mundo (también que ambos generales se admiraban). Lo que no se recuerda tanto es que el experimento de Allende y su gobierno de la Unidad Popular de la izquierda fue el primer intento de tomar el poder por la vía institucional, en vez de la revolucionaria, con un programa netamente anticapitalista y socialista, es decir, de cambio de sistema y no solo de gobierno.
Chávez fracasó en el intento de golpe de Estado militar tradicional de 1992 pero, elegido en 1998, triunfó como presidente de la desgraciada república. ¿Su modelo? el de Allende corregido
Allende, además de por su trágico final, siguió siendo ejemplo e inspiración de programas similares de toma del poder desde las instituciones, del efímero eurocomunismo de Carrillo y Berlinguer al triunfo del chavismo en Venezuela. Chávez, recordemos, fracasó en el intento de golpe de Estado militar tradicional de 1992 pero, elegido en 1998, triunfó como presidente de la desgraciada república. ¿Su modelo? el de Allende corregido para no repetir el fracaso, y consistió en eternizarse en el poder colonizando todas las instituciones y desplazando a la oposición a la irrelevancia (¿nos suena?) o al exilio, sin necesidad de ilegalizarla formalmente y manteniendo elecciones fraudulentas.
Veamos otro paralelismo: tras la restauración democrática, la extrema izquierda chilena, como la española, se refundó asimilando el fracaso del comunismo tradicional tras el colapso de la URSS y el giro de China al capitalismo. Como la española, la chilena también negaba toda legitimidad a la Constitución de 1980, reformada mediante un pacto por el presidente Ricardo Lagos en 2005. De ahí la importancia simbólica y práctica de una nueva Constitución que arrumbara la transición pactada con los pinochetistas a partir de 1988. Allí se trataba de revertir el golpe de Pinochet, aquí de la derrota de 1939.
Bien, la refundación izquierdista chilena consistió en algo exactamente igual a lo que intentó, fracasando, el Podemos de los allendistas y chavistas españoles: integrar a todos los colectivos con algún potencial antisistema, o aliarse con ellos, es decir… de sumar. En Chile incluyeron a los indigenistas que exigen la autodeterminación como naciones originarias, populistas varios y a toda clase de iluminados y mesías alternativos, como en España a los okupas, animalistas y separatistas. Sin duda así se desvirtúa la claridad ideológica antaño crucial para las distintas sectas comunistas, pero es el camino trazado por Gramsci para cambiar el sistema desde dentro: ganar la batalla de la hegemonía cultural, es decir, popularizar las doctrinas iliberales en la educación pública, los grandes medios y el mundo de la cultura (transparente obviedad que la torpe derecha seudo liberal nunca ha entendido, regalándoles lo que necesitaban).
La derrota cultural de la izquierda woke
Pero convertirse en un carnaval ambulante de alucinados y oportunistas tiene elevados riesgos en sociedades con resistencia pasiva a las alucinaciones ideológicas: el silencio puede llevar al error de confundirlo con acuerdo. La mezcla de retórica comunista, sexualidad queer, perspectiva de género y cancelación woke tiene virtudes implosivas. En España les ha estallado en la cara con la Ley Montero o del 'Sí es Sí', pero en Chile les arrastró al fracaso del gran proyecto de cambio de régimen por la vía institucional: la Constitución de la nueva era que cancelaría la de Pinochet.
El proyecto de nueva Constitución chilena fue elaborado por una asamblea constituyente con fuerte hegemonía de la izquierda antisistema, pero también de sus socios más trastornados. En la asamblea, los constituyentes, algunos disfrazados de bichos (como la Colau, ¿recuerdan?), tocaban la guitarra, hacían el payaso, insultaban al sentido común y aprobaban un Estado plurinacional y los derechos de la Pachamama. Era tal disparate que, tras un aviso previo en la ajustada victoria de Boric, la sociedad chilena la rechazó por abrumadora mayoría en el referéndum de 2022. El flamante presidente Boric (un tipo mucho más soportable que Petro o Pablo Iglesias, pero de su misma familia ideológica) ha quedado en lamentable minoría y tan frustrado como Allende, pero afortunadamente sin violencia (un gran avance).
Finalmente, en las recientes elecciones, la izquierda antisistema ha sido arrollada por la oposición más demonizada. Seguramente ha ganado, como analizaba John Müller, más por los errores gubernamentales que por méritos propios, pues si el partido republicano de Kast tampoco está libre de sesgos muy reaccionarios y “antiglobalistas”, nadie los ha sufrido aún al no haber gobernado. El mensaje de fondo parece claro: lo que ha sufrido la izquierda chilena es una derrota cultural en toda regla, precisamente la batalla que creían tener ganada. Pero como a un boxeador sonado -como a Irene Montero, Jone Belarra y les suyes-, siguen sin entender qué les ha tumbado.
El chileno es un bandazo que, con las diferencias de rigor, bien podría darse en España este año electoral. Y haríamos bien en sacar algunas conclusiones. Por ejemplo, que en la actualidad quien hace mejor la clase de oposición necesaria, la que sabe liberarse del marco mental de esa izquierda antisistema en vez de caer en sus trampas, y sin caer en simétricos y peligrosos mesianismos populistas, está en Madrid y se llama Isabel Díaz Ayuso. Debería cundir su ejemplo.
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