La vicepresidenta Yolanda Díaz no viajará a Santiago de Chile para consolar a sus camaradas por los resultados en las elecciones del domingo, como sí hizo para celebrar la victoria en las presidenciales hace año y medio. La derrota ha sido de órdago. Para los partidos gubernamentales, menos del 30% de los votos, para los de la oposición, el 60%. Castigo sin miramientos a una coalición que, formada por Partido Comunista, Partido Socialista y Frente Amplio es como una fotocopia de la que gobierna en España.
Los proyectos bolivarianos siguen fracasando en Iberoamérica. En Argentina, el populismo peronista están en las últimas, después llevar el país a la ruina; Bolivia vive un proceso económico autodestructivo, cepo incluido; a López Obrador ya no le quedan instituciones democráticas que destruir en México; Perú sufre las consecuencias de un golpe de Estado castrista apoyado por los gobiernos colombiano y mexicano; en Colombia, Petro en semanas ya se quitó la careta, rompiendo con sus socios liberales; Cuba, Nicaragua y Venezuela: dictadura y hambre.
Lula ensaya el rol de representante de China ante el Grupo de Puebla, que él fundó con Fidel Castro. Todos han demostrado ser expertos para organizar estallidos sociales -revoluciones de ayer- que les aúpen al poder, pero inútiles y tramposos como gobernantes. Los chilenos detectaron el engaño y han hablado alto y claro. Hoy es obvio que la violencia desatada en Colombia, Bolivia o Chile, no fue espontánea. ¿Por qué sí en Chile, con un 10% de pobreza, y no en Argentina, con más del 40%?
Si gana en las próximas elecciones, arderán las calles, como en París. "No es una amenaza, es una advertencia", se explicaba el líder de UGT
Esta izquierda no es exclusiva de Latinoamérica. El pasado 1 de Mayo, los secretarios de UGT y CCOO mostraron su simpatía por la técnica del estallido social como instrumento político. En una concentración con muchos ministros y pocos manifestantes -2.000, en Barcelona, según la policía local de Colau-, amenazaron, no al gobierno actual, sino al próximo, el de Núñez Feijóo. Este era el mesaje: si gana en las próximas elecciones, arderán las calles, como en París. “No es una amenaza, es una advertencia”, se explicaba el líder de UGT. Ninguna sorpresa. Ya visitaron en su día a los independentistas presos con el objetivo de pedirles el voto para la investidura de Sánchez.
Miran a Francia, donde el sanchismo se denomina Nupes (Nueva Unión Popular Ecológica y Social). El Frente Popular de toda la vida, con socialistas teledirigidos por comunistas. Como en Chile, aspiraban a convertir en votos el malestar, agitando la calle. El tiro les ha salido por la culata. La violencia la han puesto ellos, pero el rendimiento electoral se lo lleva Marine Le Pen, como muestran las encuestas. Le Monde lamenta que, si se consolida esta tendencia, “es toda la izquierda la que se verá hundida en el naufragio”.
Los análisis de parte interpretarán el resultado chileno con las mismas anteojeras que usaron para el 62% de rechazo al texto constitucional bolivariano hace siete meses. Entonces utilizaron el mantra “Constitución de Pinochet”. Falso, como se cansó de denunciar el expresidente socialista Ricardo Lagos. “Es la Constitución que lleva mi firma”, repitió una y otra vez. Ahora se dirá que ha ganado la extrema derecha. Frente a 11 del centroderecha, el Partido Republicano ha tenido un resultado espectacular con 22 de 51 consejeros. ¿Por qué? Por lo mismo que los Nunes logran que Le Pen crezca en Francia.
El gobierno de Boric ha logrado que la seguridad sea la primera preocupación ciudadana: narcotráfico, criminalidad disparada, carabineros desautorizados, indultos a delincuentes
En Chile, el gobierno de Boric ha logrado que la seguridad sea la primera preocupación ciudadana: narcotráfico, criminalidad disparada, carabineros desautorizados, indultos a delincuentes tratados como camaradas, nepotismo. Se empieza llamando fascistas a los policías y se logra credibilidad cero en la materia. ¿Extrema derecha? Entonces, se debe decir que los partidos de gobierno, todos, son la extrema izquierda. Como en España, el centroizquierda ha desaparecido.
El vuelco electoral en Chile apunta al cansancio provocado por quienes prometen cambios y producen desastres. Como sanchistas españoles y Nunes franceses, pertenecen a una izquierda apalancada en las políticas económicas basadas en la “trampa del dinero fácil”, como explica Nouriel Roubini. El economista advierte del riesgo que se asume con gobiernos que se endeudan alegremente y “recurren a subidas de impuestos que agravan la tensión en las actividades del sector privado”. En Chile, durante el 2022, el 45% del empleo creado fue público. Como con Sánchez, hasta que el motor reviente.
El ejemplo laborista
Los chilenos, después de comprobar cómo una alianza de comunistas y socialistas colocaban la República al borde del precipicio, reaccionaron. Se verá en diciembre, en el referéndum sobre la nueva Constitución, la capacidad de la nueva mayoría constituyente para sacar a Chile del atasco en el que le situó una izquierda bolivariana desbocada. Tienen más votos de los 30 necesarios para controlar el texto constitucional. Si no han entendido que los chilenos rechazarían de nuevo una Constitución de la mitad del país contra la otra mitad, recibirían la misma medicina que el actual gobierno. Esa izquierda fracasó en Chile.
Afortunadamente, hay otras izquierdas. En Reino Unido, el Partido Laborista liderado por Keir Starmer, que la semana pasada ganaba unas municipales, ha emprendido una “limpia” de residuos neocomunistas -incluida la expulsión del anterior líder Jeremy Corbyn- para recuperar la imprescindible centralidad. Que nadie espere algo parecido en el PSOE; están en el “giro a la izquierda” que les llevó directamente al Frente Popular, como en Chile.
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