“Para que África prospere, creo que debe adoptar lo que yo llamo las cuatro Es: Emprendedores, Educación, gobierno Electrónico e infraestructura Electrónica.” Jack Ma
La mitad de los más de dos billones de dólares que China ha invertido en el extranjero entre 2005 y 2019 se ha dado en los últimos cinco años. De ellos, casi el 60% corresponden a la iniciativa OBOR de la que venimos hablando en las últimas semanas. No sólo el sudeste asiático es objeto del deseo de China, como bien saben en Hispanoamérica. De los distintos foros interministeriales de China y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) han surgido, entre otras, el restablecimiento de relaciones diplomáticas de República Dominicana con China o un posible acuerdo de libre comercio con Uruguay y Colombia que sigan a los firmados con Perú, Chile y Costa Rica, todos ellos previos al OBOR. Todo el Mercosur está en su radar, y las inversiones financiadas por el China Development Bank y el Export-Import Bank of China (Chexim) alcanzan las 85 operaciones entre los años 2005 y 2017, por un total de 150.400 millones de dólares en las áreas de transporte, energía e infraestructuras.
Sólo Brasil ha recibido casi 50.000 millones de dólares en inversión directa china desde el año 2000, Perú aproximadamente la mitad, Chile cerca de 15.000 millones, por 13.000 Argentina y unos 8.000 millones México. Es cierto que, en los últimos años, los dos principales bancos públicos chinos, el Banco de Desarrollo de China (CBD) y el Banco de Importación y Exportación de China (China Exim), han reducido sus niveles de financiación a niveles inferiores a la media de la última década; por ejemplo, en 2019 la financiación conjunta ofrecida por ambos fue de sólo 1.100 millones de dólares, por los 2.100 millones de 2018.
Mano tendida al peronismo
Como también es cierto que el 45% de los fondos que estas instituciones han prestado desde 2007 en la región se han destinado a Venezuela y Ecuador, en una evidente política de préstamos por petróleo que ha permitido abastecer en buenas condiciones al gigante asiático. Si la etapa de Macri al frente del Gobierno argentino se caracterizó por un enfriamiento de las relaciones con China, impulsadas previamente por Cristina Fernández de Kirchner, el nuevo gobierno de Alberto Fernández, del que la anterior es vicepresidenta, ha visto el cielo abierto con la política de mano tendida que le ofrecen desde Asia. Las represas de Condor Cliff y La Barrancosa, en el río Santa Cruz de la provincia de mismo nombre, se proyectaron en los años 50, y en los últimos 13 años su avance ha sido muy lento debido a la controversia medioambiental que suscita un proyecto que, sobre el papel, aumentará la generación hidroeléctrica argentina en un 15%, pero que carece de los preceptivos estudios de impacto ambiental y de la consulta pública a las comunidades locales. Macri atendió a la paralización de las obras que dictaminaron los jueces reduciendo la capacidad del proyecto, algo que el nuevo Gobierno ha respetado, pero sin satisfacer las necesarias demandas medioambientales e indígenas. El proyecto está liderado por la constructora Gezhouba Group Corporation, participada en un 40% por el estado chino, y se considera de tal importancia estratégica que incluye una cláusula de condicionalidad por la que todo el resto de la inversión china en el país andino está sometida al buen fin de la obra.
La estrategia china en la región es tan evidente como la desarrollada en Hispanoamérica, y consiste en financiar el desarrollo de la región para ganar, a cambio, la influencia política que Occidente ha despreciado
África es otro de los polos de atracción de la inversión exterior china, y Etiopía uno de los países que más fondos ha recibido en los últimos años. Y si bien en 2019 Occidente tomó la decisión de dar un paso al frente, no quita que fuese el país asiático quien siguiese al frente de las inversiones directas, con un 60% del total. El FMI, por ejemplo, aprobó, por primera vez en una década, un préstamo de casi 3.000 millones de dólares, a los que se sumaron otros casi 6.000 millones de distintos países y organismos occidentales. Esa decisión tiene que ver tanto con la política económica impulsada por el primer ministro Abiy Ahmed como por el deseo de diluir, en parte, la influencia china en el país.
La estrategia china en la región es tan evidente como la desarrollada en Hispanoamérica, y consiste en financiar el desarrollo de la región para ganar, a cambio, la influencia política que Occidente ha despreciado. Así, China ha financiado el ferrocarril que une Mombasa con Nairobi, la mayor obra de infraestructura en Kenia desde su independencia, y que se presenta como el ejemplo de lo que unas buenas relaciones con China pueden lograr para los países de la región. Casi mil kilómetros de recorrido tiene el tren eléctrico que une la capital etíope, Addis Abeba, con el puerto de Yibuti, en el golfo de Adén, en el que China estableció su primera base naval fuera de sus fronteras, y desde donde la ruta marítima de la seda une Sudán hacia el norte, Kenia hacia el sur, con el puerto de Lamu, también construido por China en un proyecto global de más de 25.000 millones de dólares y dando empleo más de 30.000 trabajadores locales; desde allí, cruza el Índico hasta Hambantota, el puerto de Sri Lanka del que hablaba aquí y que supone el pilar del tráfico naval del sudeste asiático.
Garantías reales de los préstamos
China aumentó sus exportaciones de acero a Nigeria un 15% en 2018, y el incremento del 20% de las exportaciones mundiales de aluminio chino en 2019 estuvieron motivadas, en buena parte, por las compras que por más de 46.000 millones de dólares efectuaron países como Egipto, Ghana, Kenia, Nigeria o Sudáfrica. No deja de llamar la atención cómo China parece más interesada en las garantías reales de los préstamos que otorga en la región que en la recuperación de la deuda. Al caso del puerto de Hambantota se une la utilización del puerto de Mombasa como garantía para la construcción del ferrocarril Mombasa-Nairobi y que está sometido a investigación por el parlamento keniata.
De este modo, vamos viendo, tanto en esta entrega como en la anterior, que China está rodeando a Europa mediante un conjunto de inversiones en todas las regiones que, tradicionalmente, han formado parte de su zona de influencia. Sin embargo, y tal y como veremos en la próxima entrega, China no se ha limitado a sustituir a Europa como socio comercial en esas zonas. El objetivo de reemplazar a los EEUU como primera potencia mundial pasa por intervenir seriamente en nuestro continente, con inversiones que, si en 2008 fueron de sólo 840 millones de dólares, se elevaron en 2016 hasta los 42.000 millones, lo que, hasta la fecha, representa su máximo anual.
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