“(Convencer al Reino Unido para que adopte nuestros sistemas 5G) es como el éxito de la batalla de Stalingrado, que fue un punto de inflexión que reformó el panorama global.” Ren Zhengfei
Quizá la pata más interesante, a la vez que inquietante, de las tres en las que se apoya el nuevo imperialismo chino es la tecnológica, y en ningún caso puede separarse de las dos anteriores, como quedó claro en el discurso de Xi Jinping en la apertura del Foro Belt and Road para la Cooperación Internacional del 14 de mayo de 2017. La idea subyacente es sencilla: en el siglo XXI, no cabe una estrategia global sin dominio tecnológico. La Unión Soviética lo intentó, pero fracasó al no hacer partícipe a su pueblo de los desarrollos. China, tal y como vengo señalando en las distintas entregas de esta serie, no está dispuesta a cometer los errores de su antiguo, y ya extinto, aliado.
Existen dos elementos clave en la dominación tecnológica china: el 5G, en el que nos centraremos en esta entrega, y la computación cuántica, que dejamos para la siguiente. Como es de sobra conocido, el 5G es la evolución “natural” de la conexión a internet de los dispositivos móviles. En parte, tiene que ver con la forma en la que nos comunicamos con la red desde nuestros móviles inteligentes, pero, en realidad, la cuestión es mucho más profunda, pues el desarrollo del internet de las cosas está íntimamente ligado a ello.
Desde un avión a un coche, desde la nevera de casa a una central nuclear, todo tiende a estar conectado a la red de redes
Como señalo en Alquimia, si la población mundial ascendía a 6.300 millones de personas en 2003, el número de aparatos conectados a Internet era entonces de “sólo” 500 millones. En 2010 éramos 6.900 millones de habitantes, pero las “cosas” conectadas ascendían ya a 12.500 millones. En 2015 alcanzábamos los 7.300 millones de personas por 16.300 millones de aparatos enganchados, y la proyección para 2020 es que lleguemos a los 7.800 millones de personas con 26.300 millones de dispositivos conectados a Internet. Desde un avión a un coche, desde la nevera de casa a una central nuclear, todo tiende a estar conectado a la red de redes. Esa hiperconexión de toda la actividad (social, económica) requiere de mayor ancho de banda y de mayor velocidad.
Para hacernos una idea de lo que esto supone, el primer prototipo del vehículo lunar no podía superar los 300 metros por hora porque el tiempo que tardaba la señal en llegar a la luna (unos dos segundos y medio) hacía inviable su control a mayor velocidad. Ese tiempo de reacción entre la emisión de la señal y su recepción es lo que se denomina latencia. Con el 4G, ese tiempo ha avanzado hasta los 200 ms (milisegundos), que es aproximadamente lo mismo que tarda un ser humano bien entrenado en responder a un estímulo visual (calculado en un cuarto de segundo, ó 250 ms); con el 5G, la latencia cae hasta 1 ms. Esto significa que un coche autónomo provisto de esta tecnología reaccionará ante un obstáculo 250 veces más rápido que cualquiera de nosotros, permitiendo una experiencia de conducción infinitamente más segura. Las aplicaciones en actividades en las que el tiempo de reacción es un activo fundamental, como la cirugía a distancia o las finanzas, son obvias.
Efecto demoledor
¿Y cuál es entonces el problema? La cita que abre el artículo, atribuida a Ren Zhengfei, fundador en 1987 de Huawei, ex militar y destacado miembro del Partico Comunista Chino, permite evaluar, en parte, la importancia empresarial y estratégica de esta tecnología. Existen enormes dudas acerca de la seguridad que ofrecen los dispositivos 5G de los dos principales proveedores mundiales, Huawei y ZTE, ambos chinos. Cerca de cuatro de cada diez patentes relacionadas con el 5G están registradas por estas dos empresas. Como señalé hace tiempo, la famosa guerra comercial entre EEUU y China tenía más que ver con la supremacía tecnológica que con los aranceles comerciales. Podría parecer que Trump habría ido demasiado lejos en su defensa de los intereses nacionales al prohibir el uso de la tecnología de este proveedor, pero Google (cuya dirección no es precisamente seguidora de la línea del actual presidente de los EE. UU., pero que tampoco duda en acusar de espionaje al coloso de Shenzen) dejó a los móviles de Huawei sin su sistema operativo; y eso supone renunciar a actualizar o instalar Android en casi uno de cada cinco terminales que se venden en el mundo. El efecto sobre Huawei, al mismo tiempo, puede ser demoledor, pues la mitad de sus ingresos provienen de la línea de consumo. Los problemas de seguridad están detrás de la última decisión del gobierno británico, que finalmente ha optado por excluir a Huawei de su infraestructura 5G, en una decisión no exenta de dificultades y que puede retrasar varios años la puesta en marcha de la citada tecnología, con amenazas veladas de China.
Un paso inevitable
Parece que los gobiernos occidentales (algunos, cierto es, aunque no todos) empiezan a preocuparse por la posibilidad de que todas sus comunicaciones acaben en manos de China. En la actualidad, de los Five Eyes (EE. UU., Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido), sólo Canadá no ha excluido oficialmente a Huawei de sus programas 5G. La fuerza de los hechos, sin embargo, nos permite observar movimientos allí que permiten sospechar que Canadá no quiere que los cinco ojos se conviertan en cuatro; las tres principales firmas de telecomunicaciones del país, Bell, Telus y Rogers, han empezado a trabajar con las europeas Nokia y Ericsson, dejando caer a su, hasta ahora, proveedor chino.
Huawei rechaza todas las acusaciones, aludiendo a su forma jurídica como empresa privada, pero tampoco ha podido negar la ingente financiación que han recibido de su gobierno en los últimos años, que alcanzaría los 75.000 millones de dólares. La embajada francesa, en lo que algunos señalan como un paso inevitable para evitar una escalada en la tensión con su socio asiático, negó que el envío de 1.000 millones de mascarillas desde China estuviese relacionado con la necesaria compra de material de Huawei para el equipamiento de las redes 5G, como denunció un congresista norteamericano.
De nuevo, se alude a problemas de seguridad y de espionaje, algo que parece consustancial a todas las empresas tecnológicas chinas: así, TikTok y WeChat, entre otras apps, han sido prohibidas en la India
En España, a las presiones norteamericanas para evitar que la red de comunicaciones caiga en manos de Huawei, se suma la orden del Ministerio de Defensa del pasado noviembre prohibiendo el acceso a su red interna desde cualquier dispositivo de la marca china. De nuevo, se alude a problemas de seguridad y de espionaje, algo que parece consustancial a todas las empresas tecnológicas chinas: así, TikTok y WeChat, entre otras apps, han sido prohibidas en la India “por problemas de seguridad y soberanía”, y Wells Fargo ha exigido a sus empleados que borren la primera de sus teléfonos profesionales, en un movimiento que siguió el iniciado por Amazon, y del que se echó atrás horas después. Xiaomi, otro importante fabricante chino, también ha sido acusado de espiar a los usuarios de sus smartphones. Dos especialistas en seguridad han informado recientemente de graves vulnerabilidades en 27 dispositivos domésticos de comunicación por fibra óptica del fabricante C-Data.
Nadie duda de que los dispositivos tecnológicos conectados a la red son una puerta abierta al espionaje de la vida privada de las personas y de la política comercial de las empresas. Son conocidas las intrusiones en nuestra intimidad de varias de las GAFA (el genérico empleado para describir a todas las tech norteamericanas, por Google, Amazon, Facebook y Apple). Pero en la batalla tecnológica con las BAT (el equivalente chino que también las encierra a todas, por Baidu, Alibaba y Tencent), aún tenemos la oportunidad de escoger el bando.
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