Malos tiempos cuando hace falta un Villarejo para resucitar a un Pablo Iglesias tan desgastado y quebrado como su marca. Iglesias ya no vende. Lo dicen las cifras de las numerosas encuestas que nos bombardean estos días. Lo dicen también las audiencias de esa tourné televisiva que está protagonizando. La vueELta del líder confirma que la marca Podemos se quema por días, asociada a una serie de errores que se arrastran desde hace tiempo:
1. Incoherencia del discurso
El discurso sobre la casta era y es incompatible con la adquisición de su chalet en Galapagar. La casa penderá como espada de Damocles cada vez que quiera criticar a los “ricos o poderosos”. Un debate cerrado en falso que, pese a ser exonerado por votación de sus afiliados, está lejos de desaparecer de la agenda política, sigue vigente para los votantes que mandarán por un día el 28 de abril y perseguirá a la figura de Pablo Iglesias en campaña y fuera de ella.
Nada ayuda tampoco el polémico despido del equipo de Iñigo Errejón con los 20 días estrictos de indemnización legal, medida tan criticada por el propio Pablo Iglesias cuando la aplican las empresas. En política no tienes solo la necesidad sino la obligación de predicar con el ejemplo.
2. Incapacidad para solucionar sus problemas internos
A la pérdida de credibilidad personal hay que añadir la percepción, tan importante en política como la propia realidad, y la actual es que Podemos está en descomposición porque su líder es incapaz de poner orden en el partido. El desplante de ‘En Marea’ y ‘Compromís’, que no irán en coalición con Iglesias tiene una nítida explicación: a diferencia del 2016, hoy ‘Unidas Podemos’ no es caballo ganador.
Quejarse de no haber visto venir lo que pasaría con Errejón o llamar ‘casa grande en el campo’ a un chalet inaccesible para la mayoría de los votantes no es hacer autocrítica
De nada sirve lamentarse de la escisión de Íñigo Errejón; además Iglesias ya mostró su debilidad cuando atacó a Manuela Carmena en su reaparición. De lo que no hay duda es de que la política es un arte de gestión de las relaciones humanas. Los problemas de Iglesias con sus disidentes siguen siendo noticia y su constante exposición pública hace imposible que los trapos sucios se limpien en casa.
3. Aislamiento del líder y bunkerización del partido
Lejos de una gestión cabal de crisis, la reacción de Iglesias y su entorno, natural pero también desesperada, ha sido ponerse a la defensiva, lo que le aleja aún más del electorado e invita a los medios a estar muy pendientes de cómo se hunde el barco del que huyen Errejón o Bustinduy, que no se quieren quemar junto a la marca.
En una descomposición de un partido siempre se entra en bucle: se comienza a hablar de traiciones y a sospechar de todo el mundo; el líder se aísla y se estrecha el círculo de poder a su alrededor, bunkerizando el partido; pronto se establece el eje interno de los buenos y los malos. No hay margen para el pluralismo. No hay sito para gente como Carolina Bescansa o Luis Alegre.
Esta actitud de defensa genera morbo para los medios de comunicación, neutraliza cualquier propuesta positiva de Unidas Podemos y marca la agenda política del partido de forma negativa.
4. Falta de autocrítica
Quejarse de no haber visto venir lo que pasaría con Errejón o llamar “casa grande en el campo” a un chalet inaccesible para la mayoría de los votantes no es hacer autocrítica.
Señalar como culpable de tus problemas a la banca, los medios de comunicación o cualquier otro actor del entorno político (una estrategia copiada de la campaña de Trump y similar a lo que hace Vox), son ejemplos de debilidad y generan una agenda con mensajes negativos, que te dejan fuera del tablero, lejos de las soluciones que busca el electorado.
5. Percepción de marca desgastada
Según el último CIS de febrero, un escaso 7,5% quiere a Pablo Iglesias como presidente del Gobierno. Ni siquiera entre sus votantes saca un buen resultado y es el líder peor valorado entre los candidatos nacionales. En medios pierde tirón respecto a sus competidores: esta semana en El Hormiguero 3.0 la audiencia de Iglesias (12,5%) quedó por debajo de la de Rivera (16,7%).
Además, Podemos se hunde en los sondeos electorales. Lejos queda ahora el sorpasso y solo le resta criticar la credibilidad de las empresas demoscópicas.
Por otro lado, es una mala señal que cuando la agenda política se centra en fichajes estrellas, Iglesias apenas acopie actores relevantes y, por el contrario, la noticia sea la espantada de Izquierda Unida en la Comunidad de Madrid.
Si a una marca personal deteriorada le sumamos la de un partido en decadencia, nos encontramos ante un caballo perdedor del que el votante se fuga hacia otras formaciones de izquierdas.
Cuando el hiperliderazgo da signos de agotarse sólo quedan dos salidas: reinventar la marca o cambiar la estrategia. Lo malo es que ambas conllevan que el líder se haga a un lado, algo difícil de asumir para alguien como Iglesias, aunque en este caso, quizás la solución la tenga muy cerca.