Los enredos no funcionan. La táctica de tinta de calamar de tapar cada escándalo con otro mayor es destructiva, pero entre los escombros termina sepultado el gracioso que inventó (o amparó o bendijo) la trama del caos como manual de supervivencia. Los enredos de sustitución para tapar un desaguisado detrás de una enormidad acaban explotando en las manos de los listos aficionados a las cortinas de humo.
La “casualidad no menor” de cacarear, al alba de un 2 de mayo festivo, que el teléfono del presidente del Gobierno es tan víctima del Pegasus como debían haberlo sido los móviles de los independentistas -vigilados con autorización judicial por sus tejemanejes (ilegales) contra la integridad de la nación española- ha servido para retratar, embadurnados en su propia tinta, a los calamares que nos gobiernan.
La única conexión entre ambas historias es que en las dos se habría utilizado el software Pegasus. Equiparar una investigación de posibles ilegalidades, amparada por la ley y por los tribunales, con un presunto espionaje del teléfono del presidente del Gobierno a manos de quién sabe quién (aunque se sospecha), ni a cambio de qué (aunque se teme) muestra la catadura moral de nuestros expertos en enredos de sustitución para forzar alguna destitución.
Podría haber esgrimido su veteranía para explicar a su joven y ambicioso compañero de Gabinete que sumar el absurdo a una crisis que compromete al Estado no reduce la gravedad del problema
Quizá si la relación entre los ministros fuera algo más cordial, la titular de Defensa podría haber contado a su compañero de Presidencia un grotesco estrambote del que ella fue protagonista en la sombra en los años noventa. Podría haberle dicho: ‘¡Así, no, Félix, así no, que no te haces ni idea del ridículo que podemos llegar a hacer!’ Podría haber esgrimido su veteranía para explicar a su joven y ambicioso compañero de Gabinete que sumar el absurdo a una crisis que compromete al Estado no reduce la gravedad del problema, sino que volatiliza la escasa credibilidad del Gobierno para responder a cualquier cosa, por nimia que sea.
Verá usted, señor Bolaños. Hubo un tiempo en el que Margarita Robles, la hoy desautorizada ministra de Defensa, era una jovencísima, y muy resolutiva, secretaria de Estado de Interior del biministro Juan Alberto Belloch.
Si 20 años no es nada, 27 es nada-plus. Viajemos en la nave del tiempo al arranque de marzo de 1995. Aún quedaba todo un año de descomposición de un felipismo que pedía a gritos la alternancia, pero no pedía hacerlo con una ópera bufa:
-"Soy el capitán Kahn, su hombre esta en Laos"
La ministra Robles podría relatar mejor que nadie a quién se le ocurrió inventar la extravagante peripecia de un Luis Roldán capturado en Laos y entregado a unos muy relevantes agentes españoles en el aeropuerto internacional de Bangkok (Tailandia). “…apareció Roldán. Con gabardina y dos pesados maletines”. Ella, mejor que nadie, podría explicar de quién surgió la alambicada invención de la captura en Laos, país con el que España no tenía ni convenio de extradición, y a quien lo de contar que el vuelo desde Bangkok aterrizó en Roma, donde “Roldán y los cinco policías que le acompañaban descendieron del avión de la Thai y fueron conducidos bajo escolta policial a un avión Mystère que les esperaba en las pistas del aeropuerto de la capital italiana”. Y de ahí a Torrejón. Por cierto, para los más jóvenes, el Mystère era el Falcon de principios de los noventa.
Cuenta la hemeroteca que Margarita Robles estuvo al lado del ministro Belloch en la solemne rueda de prensa en la que él dio por bueno el alambicado relato laosiano mientras garantizaba que no había habido pacto alguno con el fugitivo Roldán para su entrega a la Justicia española. Tres días después, desde Vientián (capital de Laos), llegó el jarro de agua fría:
-"El capitán Kahn no existe".
Aparentemente, Belloch, Robles, su biministerio y el entonces ya terminal Gobierno de Felipe González no sufrieron más que muchas bromas a cuenta del esperpento del capitán Kahn y la creativa aventura laosiana de Roldán. O quizá (más bien) es que todo el daño ya estaba hecho. El daño que la sociedad española personificó en Luis Roldán y en el robo del dinero hasta de los huérfanos de la Guardia Civil como foto finish de un felipismo terminal. Ese ineluctable daño también está ahora ya hecho entero, con la “sustitución, no destitución”, de la muy destituida directora del CNI, Paz Esteban, a cuenta de los cuentos de Pegasus.
El CNI ha quedado destituido de su capacidad para cumplir con su principal mandato, que no es otro que el de velar por la integridad territorial de España, porque así lo determina el artículo 1 de la ley del CNI
Pierdan toda esperanza, no habrá paz en el CNI porque el Gobierno no ha sustituido a Paz Esteban por Esperanza Casteleiro; ha desnudado al CNI para exigirle que, de ninguna manera, se le vuelva a ocurrir investigar a los socios separatistas del Gobierno, hagan lo que hagan. El CNI ha quedado destituido de su capacidad para cumplir con su principal mandato, que no es otro que el de velar por la integridad territorial de España, porque así lo determina el artículo 1 de la ley del CNI:
“El Centro Nacional de Inteligencia es el Organismo público responsable de facilitar al Presidente del Gobierno y al Gobierno de la Nación las informaciones, análisis, estudios o propuestas que permitan prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la independencia o integridad territorial de España, los intereses nacionales y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones”.
Conexiones con el Kremlim
La inopinada rueda de prensa del ministro Félix Bolaños, en festivo y muy poco antes de acudir a la celebración madrileña del 2 de mayo, haría las veces de la que protagonizó Belloch al inicio de 1995. En ambas se trataba de lanzar (como mínimo) una fastuosa bomba de humo con la que encubrir el asunto principal que dañaba/daña al Gobierno. Donde hace 27 años se movían Roldán, sus desfalcos y sus huidas pongan hoy a los separatistas que sostienen al Gobierno, sus sistemáticas amenazas y sus deletéreas aventuras… incluidas sus inquietantes conexiones con el Kremlin.
Hay una dramática diferencia entre el enredo del ‘capitán Khan’ y la destitución, que no sustitución, del CNI. Lo de Laos era una astracanada que invitaba a chistes y chirigotas sobre un grave problema de corrupción. El estrambote del espionaje interior y exterior que exhibe Pedro Sánchez es un escalón adicional de la voladura institucional en la que se afana el Gobierno de España. Y el asunto no tiene ninguna gracia porque el CNI no es un escalón menor.
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