Opinión

El circo de Greta, el piolet de Errejón y el señor de las moscas

La activista y el español politizan lo ecológico; su aspecto aniñado les concede a priori la simpatía mediática de una sociedad infantilizada y, por alguna razón, nadie sabe exactamente quién está detrás de ellos

Si Greta Thunberg ha convertido las trenzas en marca personal de su lucha contra el cambio climático, Iñigo Errejón prefiere el afeitado a lo San Ildefonso para la campaña electoral, porque a él, eso sí,  las coletas no le gustan ni un pelo.  Puede que eso sea lo único que no comparten la activista sueca y el político español, porque de resto sobran las coincidencias: ambos hacen política con el medio ambiente; su aspecto aniñado les concede a priori la simpatía mediática de una sociedad infantilizada y, por alguna razón, nadie sabe exactamente quién está detrás de ellos.

Tras su intervención en la asamblea de las Naciones Unidas celebrada en Nueva York esta semana, a Greta se le acumulan los detractores. La joven, de 16 años, tiró de su repertorio: un discurso simple y sobreactuado, perfecto para el patio de un colegio o para una kermese  de la Hitlerjugend, pero no para uno de los foros multilaterales más importantes del mundo. Hay indicios de que su apostolado de trazo grueso, más moralista que científico y por tanto más propagandístico que ecológico, beneficia a alguien más.

De la misma forma en que Greta transformó una evidencia científica en un elemento emocional, Errejón convirtió un sentimiento en un partido

Si Greta es la cara no de una ecologización de la política sino de la politización de la ecología, Errejón no está muy lejos de jugar la misma carta. Tras apuntarse un Catilina en su conspiración de la Magdalena con la ex alcaldesa de Madrid, el antiguo número dos de Podemos quiso asestarle un espadazo más a Pablo Iglesias al culparlo de arruinar las negociaciones con el PSOE y lanzarse con una formación política, Más País, cuyos votos, además de arañar escaños a Podemos, le vendrían como anillo al dedo a Pedro Sánchez. 

De la misma forma en que Greta Thunberg  transformó una evidencia científica en un elemento emocional, Íñigo Errejón convirtió un sentimiento (el rechazo al hiperliderazgo de Iglesias) en un partido político, y lo hizo con unas herramientas parecidas, un catecismo progresista y machacón. Si a la activista sueca se le puede reprochar su truculencia de parvulario, no vendría mal afearle a Errejón su ecologismo urbanita, su templanza de plató y, cómo no, su argumentario de facultad universitaria.

El caudillismo le puede a esta gente. Debe ser el síndrome del asalto al Palacio de Invierno, porque todos acaban zaristas

Para haber reprochado a Iglesias sus prácticas poco democráticas dentro de Podemos, Errejón tiene un ramalazo Galapagar. Su candidatura presidencial ocurrió casi por aclamación, porque, aunque lleve apenas constituida ocho meses, la formación Más Madrid algo tendría que decir al respecto… ¿no? El caudillismo le puede a esta gente. Debe ser el síndrome del asalto al Palacio de Invierno, porque al final acaban todos zaristas. De momento, habrá que preguntarse a Errejón si Mas País cambiará el signo de exclamación por un piolet.

El 'niño moderado' de Podemos, el mismo que agitó el sonajero bolivariano y merendó magdalenas con la abuela Carmena, tiene muchas pero muchas cosas en común con Greta Thunberg. Algo en su concepción del bien colectivo  tiene más de cuento chino que de hadas. En ellos el aire aniñado despierta más el miedo que la empatía, acaso porque recuerdan al Ralph y al Jack de El señor de las moscas, aquella utopía insular protagonizada por un grupo de niños náufragos, una novela con la que el premio Nobel William Golding estudió esa oscura e innata oscuridad que rodea las relaciones políticas.

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