Previsiblemente hoy sabremos la fecha de la sesión de investidura pactada entre Pedro Sánchez y Meritxell Batet tras más de dos meses desde la celebración de las elecciones y casi un mes desde la ronda de contactos y encargo del Jefe del Estado. Todas las cuentas que se valoran para celebrar la sesión de investidura llevan aparejada una segunda derivada, la posible repetición de elecciones. El elefante rosa de la repetición electoral -parafraseando el libro de Lakoff-, ya campa a sus anchas en todas las crónicas políticas, siendo una posibilidad real que amenaza a los partidos que resulten responsables de la misma. ¿Cuándo la repetición electoral se volvió una herramienta de estrategia electoral siendo éste un mecanismo extraordinario pensado para evitar el bloqueo?
La llegada del multipartidismo a España fue asumido por la mayoría de los votantes como un soplo de aire fresco que venía a regenerar la vida política. PP y PSOE dejaban en el pasado la alternancia tranquila de saberse el próximo partido de gobierno una vez su oponente experimentara el desgaste y castigo de los electores. Y viceversa. Los números asegurarían porcentajes suficientes que, en todo caso y llegado el momento, podrían respaldar con partidos periféricos que, a pesar de su naturaleza nacionalista, siempre estaban dispuestos a ejercer de muletas a cambio de políticas territoriales. El 2015 lo cambió todo, los partidos políticos mayoritarios a duras penas alcanzaban el 50% de la totalidad del electorado, y la suma con más de un partido se hacía imprescindible. Además, la línea roja que separaba PP y PSOE se multiplicaba con diagonales de vetos que hacían imposibles gobiernos que las sumas y los acuerdos políticos permitían. Así fue como fracasó un gobierno del PSOE, UP y Cs, con vetos que condenaron a España a una repetición electoral.
La repetición desvía hacia los ciudadanos la responsabilidad de los políticos, que nos reprochan que hayamos votado mal, invitándonos a cambiar de opinión para salir del atolladero
Los comicios bis de 2016 se vivieron desde la excepcionalidad de los acontecimientos que hacen historia. Primeramente, con inseguridad y desconcierto; después con normalidad y desasosiego. Los electores volvíamos a las urnas tras seis meses y con algunos matices dijimos lo mismo, a ver si los políticos piensan que uno cambia de opinión en dos estaciones. Votamos en invierno, votamos en verano y las conclusiones fueron las mismas. Ganó el PP, sin mayoría suficiente como para formar gobierno; el PSOE volvió a aguantar el envite de Podemos manteniendo la jefatura de la oposición y los nuevos partidos, morados y naranjas, casi repitieron sus respectivos porcentajes del 21% y 13% respectivamente. Las urnas hablaron otra vez, pero no para solventarles los vetos e incapacidad de acuerdo a los partidos, sino para reafirmarse en sus creencias, en un acto que reforzaba la voluntad colectiva que pedía a los políticos el rápido aprendizaje de convivir con una nueva realidad política.
Volvemos al verano de 2019, y es imposible no revivir los seis meses de prorroga política que vivimos hace tres años. La repetición electoral sobrevuela todas las crónicas, amenazante, como un instrumento que se ha convertido en un elemento más de presión y estrategia política, tan normalizado como una enmienda a unos presupuestos o una sesión de control. Sin embargo, nada tiene que ver; los partidos utilizan los mecanismos políticos que les ofrecen las instituciones para negociar, presionar, atacar o reprobar al gobierno, en lo que se supone su quehacer diario. Sin embargo, en una democracia la repetición electoral envía un mensaje nefasto a los ciudadanos. En primer lugar, sitúa el locus de control en el universo electoral, salvando de responsabilidad a los dirigentes políticos. En segundo lugar, nos reprocha que hayamos votado mal, invitándonos a cambiar el voto para salir del callejón. Y en tercer lugar, normaliza un mecanismo extraordinario que paraliza las instituciones sin que el ciudadano pueda hacer nada más que esperar a que sus señorías vuelvan a decirnos cómo votar bien.
Ya saben ustedes, que quien se perciba como el culpable de la repetición electoral será penalizado electoralmente... o al menos esto es lo que nos cuentan los estrategas. Así pues, los relatos de los partidos parecen más orientados a culpabilizar al resto de la repetición que a construir mayorías de gobierno. Pero contamos con un precedente, y en la pasada repetición electoral nadie se hundió y, por supuesto, tampoco nadie tuvo el apoyo necesario como para no necesitar de otros para gobernar. Es cierto, hubo partidos con 5 puntos más, como el PP, mientras que el resto subieron o bajaron algunas décimas. Vamos, ningún terremoto electoral. Sin embargo, la participación bajó más de 3 puntos y más de un millón doscientos mil electores se quedaron en casa. Seguramente, y eso es una suposición, pensaron que votar no servía para nada si después de todo tenían que volver a hacerlo en seis meses. Y es que frivolizar con la democracia siempre tiene sus costes.
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