Lo primero que tienen que hacer los militantes de Ciudadanos para salir del hoyo es despojarse de todas esas ridículas pulseritas, cintas e insignias con que suelen ir pertrechados, y que constituyen la más ostentosa metáfora del ensimismamiento que aqueja al partido. Lo segundo es dejar de decir estupideces del tipo “Nos dejaremos la piel”, “¡Vamos, equipo!” o “Somos más necesarios que nunca”… Lemas que más bien parecen descartes de Mr. Wonderful, y que se propagan con arreglo a un unanimismo que ha llegado a incluir amonestaciones verbales a quienes, en Twitter, no se han prodigado en el uso del repertorio que iba alumbrando la factoría De Páramo: “chiringuito”, “la banda de Sánchez”, “el plan Sánchez”… Que Ciudadanos sea una de las formaciones que menos contribuye a la conversación pública (tribunas de prensa, ensayos, etc.), es otro de los efectos calamitosos del reinado de Rivera, a quien muy probablemente veamos antes en Supervivientes que como analista político.
Lo siguiente es deshacerse de su plana mayor, corresponsables de un cataclismo que los incapacita para seguir al frente del proyecto. Visto lo visto en el Consejo General del sábado, en que habían de sentarse las bases del relanzamiento de Cs, resulta obvio que Villegas, Hervías, Cuadrado y Bofill no pretenden sino perpetuarse en la Ejecutiva o, cuando menos, tratar de convertir en residual al sector crítico.
Sí, Villegas ha anunciado que tira la toalla, pero hay un precedente que obliga a poner sus palabras en cuarentena. En junio de 2009, el ex secretario general de Ciudadanos, a la sazón secretario de Relaciones Institucionales y muñidor del fiasco Libertas, divulgó un comunicado en el que “como responsable del comité negociador con Libertas y de la coalición a nivel estratégico y programático”, asumía el “fracaso electoral” y presentaba su carta de dimisión "irrevocable" al presidente de C's, Albert Rivera.
Una reencarnación de Rivera
Sea como fuere, que los mismos individuos que han hundido el partido se postulen para reflotarlo bajo la presidencia de Arrimadas es una pésima noticia. Incluso tengo fundados reparos ante la posibilidad de que la actual portavoz en el Congreso lidere a partir de marzo el nuevo C’s, siendo ella misma, pese a sus innegables cualidades, una (re)encarnación de Rivera, al que ha secundado en todos y cada uno de sus errores. De ahí, en parte, que su autocrítica más convincente desde el 10N haya sido: “¡Ni que hubiéramos matado a Kennedy!”. Un epitafio, en efecto.