De vivir en la actualidad Don Miguel de Unamuno habría estado entre los intelectuales fundadores de Ciudadanos. También habría sido de los que, decepcionados, lo habría dejado por imposible. Don Miguel, que tan bien describió el sentimiento trágico de la vida, podría haber dicho a los dirigentes de Cs que el cielo de la fama no es muy grande y cuantos más entran en él, a menos tocan. El partido que contó entre sus inspiradores a personalidades de una enorme altura intelectual como Albert Boadella, Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Xavier Pericay, mi admirado Arcadi Espada y muchos otros que no cito por no extenderme, que ganó unas autonómicas en Cataluña batiendo limpiamente al separatismo tras el intento de golpe de estado y que a punto estuvo de gobernar España es ahora una pálida sombra de lo que fue y, peor, de lo que podría haber sido.
Hay cosas que es mucho mejor y más piadoso dejar extinguir a su propio ritmo. Ciudadanos comenzó su terrible agonía cuando Albert Rivera se fue a casa, previa derrota electoral. La extremaunción se la dio la partida de aquel magnífico Think Thank encabezado por mi hermano Girauta. Pero, cuidado, la puntilla se la dio Arrimadas con su manera de liderar. No era eso, Inés, no era eso. Ahora intentan resurgir, pero de la tumba se sale mal, máxime cuando el cadáver no es consciente de que la resurrección de la carne solo depende de Dios. ¿Y qué nos dice usted de don Edmundo Bal? Pues que ha empezado un juego de esgrima de salón con Arrimadas cuyo resultado es irrelevante. Si pierde, Inés será la líder de un partido extraparlamentario; si gana, será lo mismo solo que con don Edmundo al frente.
Eso es lo triste. España precisa como el pan que come de un partido como el antiguo Ciudadanos, liberal, reformista, valiente
Tampoco es que sea de ayuda para conseguir ese mínimo de oxígeno preciso para que el cerebro siga regado por la sangre decir que Arrimadas es más de derechas o que Bal es más de izquierdas. El debate no va de esto. Por precisar, no va de nada. Eso es lo triste. España precisa como el pan que come de un partido como el antiguo Ciudadanos, liberal, reformista, valiente. Solo hay que repasar algunas intervenciones de Rivera en su época de diputado para comprobar lo imprescindible que son en estos momentos políticos así. La historia, esa implacable e inmisericorde jueza de los actos, dirá lo que entienda más cierto acerca del último ensayo de renovar España. Es la maldición liberal, la que el propio Larra criticaba con amargura en sus artículos, la que creía en la ilustración, la libertad, la concordia y, sobre todo, en España. Sin más.
Este escribidor desearía que del próximo cónclave de Ciudadanos surgiera un partido renovado, fuerte, que saliera a por todas y supiera ilusionar a los muchísimos españoles que no votarán a un Sánchez vendido a comunistas, separatistas y bilduetarras, pero que tampoco votarán a un PP blandiblub o a un VOX al que le pesa la etiqueta de extrema derecha que le han colgado, amén de los recientes run runes producidos por el asunto de Macarena Olona. Mi querido Don Santiago, lo sucedido con Olona no es lógico. Y, lo peor, no es siquiera inteligente políticamente hablando.
Con este panorama lo mejor que podría hacer quien acabe por ocupar el trono naranja sería ir a buscar a los desmotivados, a los que quieren quedarse en casa por hartazgo, por no saber a qué santo encomendarse. Me temo que eso no pasará. Reflexionen los culpables. Háganlo en esa puesta de sol, ese ocaso wagneriano que, Dios no lo quiera, precede siempre al terrible Götterdämmerung, el Ragnarökkr de la saga nórdica. El fin de los dioses.
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