Opinión

Aquella clase de Don Quijote a Felipe VI

Aspiro a que en la Jefatura del Estado esté un hombre serio, consecuente, educado y defensor de la ley. Por debajo del Rey, el mismo rey. O sea, la ley

Coronación de Felipe VI

Mañana, miércoles 19 de junio de 2014, se cumplen diez años de la proclamación de Felipe de Borbón como Rey de España. Ni palaciego ni cortesano; ni desmemoriado ni desagradecido. Sé que en los últimos diez años son pocos los personajes públicos que han destacado por la coherencia y transparencia de sus actos. Son tan pocos los españoles capaces de unirnos desde el sosiego y la permanente invocación a la ley y a su cumplimento, que el Rey ocupa un lugar destacado. No hay trabajo más difícil que aquel que parece que se hace con facilidad y sin esfuerzo. Su compromiso fue que la ejemplaridad presidiera su vida. Lo ha cumplido con creces. Parafraseo a Hernán Díaz cuando habla de Dios. La monarquía para mí es la respuesta menos interesante a las preguntas más interesantes.

Me gusta imaginar a Felipe VI leyendo a Machado, Espriu, Aresti, Castelao y Cervantes, que a todos citó en su discurso de proclamación. Diez años después, tengo la seguridad de que no necesitó a un escribidor que metiera en su alocución uno de los pasajes más hermosos del Quijote: “No es un hombre más que otro si no hace más que otro”. El Caballero de la Triste Figura acababa de acometer a una manada de carneros, que había confundido con un gran ejército. La única forma de animar a Sancho, después de la paliza que le dieron los pastores, fue regalarle esa frase que el Rey constitucional ha hecho suya desde el día que fue proclamado. Ese trozo del Quijote, capítulo XVIII, primera parte, le sigue obligando como si fuera el primer día. Y así es como lo vemos muchos españoles. Sin ninguna pasión, pero con toda la razón. 

¡Delito de odio!, proclamó Patxi López. Ahora unos cuantos queman un pelele creyendo que es el mismo Rey, pero nadie en el Psoe ha visto ahí un delito de odio. Silencio

¿Tiene el Rey enemigos? Seguro, aunque los que estamos viendo sólo provocan risa, tanto por su número como por sus proclamas. Qué antiguos estos jóvenes comunistas cuando gritan eso de los borbones a los tiburones, y qué originales, y qué valientes son.  Diez años después tengo la seguridad de que con el Rey sucede como con este Psoe de Sánchez que, haga lo que haga, siempre tendrá en unas elecciones cinco millones de incautos que, pasados por la máquina de la emoción y la memoria del abuelo que perdió la guerra, resisten desde su particular Numancia. Muchos de ellos se escandalizaron cuando un grupo de fanáticos prendió un muñeco que representaba la imagen de Pedro Sánchez. ¡Delito de odio!, proclamó Patxi López. Ahora unos cuantos queman un pelele creyendo que es el mismo Rey, pero nadie en el Psoe ha visto ahí un delito de odio. Silencio.

Mejor que el Rey templado -feliz expresión que leo en un artículo de Isaac Blasco-, se cuide de cortesanos y palaciegos que le dicen lo que ha de hacer, entre otras lindezas no firmar las leyes que detestan, véase esta inmoral de la de amnistía. Para estos, tan machotes con las palabras y las decisiones que no han de tomar, que lean el discurso de su proclamación cuando subrayó lo que hasta hoy ha cumplido de forma escrupulosa, ser un Rey constitucional. ¿Qué pensarán que significa esa promesa?

Pero con el Rey hay también una masa imprecisa, y puede que similar y simétrica a la que vota al Psoe más desfigurado, que están en contra haga lo que haga. En algunos casos, es el sueño republicano, que actualizan los que no la vivieron ni saben qué sucedió. Ser antimonárquico no es lo mismo que ser republicano, pero con ambas emociones ha de lidiar los próximos dos lustros el Monarca. Por eso, sin saberlo, y sin necesidad de que le guste la tauromaquia, en lo tocante a sus detractores, Felipe VI ha cumplido escrupulosamente el consejo del torero Juan Belmonte cuando el burel mostraba violencia y poca nobleza en la embestida: Parar, templar y mandar. Con estas tres palabras se puede y se debe reinar España. Y no sólo.  

A los que proclaman su republicanismo con la memoria congelada en la Segunda República, y siempre que no tengan miedo a la verdad, les recomiendo encarecidamente -otra vez, sí-, el libro de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío, Fuego cruzado. La primavera de 1936 (Galaxia Gutenberg, 2024) Aquel tiempo, hoy idealizado a base de mentiras por comunistas de nuevo cuño del fuste de Belarra y Montero, y de aseadas ignorantes del cuño de la vicepresidenta Teresa Ribera disfrazada de Pasionaria, añoran un tiempo pasado en el que “el desbordamiento de la autoridad nacional era patente” y “Madrid sufría una espantosa crisis de nervios”, sostenía Alfredo Muñiz, redactor jefe de El Heraldo. Antes, el mismo Muñiz, emocionado por el resultado de las elecciones generales de febrero de 1936, anotó: “Aquella noche España durmió el primer sueño de su triunfo izquierdista. La revolución acababa de ganar la primera batalla”. En fin, si le gusta saber qué pasó en este tiempo convulso de nuestra historia, hágase con este libro.

Uno cree que Felipe VI es el rey constitucional necesario hoy. Lo es por su contundencia a la hora de tratar y reaccionar contra los populismos con la ley en la mano. No hay cosa que más escueza a estos que la apelación permanente a la ley y al recuerdo de que allí donde no se cumple, no tiene sentido hablar de libertad, y menos de democracia.  Detesto el mundo de los sufijos. Recelo de aquellas palabras que terminan en ico, ismo e ista, y sólo dejo a salvo mi inocente condición de madridista. Ni felipista hoy, ni juancarlista ayer. Ni monárquico ni republicano. Aspiro a que en la Jefatura del Estado esté un hombre serio, consecuente, educado y defensor de la ley. Por lo mismo aspiro a verlo otros dos lustros más cómo se gana el jornal de cada día. Siendo más que otros porque está obligado a hacer más que otros. Y por nada más. Por debajo del Rey, el mismo rey. O sea, la ley.     

Exit mobile version