A diferencia de lo que sucedió hace seis años, las elecciones mexicanas de este domingo han dado muy poco que hablar. Seguramente porque todos sabíamos de antemano quién iba a ser la ganadora. Esa persona es Claudia Sheinbaum, alcaldesa de Ciudad de México hasta junio pasado. Sheinbaum, una completa desconocida en el extranjero, es muy famosa en México, especialmente en la capital. Se trata de una mujer de 61 años, 62 cumplirá el próximo 24 de junio, que lleva en política casi un cuarto de siglo, exactamente desde que fue nombrada secretaria de Medio Ambiente por Andrés Manuel López Obrador (más conocido por sus siglas AMLO) cuando entró como jefe de Gobierno del Distrito Federal. Desconozco por qué le dio esa cartera en concreto, aunque, echando un vistazo sobre su currículum, es fácil de imaginar. Sheinbaum es licenciada en ciencias físicas y luego hizo una maestría de ingeniería energética. Entiendo que de su interés por la energía le vino el nombramiento como secretaria de medio ambiente.
En Ciudad de México pasó seis años y tras la salida de AMLO de la alcaldía se incorporó a su campaña para las elecciones presidenciales de 2006. Perdió y volvió a intentarlo en vano en 2012, pero no se dio por vencido. Logró imponerse en las de 2018 y se convirtió en presidente. Sheinbaum, entretanto, se dedicó al activismo para Morena, el partido fundado por AMLO en 2011 como plataforma personal para concurrir a las elecciones de 2012. Sheinbaum no se separó de él y, como recompensa, el partido la presentó como cabeza de cartel en las municipales de Ciudad de México. Fue elegida jefa de Gobierno de la capital, un cargo que abandonó hace justo un año para centrarse en la carrera presidencial. Desde que Obrador llegó al poder se barajaba su nombre como sucesora. Es muy lista, tiene experiencia política más que acreditada y estaba mejor situada que cualquier otro contrincante dentro de Morena. Esto último no es ningún secreto. Claudia Sheinbaum es extremadamente cercana y leal López Obrador.
En resumidas cuentas, le debe todo a su mentor desde el momento mismo en el que entró en política hasta el día presente. Tienen diferentes orígenes y formas de proceder, pero hay continuidad entre ambos. Lo que no hay es mucha diferencia de edad a pesar de que desde fuera parezca que Sheinbaum es algo así como la hija de López Obrador. Es su hija política, pero no podría ser su hija biológica porque solo se llevan nueve años. López Obrador es de provincias. Nació en Tabasco en una familia de inmigrantes españoles llegados desde Cantabria y Asturias y se licenció en Ciencias Políticas en la UNAM. Entró muy pronto en política, con poco más de 20 años, y con solo 23 se convirtió en senador del Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que durante décadas fue el partido hegemónico en México. Los priístas monopolizaron el poder desde los años 20 hasta hasta la llegada de Vicente Fox ya en el año 2000.
Ha puesto a jugar a su favor algunos de los logros de su protector como una tasa de desempleo muy baja (está en mínimos históricos en torno al 2%) y un sinfín de programas asistenciales
Sheinbaum, por su parte, es capitalina, “chilanga” que se dice allí con cierta carga despectiva. Nació en Ciudad de México y, tal y como se puede inferir por su apellido, sus orígenes provienen de la Europa centro-oriental. Sus abuelos paternos eran judíos de origen lituano. Su abuelo era un joyero de la capital, su padre un empresario del sector químico. Su madre también es judía, pero en este caso de ascendencia sefardita. En ambos casos fueron militantes de izquierdas muy activos.
Sheinbaum, como apuntaba más arriba, se lo debe todo a AMLO, también la exitosa campaña electoral que le ha llevado en volandas hasta la presidencia. Ha conseguido capitalizar en su beneficio la popularidad y el carisma de Obrador en amplias capas de la sociedad mexicana. Ha puesto a jugar a su favor algunos de los logros de su protector como una tasa de desempleo muy baja (está en mínimos históricos en torno al 2%) y un sinfín de programas asistenciales que ha ido creando AMLO a lo largo de los últimos seis años con la intención manifiesta de clientelizar votantes.
En resumen, que la victoria de Sheinbaum no ha sorprendido a nadie. La mayor parte de mexicanos consideraban que era la heredera perfecta para alguien tan popular como López Obrador. Hay una sensación generalizada en el país de que las cosas marchan bien, o al menos mejor que en 2018 cuando Enrique Peña Nieto abandonó el poder. Ahora bien, que su victoria fuese previsible no significa que su Gobierno lo vaya a ser. Lo que pase a partir de ahora no está nada claro. Desconocemos si Sheinbaum se liberará de las ataduras que le unen a su padrino o si, por el contrario, seguirá gobernando Obrador por persona interpuesta.
Camino de la presidencia
Aunque dos caras de la misma moneda, el carácter de ambos es muy distinto. Sheinbaum no llega con las manos vacías, tiene experiencia de Gobierno, y no en cualquier sitio, en la capital, que por población es mayor que muchos países. Cuando fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México trató de dejar su impronta mostrándose dialogante con todos, cosa que su protector, un populista redomado dado a la grandilocuencia y a escucharse a sí mismo, nunca intentó. Su perfil es seguramente más ideológico que el de AMLO, pero se encarga de que no lo parezca. Eso sí, para algunos analistas locales lo que hizo en Ciudad de México no sirve como indicador de nada ya que, según ellos, pasó por allí con la única intención de prepararse para saltar sobre la presidencia.
Lo más probable, por lo tanto, es que ese mismo estilo se lo lleve a la presidencia. Eso ya supondría un cambio. El sexenio de Obrador se ha caracterizado por los roces continuos con los empresarios y por declaraciones desatinadas como cuando exigió a Felipe VI que se disculpase por la conquista. Desde el principio se empeñó en promesas absurdas como la paralización del aeropuerto de Ciudad de México a pesar de que el actual está saturado. Las obras ya habían dado comienzo en un nuevo emplazamiento en Texcoco. A principios de 2019 fueron canceladas cuando su licitación estaba ya casi completamente finalizada y la construcción se encontraba a la mitad.
Las cifras de la violencia
Este del aeropuerto es sólo uno de los problemas que hereda Sheinbaum y, en honor a la verdad, uno de pequeña envergadura. El principal problema que hereda es la violencia. México es un país más violento y peligroso que nunca. En el sexenio de AMLO han sido asesinadas 187.000 personas, 31.000 de promedio cada año, 2.600 al mes, 85 al día. En México se asesina en tres días y medio a las mismas personas que en España en todo el año. Pero seamos justos y no comparemos México con España. Si lo hacemos con el mismo México nos encontramos con que en sexenio de Peña Nieto fueron asesinadas 156.000, en el de Felipe Calderón 121.000 y en el de Vicente Fox 60.000. Es decir, que en los últimos 18 años los homicidios se han multiplicado por tres. Un dato muy ilustrativo: sólo en la campaña electoral han asesinado a 37 candidatos. Podríamos decir que la culpa la tiene Calderón y su guerra contra el narco, pero AMLO llegó con la gran noticia de que esa guerra acababa y que iba a traer abrazos donde había balazos. Los abrazos no sé si han aumentado, pero balazos mortales se han disparado muchos más que con Calderón, tantos como 66.000 más.
Si realmente quiere Sheinbaum marcar perfil propio no haría mal en transmitir la idea de que cree en la independencia de instituciones fundamentales como la Justicia, la prensa libre o el instituto electoral
La violencia lo impregna todo en México y, aunque el narco sirve como trasfondo, la violencia cotidiana que padecen los mexicanos se debe a las pandillas, que se han fortalecido durante el mandato de AMLO. Las pandillas no sólo hacen imposible la vida cotidiana de muchos mexicanos mediante robos, secuestros, extorsiones y asesinatos, también trafican con personas en la frontera y contrabandean con fentanilo.
Pero desde un punto de vista político la carga más ominosa que Sheinbaum hereda de su padrino es la del ataque a la democracia. Desde que llegó al poder, AMLO ha debilitado las instituciones con insistencia y sin pausa. Si realmente quiere Sheinbaum marcar perfil propio no haría mal en transmitir la idea de que cree en la independencia de instituciones fundamentales como la Justicia, la prensa libre o el instituto electoral. Eso implica no seguir con ciertos proyectos de reforma constitucional impulsados por AMLO, entre ellos uno para dinamitar lo poco que queda de independencia judicial.
La pregunta es si estará a la altura de lo que se espera de ella. Es posible que, aunque quiera acometerlos (que no está claro), se vea atrapada por la agenda ideológica de su partido y del propio AMLO. A fin de cuentas, es su protegida, todo se lo debe a él. De hecho, durante la campaña habló más de continuidad y de perseverar en el legado que le deja su predecesor que de su propio programa.
Igual esperaba a llegar a la presidencia para liberarse, pero, supongamos que desea desligarse de la herencia recibida: ¿tendrá el poder para hacerlo? López Obrador asegura que se retira de la política por completo. Tiene ya más de 70 años y su idea es jubilarse en su finca de Chiapas. La finca se llama “La Chingada”, lo cual da que pensar porque en México mandar a alguien “a la chingada” es lo mismo que mandarle a la mierda. No sabemos cuánto tiempo querrá estar en La Chingada o si realmente piensa irse a La Chingada. Todos en México lo dudan. Es complicado que alguien como él salga de escena por las buenas. Es cierto que no será presidente ya, pero sigue teniendo influencia sobre Morena, su criatura política. Muchos políticos de todo el país le deben haber prosperado en sus carreras, entre ellos la propia Sheinbaum.
Propaganda de campaña institucional
Eso sí, hay elementos que invitan al optimismo. Sheinbaum enfrenta severas restricciones presupuestarias que le impedirán cometer ciertas insensateces. No puede además competir con el carisma de López Obrador. Eso le obliga a poner resultados donde AMLO ponía sonrisas y peroratas interminables a primera hora de la mañana. Muchos mexicanos terminaron incluso creyéndose lo de la cuarta transformación, una formidable campaña de propaganda institucional que lanzó en 2018 y que, como era previsible, no ha transformado nada. México sigue siendo el mismo país que cuando Peña Nieto se marchó. Algo más poblado, algo más violento, con algo más de trabajo, pero en esencia lo mismo. Aquí habría que felicitarse ya que Sheinbaum al menos no llega con épica populista. Eso ya es de por sí una victoria.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación