Superar al partido que representas. Porque es evidente que a la presidenta no la han votado tan solo los tradicionales electores populares. Ni siquiera los de Ciudadanos. Ayuso ha pescado votos en caladeros socialistas y me atrevería a decir que incluso en algún otro que parecería imposible. No se explica de otro modo ni la alta participación ni su abrumador resultado. La gente acudió a votar en masa y lo hizo por Ayuso. Cuidado, que no se engañen en Génova. No por el PP, no por Casado, no por la derecha. Votaban a la candidata, votaban en clave personal como en Badalona votan a Albiol y no a los populares. Esa singularidad, que suele aterrorizar al aparato, es tan positiva que a las pruebas nos remitimos. Si Ayuso hubiese hecho una campaña al uso, habría fracasado. Pero tiene personalidad y ha sabido convertirse en marca, lo que no es poco en un escenario político como el nuestro, en el que las direcciones de los partidos ejercen un control férreo y no permiten que nadie se mueva un milímetro.
El votante se ha identificado con ella. Superados los viejos esquemas de derecha, izquierda, el obrero con gorra y el rico con sombrero de copa, lo que tenemos en la sociedad postmoderna son personas. Personas que trabajan y personas que no, personas con voluntad de esfuerzo y personas con alma de subvencionados. Por no haberlo entendido, el social-comunismo tiene tan poca conexión con la calle. Ayuso, en cambio, que si ha sabido leer un electorado tan cruzado como el madrileño, ha sabido presentarse como “una más” con la ventaja de que no ha tenido que impostar el concepto.
Para entendernos, ella se siente así. Y en estos tiempos en los que los dirigentes se esconden de la ciudadanía detrás de sus muros de algodón institucional ha sido refrescante ver a alguien paseando a cuerpo gentil, sin complejos ni ocultándose por las esquinas. El votante sabe discernir, por más que a muchos analistas y spin doctors les cueste reconocerlo, y han visto que detrás de Ayuso no había ni trampa ni cartón.
La franqueza. Esa es otra virtud de la que adolecemos en España. Es curioso, porque tenemos fama de ser directos, incluso duros, pero aquí todo son cortesías versallescas y omisiones prudentes para no molestar al censor ideológico de turno que, por lo general, suele ser de la franja izquierda del río. Ayuso, en cambio, demostró su manera de pensar cuando, de entrada, dijo “comunismo o libertad”. Nada de sujetos elíptico o frases de bienqueda. De nuevo, supo conectar con la calle, que no gusta demasiado de eufemismos, máxime cuando su cotidianidad es brutalmente agresiva por la ruina económica, sanitaria y social. La eficacia de la presidenta a la hora de hablar con contundencia, en castellano recio y con un tinte de ironía que pone de los nervios a sus enemigos ha sido infinitamente más persuasiva que los discursos larguísimos que jamás dicen nada.
Esperanza
La capacidad de generar esperanza. Este aspecto del menaje ayusiano, si se me permite el neologismo, no es el menos importante. Ayuso no promete paguitas ni revoluciones imposibles pagadas a tanto el cursillo. Habla de pelea, de lucha diaria, de cultura del esfuerzo. Son cosas que cualquiera puede aplicarse a sí mismo. Desde el joven que busca su primer trabajo al comerciante sepultado por las deudas, desde el pequeño empresario que ha cerrado por culpa de la falta de ayudas gubernamentales al propietario de un taxi que ya no sabe de dónde sacar para pagar los impuestos. La gente normal, no la que se apiña alrededor de los políticos, sabe lo que significa levantarse sin saber por dónde va a salir el sol y lo poco que cuesta hundir lo que costó años levantar.
La gente, sépanlo los políticos de tablet y rigodón, no quieren que se les subvencione, quieren que les bajen los impuestos, se elimine la burocracia asfixiante, se suprima trámites y se les permita trabajar en lo suyo. Ayuso dice justamente eso.
Añadiríamos una última clave, aunque existen muchas más. El triunfo de este martes permite que otros lugares de España vean que, con la persona indicada y el margen de libertad necesario, se pueden conseguir resultados espectaculares. Sin concesiones, sin timideces, sin el ay, ay, ay que parece que muchos partidos llevan metido en el cuerpo. Solo hay que tener claro qué quieres y explicárselo a la gente. Eso sí, sin tapujos ni enjuagues. Como Ayuso.