Después de los disturbios de la pasada noche en Madrid, hoy resulta más necesario que nunca recordar que manifestarse es un derecho de los ciudadanos, no de los políticos, y que estos han sido elegidos para resolver problemas, no para crearlos… o atizarlos con su actitud.
Cuando vi a Esperanza Aguirre el sábado, y a Santiago Abascal el lunes, plantarse ante la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz a protestar contra la Ley de Amnistía no me gustó; por más que ambos se justifiquen diciendo que son dos españoles más -no lo son, una ex presidenta y un líder de la oposición nunca lo serán- manifestándose para que esa norma no salga adelante si queremos que éste siga siendo un Estado de Derecho.
Borrar penalmente el referéndum ilegal del 1-O en Cataluña está siendo un enorme error en las formas, acabará siéndolo en el fondo, y resulta del todo obsceno y humillante para el Pueblo español la dependencia del presidente de todos, Pedro Sánchez, de lo que decida sobre su investidura un fugado como Carles Puigdemont. Pero -siempre hay un pero- determinadas reglas del juego no escritas en el ADN de una democracia liberal como la española hay que respetarlas, sí o sí, máxime si eres dirigente o ex dirigente de una formación.
La primera de esas reglas a conservar como un tesoro es no acudir a un acto contra tu rival convocado únicamente vía redes sociales y sin cobertura legal; la segunda, no caer en la tentación de acosar al rival en su sede, yendo un paso más allá de esa guerra simbólica que es la política; en definitiva, ponerse en la piel del otro por muchos errores que esté cometiendo.
Hoy por ti mañana por mí, las imágenes de esa Esperanza Aguirre y ese Santiago Abascal a quienes sólo les faltaba el megáfono en mano, retrotraen al pásalo con el que la izquierda acorraló las sedes del PP aquel sábado 13 de marzo de 2004; dos días después de los terribles atentados islamistas en los que habían muerto 192 ciudadanos y un día antes de las elecciones ganadas por José Luis Rodríguez Zapatero contra pronóstico.
Años estuvieron los populares denunciando el juego sucio de los socialistas y extendiendo sospechas, en cierto modo, sobre la legitimidad de la victoria de Zapatero en 2004, como para que dos décadas después y en medio de claros síntomas de división social, alguien se sienta tentado a eso tan español que es dar ‘la vuelta de la tortilla’
Días, semanas, meses, años estuvieron los populares denunciando el juego sucio de los socialistas en aquellos días aciagos y extendiendo la sospecha, en cierto modo, sobre la legitimidad de la victoria de Zapatero, como para que dos décadas después y en unas circunstancias políticas también delicadas, en medio de claros síntomas de división en las calles, alguien se sienta tentado a dar eso tan español que es la vuelta de la tortilla; a derribar desde fuera del Congreso al Gobierno todavía no formado.
Porque no es lo mismo que toda una ex presidenta de la comunidad de Madrid y el líder del tercer partido del paìs en votos y escaños acudan a una manifestación convocada en tiempo y forma a protestar contra la Ley de Vivienda -un suponer-, a que hagan acto de presencia en unos cortes de tráfico convocados por redes sociales que han acabado este lunes con los antidisturbios cargando y usando gas lacrimógeno para dispersar a la masa; no es lo mismo, no.
Y no hace falta ser Nostradamus para darse cuenta de que ésta está siendo -y más que lo va a ser- una patata caliente en manos del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, a quien puede acabar yéndosele el asunto de las manos; ya, ya sé que Génova ha dicho que Aguirre es “una mujer libre” y puede hacer lo que le venga en gana y donde le venga en gana… otra cosa es lo que afirman en privado, créanme lo que les cuento.
La dirección popular está poniendo toda la atención en los “excesos policiales” ordenados por el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, cuando los manifestantes intentaron saltarse el cordón de seguridad este lunes. Pero lo hace a conciencia a conciencia, para desviar la atención, porque sabe que es un partido de gobierno y cualquier imagen de violencia descontrolada le compromete en negativo aunque no haya tenido arte ni parte en una convocatoria de la ultraderecha… la presencia de alguien tan significado como la ex presidenta Aguirre le basta al PSOE para cebarse. Así de simple.
Aunque Santiago Abascal crea que sí, que puede hacer lo que le venga en gana, no puede porque su presencia en la algarada de este lunes ante la sede socialista de Ferraz, donde hubo hasta un detenido y se usaron gases para dispersar a los alborotadores, es ‘munición’ para Pedro Sánchez en el debate de investidura que les va a enfrentar esta semana o la próxima
Nadie, ni ustedes ni yo, mucho menos una ex presidenta de la Comunidad de Madrid quintaesencia del PP desde hace décadas, puede hacer lo que le venga en gana; y aunque Santiago Abascal crea que sí, tampoco, porque su presencia en la algarada de este lunes ante la sede socialista de Ferraz, donde hubo hasta un detenido y se usaron gases para dispersar a los alborotadores es munición para Pedro Sánchez en el debate de investidura que les va a enfrentar esta semana o la próxima; así de simple.
El clima político y social que comienza a extenderse por España, ese callar en los grupos de whasapp y en las sobremesas de las comidas para evitar enfrentamientos a cuenta de la Ley de Amnistía o de “lo que está pasando” nos puede pasar una factura muy costosa como sociedad.
Decía Thomas de Quincey en su libro Del Asesinato Considerado Como Una de las Bellas Artes -con ese humor cínico que salva a los ingleses de tantas cosas que a nosotros los españoles nos afligen-: se empieza matando al prójimo y se acaba olvidando la observancia de ir a misa los domingos… Amén.
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