Es una verdadera lástima que entre mis cineastas más admirados haya tal cantidad de señoros, lo que debe convertirme en una persona horrible. Porque Woody Allen removió algo en mi alma con el inicio de Match Point o con la visita a la casa familiar de Delitos y Faltas. Ocurre lo mismo con Martin Scorsese, quien se inventó secuencias inolvidables, como aquella de la persecución en helicóptero en Uno de los nuestros, que discurría mientras sonaba -entre otras- la memorable Monkey Man, de los Rolling Stones. Una feminista dijo hace un tiempo del director neoyorquino: “No nos interesan sus historias de machirulos”.
Ocurre que habitamos en una libertad absoluta y, si usted no se lo cree, es su problema. Probablemente, sea un fascista o algo peor. Prueba de este momento histórico brillante que nos ha tocado vivir es la nueva iniciativa que han tenido en Radiotelevisión Española, donde han aprobado una guía de buenas prácticas en materia de 'igualdad' que recomienda a los camarógrafos que no sólo enfoquen a mujeres de buen ver cuando salgan a la calle, sino que sean inclusivos en la fealdad y la gordura para que no se impongan cánones estéticos inadecuados y se cosifique a la mujer. Intuyo que los guapos han de estar totalmente desolados. El resto, celebramos la iniciativa.
Durante los últimos años han sido diversas las guías que recomiendan evitar el machismo, el clasismo, el racismo, la homofobia y la xenofobia en películas y series destinadas al entretenimiento de masas. Es decir, al que ofrecen plataformas narcotizantes y mediocres como Netflix, donde se inventaron un Aquiles negro -el de los cabellos dorados- y donde recientemente estrenaron una serie feminista sobre la Revolución Francesa que produce auténtica vergüenza ajena. Ya se sabe, para poder hacer arte de forma libre, es necesario cumplir con una serie de estrictas normas morales y estéticas, que son las que fijan los ingenieros del alma contemporáneos. Es difícil recordar un tiempo en el que hayan existido tan pocas ataduras para crear.
Ya se sabe, para poder hacer arte de forma libre, es necesario cumplir con una serie de estrictas normas morales y estéticas, que son las que fijan los ingenieros del alma contemporáneos.
Publicaba El País este domingo una entrevista con la cineasta Isabel Coixet en la que afirmaba que, hace unos años, rechazó la dirección de una película en Hollywood porque quisieron imponerle a Sandra Bullock como protagonista, cuando ella prefería a Hilary Swank. Parece ser que la alternativa a la autora española era Clint Eastwood, a quien los productores concedieron ese deseo; seguramente, por el disgusto que se llevaron por sufrir el rechazo previo de la española.
Como ella no se salió con la suya, tiró de feminismo victimista y dijo: “A un señoro sí le hicieron caso”. Ya se sabe que en el mundo contemporáneo siempre hay disponibles 'excusas de género' para no reconocer los fracasos. ¿Echar balones fuera? ¿Quién dice que sea malo?
El hombre perfecto
La mejor parte de la entrevista es aquella en la que explica cuál es el tipo de hombre que no encuadra dentro de la categoría de señoros. Lo dice así: “Yo tenía un prototipo, que dicen en First Dates, un programa que me encanta. Era una mezcla de Anthony Bourdain, el chef que se suicidó, con esa vena disfrutona y culta, y de Keanu Reaves, que no es el mejor actor del mundo, pero que en mi cabeza es muy buena persona y ahora, además, sale con una mujer con canas”.
Es decir, el varón inofensivo de los tiempos modernos no ha de ser como Clint Eastwood que, además, es de derechas y, por tanto, chusco, supersticioso e iletrado. El pretendiente perfecto debe ser disfrutón, leído y buen conversador, además de estar dispuesto a aceptar que su mujer no siga los cánones estéticos imperantes, que él debe cumplir a rajatabla, claro. Como Keanu Reaves.
Supongo que también debe tener las expectativas bajas, pues no conozco a mucha gente a la que le apetezca compartir su vida con alguien que atribuye sus fracasos al contexto y rehuye la autocrítica, con una toxicidad insoportable.
La maquinaria propagandística de la izquierda pop y bobalicona no se detiene y configura cada día nuevos argumentos para tratar de ganar terreno en lo que conocemos como normalidad.
La maquinaria propagandística de la izquierda pop y bobalicona no se detiene y configura cada día nuevos argumentos para tratar de ganar terreno en lo que conocemos como normalidad. Es un esfuerzo constante por imponer una 'realidad mágica' en la que se niegan aspectos fundamentales de la condición humana -entre ellos, la maldad, que no existe en las colectividades desfavorecidas- y se censuran actitudes con la excusa de lograr la igualdad. Que es, junto con la promesa del paraíso, la forma más sectaria de restringir libertades.
Clint Eastwood es un señoro por el hecho de haberse opuesto públicamente a las imbecilidades de la corrección política y, por tanto, cualquier excusa sirve para denostarle, pese a que su talento sea descomunal y, desde luego, mucho mayor que el de Coixet. Ocurre lo mismo con Scorsese, que ha osado engordar el estereotipo de los italiamericanos mafiosos. O con Coppola, que en Apocalipsis Now dio a entender que la guerra es sólo cosa de hombres. O con Kurosawa, que casi siempre optó por varones para protagonizar sus filmes existenciales. Y no digamos por Woody Allen, que hiciera lo que hiciera -aunque no lo hizo- siempre le perseguirá la fama de acosador.
Porque sí, al igual que ocurría en los tiempos de la Inquisición, actualmente también resulta imposible librarse de los sambenitos que adjudican estas congregaciones sectarias de izquierda pop. Sean merecidos o de injusta imposición. Iba a decir que nos aguardan tiempos oscuros, pero sería un error hablar en futuro. Ya están aquí.
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