Por eso no es necesario que un político piense, como tanto se predica, en el bien del país al que representa. Lo del compromiso patriótico y todo eso: bullshit. Dijimos otro día que el partido Ciudadanos tendría que negociar con el Partido Socialista una abstención en la investidura de Sánchez a cambio de una serie de acuerdos. Pero los dos líderes se han mantenido fieles a sus prejuicios: el de color naranja sigue diciendo que no y el de color rojo sigue sin ofrecer nada a cambio. Los dos han aprendido muy bien sus papeles públicos y los dos quieren asegurar los puestos para los que se sienten señalados: el primero la Oposición, porque allí considera que podrá crecer, expandirse y llegar en los próximos años, tras un adelantamiento preciso al Partido Popular y su desdibujado CEO, a ser jefe del centro-derecha; el segundo en el Gobierno, porque ahora se siente más legitimado que nunca para ello, y si en seis meses consiguió que el pueblo, ay, el bendito pueblo, lo respaldase de forma mayoritaria, con cuatro años por delante (tenga el apoyo de quien lo tenga) y un poco de su figura deportiva, en fin, que será la hostia.
Ambos aducen coartadas, según les van viniendo, para sustentar con razones sus respectivas posturas. Como se han metido en medio los gobiernines autonómicos y las casitas municipales, a Rivera le ha venido al pelo lo de Navarra, porque a ver cómo puede uno abstenerse si el presidente de un partido llega a un acuerdo con otro partido medio independentista, aun sabiendo (o quizá por ello) que así permite la entrada de Bildu en la mesa de la cortecita regional. Sánchez, que desconoce el significado de felonía, puede hacer eso y mucho más, pero si antes de este paso hubieran negociado hasta el insomnio, quizá el presidente habría dicho a Celaá que, en vez de afirmar que Bildu es un partido legal, profiriera mejor que qué vergüenza la ETA y todo eso.
La comitiva que le queda a Pedro Sánchez, que va a ser presidente ‘per fas aut nefas’, no puede ser menos halagüeña para el buen funcionamiento del Estado
Sánchez pone también su cordón con argumentos de pose angulosa (bueno, es que tiene así el gesto, y la risa le queda tirante, y la seriedad hiperactuada) y consigna facilona: es difícil que un socialista pueda pactar con un partido que se dice liberal y monta luego contubernios con la extrema derecha, con los que defienden el machismo y se ríen de los muertos de las cunetas, blablabla (sustitúyase la onomatopeya, si se quiere, por cualquier artículo de cualquier día de la prensa socialdemócrata, o incluso por la matraca asidua del ex Valls). Claro que en el razonamiento sigue imperturbable, y aceptada ya en los media sin excusa, la falacia asimétrica de esta hora democrática: el partido Vox es extrema derecha, pero el partido Podemos (pongo entre paréntesis lo de Unidas por puro pudor) no es extrema izquierda, como los partidos Esquerra Republicana o Bildu no son independistas y, por tanto, anticonstitucionales, sino meramente legales.
Uno y otro, pues, deberían volver a pensar en cambiarse la chaqueta. Es la única luz que se atisba al final de este túnel incierto. La comitiva que le queda a Sánchez, que va a ser presidente per fas aut nefas, no puede ser menos halagüeña para el buen funcionamiento del Estado. Rivera, que acepta a los socialistas en otros sitios, que incluso mantiene feudos ya casi seculares (como el caso sangrante de Castilla-León, donde quiso meter de rondón a una old miss y cuyo Egea ahora se ha tenido que tapar las narices), que acuerda acomplejado y de reojo con el partido Vox por ente interpuesto, en fin, Rivera puede decir hasta aquí hemos llegado, no me importa si después de esto debo irme de la política, no me importa si quizá no quede ya luego nada personalmente exaltante, pero como un romano antiguo gritaré me abstengo si un Sánchez cualquiera cede en algunas cosas irrenunciables, como la defensa de la Constitución, por ejemplo, o un cambio de la ley electoral que blinde al Estado de todos esos señoritos telúricos.
Aunque en principio parezca meramente ucrónico, con cierta salsa de epopeya, no se crean que no podría llevarse a efecto. Basta un poquito de maquillaje ante las cámaras y un ligero tono de voz engolada. Al fondo, cualquier director de series puede poner un atrezo apropiado. Y el pueblo, ay, el bendito pueblo estaría enfrente aplaudiendo a rabiar. Porque si ahora acoge con entusiasmo las posturas obcecadas de los dos prebostes, mañana mismo puede vitorear igual de bien las posturas cambiadas de los dos adalides. Los partidos son clubs de fans y los fans siempre están ahí, qué cojones, ¡viva el Betis manque pierda!