Unidas Podemos se diluía como azucarillo en la pócima cuyo fuego llevan tiempo alimentando Pedro y Yolanda. Explotado hasta la náusea el recurso a las cloacas, Pablo Iglesias y su cohorte volvían a afrontar una campaña electoral sin bandera nueva que izar, sin discurso propio que defender, crecientemente arrinconados por lo que algunos han bautizado como la “podemización” del PSOE y de su líder máximo, principal intérprete de un radicalismo sobrevenido. Y en esto, el Boletín Oficial del Estado publicó la ley del “sí es sí”, impulsada por el Gobierno, por todo el Gobierno. Y los jueces, tapándose la nariz, y a petición de los abogados de violadores y demás agresores sexuales, empezaron a aplicarla, y con todo el dolor de su corazón rebajaron condenas y abrieron las puertas de las cárceles a los delincuentes más detestables, y fue entonces, paradojas de la política, cuando lo que debería haber derivado en dimisiones o ceses fulminantes se transformó en un activo electoral, en una seña de identidad a partir de la cual recuperar la iniciativa y reconstruir liderazgos.
“Montero está fuerte, va a por todas”, dicen en el entorno de la ministra de Igualdad, según relato de los colegas que informan sobre Podemos. Y sí, sorprendentemente, el escándalo social provocado por la Ley de garantía de la libertad sexual ha resucitado a una Irene Montero que, en circunstancias normales, ya debiera ser un cadáver político. Pero ha sido la manera elegida por el PSOE para gestionar su propio pánico la que ha resucitado a la ministra. En lugar de exigir a Podemos la inmediata sustitución de Montero, y si no imponerla, Sánchez decidió aprovechar la ocasión para tomar distancia, para rectificar la ley que había convalidado y así enseñar su cara más moderada en contraste con la radicalidad de sus socios.
El presidente se sentía cómodo. El conflicto le centraba, o eso pensaba él; reafirmaba su compromiso con el feminismo más transversal y mayoritario; con una parte básica de su electorado. Pero midió mal. El rifirrafe no va a enterrar la coalición -demasiado pronto-, y además de ser un imprevisto balón de oxígeno para Podemos, ha servido para robustecer la autoridad de Iglesias, Montero y Belarra y debilitar la apuesta de Sánchez por Yolanda Díaz.
Lo que debería haber derivado en dimisiones o ceses fulminantes se transformó en un activo electoral, en una seña de identidad a partir de la cual recuperar la iniciativa y reconstruir liderazgos
En esta colisión, la vicepresidenta Díaz es mucho más que una víctima colateral. Volvió a hacer el egipcio, a jugar a tres bandas. Hasta el 8-M ella era la que marcaba la pauta; claramente por delante de Montero y Belarra. Desde ese día, ya no está tan claro. A Yolanda se le acaba el crédito a velocidad desbocada, y corre el riesgo de volver a ser lo que fue, un peón, condicionalmente ascendido a reina por voluntad de quien colocaba, y a lo que se ve sigue colocando, las piezas en el tablero: Pablo Iglesias. Irene Montero, con su escuadrón de recias colaboradoras inobservantes del principio de paridad, y con su fuego a discreción contra políticos, jueces y periodistas “fascistas”, se ha hecho hueco en la trinchera de la izquierda. Ya tienen bien enfocada la campaña: confrontación con la “izquierdita cobarde”, defensa de los derechos humanos de las minorías; y de las vacas. En 2019 pasaron de 42 a 35 diputados. Esta vez se conformarán con 25. Si llegan. La trinchera da para lo que da, pero mejor eso que seguir disolviéndose en la marmita de Sánchez hasta la volatilización final.
Se parte de la base de que renovar la coalición tras las elecciones generales (10 de diciembre si no hay adelanto) no es que sea misión imposible, es que con la situación económica y social que heredará el próximo gobierno se antoja más que inconveniente. Mucho mejor la tranquilidad de un grupo parlamentario achicado y el regreso a la pancarta que “arrimar el hombro” en la cogestión de la ortodoxia fiscal y de los consiguientes sacrificios. Estamos en campaña. Una interminable campaña que se alargará hasta que se coloquen las urnas de las generales. Las municipales y autonómicas de mayo son la primera vuelta, y esa es la clave de todo lo que a partir de ahora hagan unos y otros. Ya lo está siendo. Ese, y no el de la solidaridad entre camaradas, es el ronzal que mantiene trabada la coalición. Podemos aguantará no porque en el Gobierno se esté calentito, sino porque el Gobierno es un escaparate insustituible. Aguantará hasta donde Sánchez les deje. ¿Y qué hará Sánchez?
A Díaz se le acaba el crédito y corre el riesgo de volver a ser lo que fue, un peón, condicionalmente ascendido a reina por voluntad de Iglesias, quien, a lo que se ve, es el que sigue colocando las piezas en el tablero
No es aconsejable hacer un pronóstico. El líder socialista ha demostrado que puede cambiar de registro en cualquier momento. Puede ser radical o centrista, moderado o extremista. Según por dónde venga el aire. Pero de los distintos escenarios con los que juega Oscar López, el obvio es el de un divorcio ejecutado cuando menor sea la capacidad de respuesta de sus socios. Hay que rentabilizar la presidencia española de la UE: 24 consejos de ministros de la Unión a celebrar a lo largo y ancho de las Españas entre el 10 de julio y el 25 de noviembre, con una fecha mágica: 6 de octubre, Consejo Europeo informal en Granada. Momento cumbre. Foto en La Alhambra de todos los jefes de Estado y de Gobierno de la UE. Sánchez levitando. Diez días después, 16 de octubre, el mandato de las actuales Cortes expira automáticamente. Aguantar hasta ahí. Ese es hoy el objetivo.
El 10 de diciembre es el último día para colocar las urnas, si nos atenemos a la Ley Electoral. Apurar para abordar un cambio de gobierno a después del verano, en septiembre, cuando la fecha límite para disolver las Cortes es el 16 de octubre, no parece que tenga mucho sentido. Tampoco es previsible que ahora, aprovechando la salida de las ministras de Industria y Sanidad, candidatas a los ayuntamientos de Madrid y Las Palmas, Sánchez empuje a nadie más a la hoguera de un mal resultado electoral. Todo apunta a que será tras el 28-M cuando afronte la inevitable crisis de un equipo en su mayoría abrasado. Y lo haga en simetría con la profundidad del descalabro. En todo caso en junio. Y veremos. Porque prescindir de los ministros de Podemos, justo antes de la presidencia española de la UE, no deja de tener su riesgo.
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