Qué terrible sensación la de pasear este viernes por Barcelona, por la plaza Cataluña y por esas Ramblas que el año pasado la barbarie yihadista tiñó de sangre inocente para después, jamás ahíta de sangre y de dolor, ir a buscar más víctimas en Cambrils. Excúsenme si hoy no les hablo de las relaciones entre la antena catalana de la CIA y Mossos, de por qué no hubo una primera prueba pericial de los Tedax de los Mossos en el chalé de Alcanar tras la explosión, de las razones por las cuales la coordinación entre FFSS es tan mala o, ya que estamos, por qué los Mossos llamaron por teléfono al conductor de la furgoneta asesina solo unas horas antes de que se produjera el vil crimen. Lo que me parece importante destacar en el día de hoy es como, tras un año repleto de intentos de golpes de estado, mentiras, paralización de la vida parlamentaria catalana, reiteración de los separatistas en sus propósitos y una grave, gravísima, perturbación de la economía, así como de la paz social en Cataluña, estamos mucho peor ahora que hace un año.
Recuerden. En la manifestación de apoyo a los vilmente asesinados por los partidarios de la Yihad lo que debiera haber sido, a saber, unidad frente a la barbarie, repulsa al terror y cariño hacia víctimas y familiares se vio gravemente alterado por los separatistas. Quisieron, y lograron, sabotear el acto reconvirtiendo el dolor en bandería, en un totalmente fuera de lugar ataque a las instituciones del Estado, empezando por el Rey y acabando por los políticos constitucionales. Este año, decían los políticos, la cosa iba a ser muy distinta. Habría normalidad, palabra que se han hartado de repetir en este aniversario luctuoso.
En la manifestación de apoyo a los vilmente asesinados por los partidarios de la Yihad lse vio gravemente alterada por los separatistas
Es otra más de las postverdades que prodigan diariamente el separatismo y sus amigos socialistas. Este viernes ha sido cualquier cosa menos normal. Renuncio a enumerar todos los despropósitos cometidos, empezando por el mismo presidente de la Generalitat, incluyendo en su mensaje oficial el sonsonete de los presos políticos “injustamente encarcelados”, sus proclamas en Lledoners en favor de la República o su entrevista en Catalunya Ràdio junto al fugado Puigdemont; tampoco pormenorizaré las injuriosas pancartas, los políticos con lacito amarillo en la ceremonia o los CDR campando a sus anchas.
A toda esa gente las víctimas les importaban una mierda, dicho en román paladino. Buscaban simplemente la ocasión para meter su cuña, para proseguir su campaña en favor del supremacismo. No puede pedírseles nada más, porque nada más dan de sí. Los perjudicados son para esta gente simples excusas y pretextos que poder utilizar en su favor. No, lo grave de esta jornada ha sido la pátina de normalidad que ha pretendido ofrecer a la población la izquierda caviar, la de Ada Colau, que al menos en esta ocasión ha reprimido las risitas que se le escaparon el año pasado cuando fue a ofrecer una vela en el mosaico de Joan Miró junto a los Reyes. O la de Sánchez, que es la misma normalidad de aquellos que pretenden hacernos creer que normalidad es que no aparezcan las banderas nacionales ni suene el himno, la que hace que el rey haga una visita de médico, casi clandestina, no sea que se enfaden los chicos de las CUP. Ocultar los símbolos democráticos no es normalidad, ni lo es cantar Imagine suplantando el himno nacional. No es normal que el Jefe del Estado tenga que aguantar injuriosas pancartas, solo porque Mossos y Ayuntamiento no se han puesto de acuerdo a ver quien de los dos ha de descolgarlas.
A toda esa gente las víctimas les importaban una mierda. Buscaban simplemente la ocasión para meter su cuña, para proseguir su campaña en favor del supremacismo
No fue normal la foto del Govern en Cambrils, frente a un enorme lazo amarillo – allí había no solo políticos, sino gente uniformada, cuidado, esos mismos que se quejan de que no les permitan asistir a reuniones antiterroristas a nivel europeo -, como no es normal el trágala de parvulitos por parte de Torra, llevando a su lado a la esposa del encarcelado Joaquim Forn para que el Rey tuviera que saludarla. Como si a Don Felipe le viniera de un saludo, siendo como es persona educada y de bien.
No es normal presentar una Cataluña y una Barcelona asépticas, al gusto de aquellos que odian todo lo que suene a constitucional y a España. Es decir, a democracia. Ni normal ni decente, ya que a eso vamos. Los partidos bailaron el minué de la corrección política so pena de excomunión. Que nadie diga nada acerca de un acto que no presiden las banderas de España, Cataluña y Barcelona, que al Rey se le note poco, que no hable ninguno de los representantes elegidos democráticamente, que los separatistas puedan sentirse “cómodos”. Esa es su normalidad.
Nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre en esta tierra, de ahí que, a la cobardía del gobierno de España se la llame normalidad, a los terroristas yihadistas se les califique como interrogantes dignos de estudio por psicólogos y pedagogos o al problema que comporta la emigración incontrolada se lo disfrace de multiculturalidad. Lo dije en televisión, a propósito del terrorismo islamista: tenemos que reconocer de una vez por todas que estamos en guerra, y la estamos perdiendo con tanto buenismo que esconde en no pocas ocasiones algo mucho más malvado e intencionado de lo que parece.
Lo mismo podríamos decir del separatismo. La sociedad democrática está siendo entregada como moneda de cambio por una clase política ávida de poder que no entiende de empatía ni dignidad y que solo tiene como objetivo perpetuarse en sus prebendas. De ahí que, desde el inmenso respeto y cariño hacia los vilmente asesinados por los muyahidines, todos los demócratas nos hayamos sentido también un poco víctimas en este aniversario del atentado de las Ramblas.
Porque es igualmente terrible asesinar a seres humanos que a toda una sociedad. En ello están algunos. De momento, ganan ellos. ¿Hasta cuándo?
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