Se llama Jordi Serracant Cabré. Según reza en su perfil de Tuiter es licenciado en ADE y Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra y en Derecho por la UOC. Dice estar afiliado a la Intersindical, a Ómnium y al Consejo para la República Catalana. Y tiene 2.670 seguidores. Presenta un perfil típicamente cupaire-puigdemontiano. Es decir, es alguien que, a pesar de su formación, se manifiesta con un sesgo ideológico claramente racista, autoritario y repugnante.
Luego igual es de esos que llora al escuchar Els Segadors, ayuda a las abuelitas a cruzar los pasos de cebra o se ofrece para ayudar en una mudanza, aunque lo dudo. Quien es capaz de pensar, escribir y festejar una frase como esa, la de tener la carne de niño castellano parlante para comérsela, es un ser carente de emociones.
Quizá los exquisitos equidistantes – el infierno está empedrado de equidistantes, no lo duden – puede decir que lo escribió con animus jocandi y que ya se ve que es una broma, que es humor negro, que es una ingeniosa provocación como si nos estuviera diciendo que los lazis no se comen a nadie. Váyanse al guano de tres en tres, por favor. En primer lugar, no creo que el susodicho esté bromeando; tampoco lo he visto decir que lamenta si alguien se ha sentido ofendido; más definitivo, si ese es el nivel, que lo es, de su sentido del humor, apaga y vámonos.
Quien es capaz de pensar, escribir y festejar una frase como esa, la de tener la carne de niño castellano parlante para comérsela, es un ser carente de emociones.
Lo peor de todo es el festejo que los suyos han hecho de semejante abominación. Quina gràcia, quina broma, quin tip de riure, dicen. Es a lo que voy. Unos tipejos que auspician el acoso a un niño porque sus padres defienden sus derechos, asintiendo entre risitas cuando otro pájaro ciego de odio pide apedrear su casa, son perfectamente capaces de admitir que ese niño u otro son carne de canalón. Antropofagia separatista, lo que les faltaba, aunque no sea nuevo, porque la idea que subyace tras esa revolución de las sonrisas es la vieja y cainita furia del caníbal que no se contenta solo con matar a sus enemigos. Tiene que comérselos para adquirir así su fuerza.
Que a nadie se le olvide la letra primitiva de Els Segadors, esa que dice en una de sus atroces estrofas, Amb la sang dels castellans ens farem una bandera, con la sangre de los castellanos nos haremos una bandera. Los comeniños no son de ahora.
Digámoslo sin ambages, nos enfrentamos a la escoria de Europa. Presumen de antifascistas cuando son, lisa y llanamente, unos nazis acomplejados, unos cobardes de maletero, unos descerebrados que amenazan con piedras y antropofagia. Miren, no. Hasta aquí llegaron las aguas. Los críos son sagrados y ya va siendo hora de que alguien se lo explique. Porque a las SA esteladas les puede hacer muchísima gracia esta “broma” empapada en vaho etílico ideológico, pero a los críos que hablan español en su casa, en el patio o donde sea, igual les da miedo, les produce pesadillas. Y los críos son, insistimos, sagrados. Incluso para aquellos que tienen halitosis nazi.
Unos tipejos que auspician el acoso a un niño porque sus padres defienden sus derechos, asintiendo entre risitas cuando otro pájaro ciego de odio pide apedrear su casa, son perfectamente capaces de admitir que ese niño u otro son carne de canalón.
También es cierto que a sus propios críos no los tienen en demasiada consideración. Los pusieron en primera fila cuando el 1-O, en las autopistas cuando las cortaban, los llevan a sus aquelarres de odio, les advierten que no jueguen con tal o cual compañero de clase suyo. Considerando esto, a lo mejor es que solo les gustan los niños crudos. No puedo con los abusones, con los chulitos, con los que, bajo la piel, llevan una camisa parda, con los comeniños. Como dice Serrat, entre estos tipos y yo hay algo personal.
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