Opinión

El cómico

Salíamos de cenar en Zerain mi hermanito Miguel Ángel y yo (viernes 17), bastante pasada la medianoche. A mí eso no me gusta porque cierran a las doce y tienen tanto derecho a descansar como nosotros, lo que pasa es que se nos fue la hora. Estaba convenc

Salíamos de cenar en Zerain mi hermanito Miguel Ángel y yo (viernes 17), bastante pasada la medianoche. A mí eso no me gusta porque cierran a las doce y tienen tanto derecho a descansar como nosotros, lo que pasa es que se nos fue la hora. Estaba convencido de que éramos los últimos, pero no. Detrás de nosotros –esperábamos un taxi– apareció una gavilla de mozos, todos jóvenes, todos trajeados pero con el aspecto que suelen tener los invitados al final de las bodas: descorbatados, desgalichados, las camisas por fuera, el pelo en desorden y una curda de campeonato, no había más que verles. Ah, y todos argentinos.

En esas ocasiones lo mejor es procurar que el tiempo pase rápido, pero uno de ellos, que se tambaleaba notablemente, se me encaró con toda su sonrisa:

–Che, hermano, ¿sabés que sos igualito que Lanata?

–¿Que quién?

–Che, mirá, ¡no conoce a Lanata! Pero decime, decime, perdoná, decime. Milei, Milei. ¿Qué pensás de Milei? –grandes risas.

En esas ocasiones yo suelo andar lento de reflejos. Ah, pero no siempre.

–¿Quién dices?

–Milei, Javier Milei, vos sabés. Milei.

–Ah, sí, el actor. Bueeeno. No me gusta mucho.

–¿Cómo que actor? ¿Qué decís de actor?

–Sí, sé quién es. Ese cómico que sale al escenario dando gritos, moviendo mucho las manos y con una motosierra. No sé, he visto clowns mucho mejores. Este me parece bastante limitado, siempre hace lo mismo.

–Che, ¡es el presidente de Argentina!

–Je, je. Eso es imposible. Los argentinos sois gente sensata, gente educada. Nunca elegiríais como presidente a un payaso, y además tan malo. Tenemos que estar hablando de personas distintas.

–Pero qué…

–Ha sido un placer, buenas noches.

Y me subí al taxi.

El ministro Óscar Puente es un bocazas del tamaño de la catedral de Burgos. Su trabajo es hacer de matón tuitero del gobierno, lo de los transportes es algo muy menor

Cuando se produjo esta conversación, el tal Milei ya estaba en España. Faltaban dos días para que actuase en el show que le preparó Abascal en Vista Alegre y para que, solo por hacer gracia y conseguir que le aplaudan, como hace todas las cosas que hace, provocase la mayor crisis diplomática que España y Argentina han vivido en este siglo y buena parte del anterior. Pero eso a este hombre le importa un rábano.

Vaya esto por delante: en mi opinión, el ministro Óscar Puente es un bocazas del tamaño de la catedral de Burgos. Su trabajo es hacer de matón tuitero del Gobierno, lo de los Transportes es algo muy menor. Sugerir, también por hacer una gracieta, que este Milei es un drogadicto, que fue lo que hizo, es una provocación innecesaria y absurda, indigna de un ministro de ningún gobierno. Bien, al menos se disculpó.

Pero si eres el presidente de Argentina; insisto en esto, el presidente de la República Argentina y no un payaso descerebrado, no puedes entrar en esa provocación. En tu sueldo va la paciencia. No puedes venir a España y aterrizar “oficialmente” en Torrejón con el avión presidencial, tener a tu disposición la seguridad que pone a tu disposición el Gobierno, reunirte con empresarios que te miran todos con muchísimo susto ­–algo bastante comprensible– y luego participar en un espectáculo organizado por la extrema derecha e insultar grave y descaradamente tanto al presidente del país en el que estás, a su mujer y al gobierno. Sencillamente, no puedes hacer eso. Eres el presidente de Argentina, representas a tu nación. No eres una estrella del rock, no eres Madonna ni Mick Jagger. Por más que lo intentes.

Ese es el problema, y no es un problema solo nuestro. Por segunda vez en cien años, los ciudadanos de numerosos países del llamado “primer mundo”, que disfrutan en muchos casos de democracias viejas y consolidadas, que viven muchísimo mejor que quienes pueblan naciones mucho menos prósperas, que están habituados a los privilegios del “estado del bienestar”; ciudadanos acostumbrados a que cuando giran la llave del grifo sale agua potable, a que haya semáforos y parques y derechos civiles; esos ciudadanos, en número creciente –en algunos casos alarmante, como en EE UU–, están apoyando políticamente a individuos a quienes no les importaría cargarse todo eso para que quienes disfruten de la opulencia sean unos pocos, no la mayoría o al menos la multitud que, cada vez más, les jalea como a lo que son: actores. Cómicos. Fantoches que no tienen ni puñetera idea de lo que dicen pero que lo saben decir muy bien.

El matonismo. La pertinacia en armar broncas que no existían, en insultar o agredir súbitamente a gente que estaba tan tranquila y que no le había hecho nada

El creador de este tipo de personajes fue Silvio Berlusconi. Tomó el modelo de Mussolini, un tipo que se inflaba como un pavo cuando estaba ante la gente, y lo mejoró muchísimo. Se apropió de los símbolos nacionales, de la palabra libertad; elaboró ideas se una simplicidad que avergonzaría a un niño de seis años y se especializó en algo que parecía olvidado: la provocación como instrumento político. El matonismo. La pertinacia en armar broncas que no existían, en insultar o agredir súbitamente a gente que estaba tan tranquila y que no le había hecho nada.

Sus alumnos, todos aventajados, están hoy por todas partes. Trump, Bolsonaro, Le Pen, Maduro, Erdogan, López Obrador, el indio Narendra Modi. El último en alcanzar el poder es este Milei, un individuo que sale al escenario de Vista Alegre cantando una cancioncita infantil, que si el león, que si la bestia, y haciendo gestos ridículos. Este tipo que dice que está en contra de la justicia social: Dios mío, Santiago, ¡que hasta tu añorado Franco estaba a favor de la justicia social! Este sujeto que ha llegado al poder aupado por una gran cantidad de ciudadanos cuyo nivel de vida se ha deteriorado mucho en las últimas décadas, lo mismo que su confianza en la política “tradicional”; un energúmeno profesional que ya ha comenzado a convertir Argentina en una selva en la que solo los fuertes sobrevivirán, pisoteando o exprimiendo a los débiles o a los menos afortunados. Este es el peligrosísimo cómico que disfruta con las provocaciones, que no entiende la política si no es como una pelea callejera constante, que arremete contra todos los que no piensan como él (que son casi todos, de izquierdas o de derechas, eso le da lo mismo) y que llega a España para hacer lo único que sabe hacer bien: montar un follón y salir en los medios, hacer ruido, insultar a todo el que se le pone por delante.

El riesgo del islamismo radical

En mi opinión, el mundo se enfrenta ahora mismo a tres problemas gravísimos que avanzan a velocidades distintas. El más lento, pero no mucho, es el cambio climático cuyas consecuencias ya empezamos a padecer. El más espeluznante es el crecimiento, en número y en fiereza, del islamismo radical, que tiende a fagocitar a las versiones más moderadas del Islam y a expandirse sin que nada lo frene.

Pero el peor, porque es como una pandemia que se expande rápidamente, es el crecimiento de la extrema derecha en muchísimos países que creían haberse librado de ella hace décadas. Una extrema derecha que no cree en la democracia y que, como pasó en Europa hace cien años, se está comiendo por los pies a los partidos conservadores “de siempre”, a la derecha sensata, que no sabe cómo reaccionar si no es imitando precisamente a aquellos que pretenden, a medio plazo, merendárselos.

Hace un siglo, aquello acabó como acabó. Soy pesimista. Milei desaparecerá pronto, como Trump, pero el fenómeno es mayor. Estoy convencido de que nos esperan décadas muy difíciles. Las próximas dos generaciones nos mirarán con ira y preguntarán: Pero ¿cómo no fuisteis capaces de parar esto? ¿No habíais aprendido nada?

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