Es una de las cinco mujeres más ricas de España, elenco en el que figuran más por herencia que por derecho propio Helena Revoredo y Sandra Ortega, la viuda del fundador de Prosegur y la hija de Amancio Ortega, patrón de Inditex, Alicia Koplowitz y Ana Patricia Botín. Íntima amiga de la presidenta del Santander, en cuyo Consejo de Administración se sienta, Sol y Ana suelen escaparse con frecuencia en el avión privado de la banquera a esquiar en Suiza, país por el que ambas sienten pasión. Hablamos de Sol Daurella Comadrán, 50, presidenta de Coca-Cola European Partners (CCEP), una de las mayores embotelladoras del mundo capaz de facturar más de 12.000 millones anuales, cuyo primer accionista individual (18%), es la familia Daurella. En el tercer trimestre del año, el grupo ganó 537 millones, un 40% más que en el mismo periodo del año anterior. ¡La chispa de la vida! Educada, elegante y con pasta para asar una vaca, Sol acaba de romper en mil pedazos el escudo de extrema discreción del que siempre ha hecho gala al anunciar su entrada, finales de noviembre, en un tal consejo consultivo de la Diplomàcia Pública de Catalunya (Diplocat), uno de los chiringuitos montados por la Generalitat para expandir por el exterior la idea de una Cataluña oprimida por España que reclama su independencia.
Alboroto mayúsculo. Era la pieza de caza mayor que faltaba al independentismo, la muralla de esa alta burguesía castellanoparlante y aún renuente con la independencia que había que derribar, tratándose además de una burguesía que hunde sus raíces en el franquismo. En efecto, el primer presidente de Coca-Cola España fue Juan Manuel Sainz de Vicuña, nieto político del general Miguel Primo de Rivera y sobrino político de José Antonio, fundador de Falange. Fue Sainz de Vicuña quien repartió franquicias entre empresarios y aristócratas cercanos al régimen para abrir plantas embotelladoras por diversas regiones, aunque fue Franco quien decidió que la primera fábrica de Coca-Cola se instalara en Cataluña, mediante la entrega de la correspondiente franquicia a la familia Daurella en 1951. Ocho años antes, Santiago Daurella de Rull había levantado una fábrica de bebidas carbónicas que embotellaba y distribuía gaseosa por toda España. Era el socio ideal, capaz de añadir agua y gas carbónico al sirope de cola fabricado en Atlanta y meterlo en botella. Con el regalo en la mano, Santiago creó Cobega en Barcelona, negocio que años después gestionarían con éxito sus hijos José y Francisco Daurella Franco, expandiendo la firma por otras regiones hasta convertirla en la embotelladora de referencia en España. Los méritos de Santiago Daurella fueron reconocidos por Franco con la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, distinción que le fue impuesta el 12 de diciembre de 1968. Seis días después, el propio Daurella se trasladaba a El Pardo para agradecer en persona el gesto al dictador.
Sol acaba de romper en mil pedazos el escudo de discreción al anunciar su entrada en un tal consejo consultivo de la Diplomàcia Pública de Catalunya, uno de los chiringuitos montados para expandir por el exterior la idea de una Cataluña oprimida por España
Tras laboriosos procesos de concentración, Sol (hija del fallecido José), además de presidir Cobega, gestiona hoy la mayor embotelladora europea, muy cerca de su primo carnal Alfonso Líbano Daurella (hijo de Mercedes Daurella) y de Mario Rotllant Solá (hijo político de Francisco). Lo hacen con la discreción que siempre caracterizó a la familia, una virtud que de repente ha saltado por los aires. Nadie imagina en Barcelona que un día cualquiera Sol se levantara de la cama diciendo algo así como, mira qué bien, hoy voy a hacer algo distinto, voy a prestar mi apoyo a Diplocat que lo están necesitando…! La convicción general es que la iniciativa es fruto de las presiones de su marido, Carles Vilarrubí, un personaje de una pieza en la Barcelona económica y social de nuestros días. Castellanoparlante, tan catalana como española, Sol volvió del internado suizo donde se educó convertida en una mujer tan rica y atractiva como ayuna de relaciones sociales, justo lo que le sobraba a Vilarrubí, un hombre que, desde que en los setenta hiciera de chófer de un Jordi Pujol dispuesto a recorrer las comarcas catalanas a bordo de un Seat 600, ha tenido ocasión de conocer a la clase política y económica de la Transición entera, tanto en Barcelona como en Madrid. Un fuera de serie.
Las amistades peligrosas de Carles Vilarrubí
Cuentan con cierta sorna en Barcelona que Carles pidió el divorcio a su mujer con un argumento inapelable: “me he enamorado de una mujer muy rica, y eso solo pasa una vez en la vida”. Vicepresidente de Banca Rothschild España y del F.C. Barcelona, Carles se ha dedicado en los últimos tiempos –más o menos desde la Diada de 2012, aquella gran manifa que enloqueció a su íntimo amigo Artur Mas- a tontear con un independentismo que hoy controla una izquierda radical poco proclive a respetar el estatus de los más ricos del lugar. Son les liaisons dangereuses de Vilarrubí. Por la elegante torre que la pareja posee en Escoles Pies desfila con regularidad la flor y nata del independentismo convergente, con Mas (“Carles es el único amigo que le queda”), Quico Homs y el propio Puigdemont a la cabeza. Son ellos quienes han pedido el favor a Carles, y ha sido Carles quien ha terminado convenciendo a Sol para que, sin calibrar la trascendencia del asunto, diera su respaldo a Diplocat entrando así en el juego de esa propaganda que tan altos réditos internos aporta al Movimiento Indepe. Como era de prever, las consecuencias no se han hecho esperar. Las víctimas tienen nombre propio: Sol Daurella y la propia Coca-Cola, una marca que, tras el desgaste reputacional sufrido con el cierre de la planta embotelladora de Fuenlabrada –un episodio mal gestionado por Sol y su equipo-, se ve ahora incursa en otro escándalo potencialmente más dañino que aquel para su imagen, algo que antes o después obligará a la ejecutiva a reaccionar para salir del innecesario enredo al que le ha conducido su marido.
Alguien ha escrito que tras el salto de Daurella a la piscina de Diplocat había una razón de peso, una especie de do ut des: suavizar el impuesto sobre las bebidas azucaradas –dinamitado después por killer Montoro a nivel del Estado- que el vicepresidente económico, Oriol Junqueras, pretendía imponer en los Presupuestos de la Generalitat, pero el argumento suena a falacia. ¿Qué necesidad tenía Sol de meterse en libros de caballerías teniendo en casa al mejor lobista imaginable ante los Puigdemont y Cía? También se ha escrito que Sol, que siempre se ha fiado mucho de las relaciones sociales de Carles y de sus habilidades como tramoyista de la política barcelonesa, no calculó la repercusión de su iniciativa y que “se lo está replanteando”, entre otras cosas porque lo ocurrido, además de preocupar en Atlanta (la firma sostiene en Wall Street que la península ibérica es clave en su negocio, por tratarse de un mercado de 135 millones de personas, incluidos 78 millones turistas), donde oficia como vicepresidente mundial el español Marcos de Quinto, podría haber abierto también brecha en las relaciones de pareja, de acuerdo con algunos rumores que circulan por Barcelona.
Todo sería, no obstante, un episodio más o menos anecdótico de no haberse convertido en perfecto ejemplo del juego suicida en el que el nacionalismo burgués catalán se ha embarcado camino a ninguna parte, nacionalismo representado por una CDC hoy convertida en cuarto o quinto partido político regional, partido que, tras abjurar de cualquier principio ideológico propio de toda formación de centro derecha que se precie, se ha embarcado, de la mano del profeta Mas, en un proyecto independentista que ya no controla, porque la dirección del prusés está en manos de una izquierda radical en parte anticapitalista y antisistema. El paso en falso de Sol Daurella ejemplifica la dificultad de vivir hoy en Cataluña, incluso de hacer “vida social”, al margen del discurso totalizador de ese independentismo que todo lo anega y que ahora rechaza la Constitución como una execrable imposición sobre Cataluña, a pesar de que el porcentaje de votos favorable en su día a la misma superó en la región la media nacional. Ese nacionalismo burgués, cuyas fortunas engordó en gran medida el general Franco, se ha echado ahora en brazos de la “desobediencia”, el término de moda impuesto por la CUP, porque es la CUP la que hoy marca el paso, impone el discurso y señala los enemigos a batir. El resto se limita a obedecer.
Una Cataluña próspera y democrática
Tal es la situación, con sus ribetes dramáticos, en la que hoy se debate esa burguesía acomodada condenada a seguir adelante en la cuerda de presos que, al mando de ERC y sus rufianes, conduce a la Cataluña ilustrada hacia el desastre, incluso a esas clases medias urbanas que, hartas de tanta manipulación, han ido abandonando las filas de Convergencia sin saber ahora hacia dónde mirar. En ese marco ha abierto despacho en Barcelona la gran Soraya, dispuesta a pactar nadie sabe qué, aunque se sospecha, con una gente que no está dispuesta a ceder un ápice, a dar un solo paso atrás, en sus posiciones. Unos tipos que, en cuanto adviertan un solo signo de debilidad en la contraparte, no dudarán en redoblar la apuesta. Ninguna concesión, por generosa que sea, hará apear de sus objetivos a los Mas, Homs, Junqueras y demás familia. Con apaños, señora, no conseguirá usted sino volver a Madrid con el rabo entre las piernas. La única estrategia posible a medio plazo sería aquella que contemplara la vuelta del Estado a Cataluña con todas sus consecuencias, para dar respuestas desde el Estado a esos millones de catalanes que se sienten abandonados por él desde hace tiempo, y a esos otros que legítimamente se han podido sentir ofendidos y han optado por pasarse al “enemigo”, y a los que habría que tratar de recuperar -obras son amores y no buenas razones- para la causa de una Cataluña próspera y democrática en una España igualmente próspera y democrática.
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