José Manuel Villarejo tiene más de Sebastian Moran que de profesor Moriarty, aquella némesis de Sherlock Holmes al que Conan Doyle concedió una brillantez intelectual no del todo atribuible al comisario cordobés, aunque comparta con él ruindad. No es Villarejo el aventajado matemático que urdió una red del crimen por toda Europa, lo suyo era más bien la fontanería del Estado: espionaje político, policial, personal. Trabajó a las órdenes del PSOE, del PP y para todo aquel que pudiera pagar por sus servicios. Un tío Lobo de los poderosos, el solucionador: alguien que durante años hizo acopio de grabaciones ajenas. Las mismas que ahora, jubilado y en prisión por presuntos delitos de organización criminal, cohecho y blanqueo de capitales, salen a la luz como una advertencia. Tengo más. Que lo sepáis.
La filtración, la semana pasada, del audio en el que Corinna zu Sayn-Wittgenstein afirma que Juan Carlos I la usó como testaferro para ocultar patrimonio en el extranjero volvió a colocar al comisario Villarejo en primera línea. Quienes antes se rasgaban las vestiduras y se arrojaban desde la cornisa de su superioridad moral para afear la conducta del mercenario al servicio del Estado, se ven obligados a dar la vuelta a sus principios, dispuestos a echar mano, ahora sí, del material que antes despreciaban. Unidos Podemos, el principal socio del Gobierno, intenta llevar adelante una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados a la que se sumaron PDeCAT, Compromís y Bildu. A las cuatro formaciones las une un mismo fin: usar esas pruebas para ir contra la Corona. El camino hacia la República… independiente la de unos; bananera la de los otros.
Y aunque a Villarejo lo perfuman los vapores de las aguas fecales en las que se movió durante años, hay en su estropicio algo moralmente arquetípico, ruin como el mismísimo Moriarty
El profesor Moriarty aparece por primera vez en El Valle del miedo, la cuarta entrega que dedicó Conan Doyle a Shrelock Holmes. Su nombre se menciona cuando el detective recibe una carta anónima de manos de Polrock, sicario de Moriarty, a quien más le puede el peculio que la elegancia y a cambio de unas libras revela a Holmes algunos datos de aquel oscuro personaje que colocó su inteligencia al servicio de la creación de una red de robo, extorsión y falsificación. Eso es Moriarty: el hombre en el que Holmes podría haberse convertido si hubiese optado por el mal. Es la derrota moral, la claudicación de un ser ante sus propias bajezas.
Y aunque a Villarejo lo perfuman los vapores de las aguas fecales en las que se movió durante años y no el aroma del villano superdotado, hay en su estropicio algo moralmente arquetípico, ruin como el mismísimo Moriarty. El comisario Villarejo no es el entallado personaje a lo Ian Fleming o Somerset Maugham. No es un agente del M21 descrito por John le Carré. Aunque en sus años de juventud se empeñara en ser elegante, algo en los trajes y los cuellos de las camisas de Villarejo desprendía un modo cañí. Ahora es un hombre parapetado detrás de una gafas oscuras. El policía de alma vidriosa y mandíbula encasquillada que se paseó por las inmundicias del Estado. Alguien que puede servir de instrumento para desollar una de las instituciones centrales de la Transición.
El policía de alma vidriosa y mandíbula encasquillada puede servir de instrumento para desollar una de las instituciones centrales de la Transición
Villarejo, el que se sentó a redactar con buena letra el informe Veritas, semejante título para un documento que el propio comisario admitió que estaba hecho con pruebas falsas y en el que los prostíbulos y los GAL iban a parar a una misma letrina aliñada por él. Hay algo funesto en semejante reunión de sepultureros: el policía más temido de la democracia, el gobierno del PSOE que intenta contener a los populistas de nuevo cuño y los nacionalistas a los que Sánchez les debe la moción sobrevenida. Gente ávida de algo que pueda hacer pasar por República, siempre y cuando consigan beneficiarse de ella. Qué bien les viene este comisario para intentar las primeras paladas en la fosa que ya están abriendo, entusiastas, con la caja de herramientas que les ha dejado el comisario Villarejo.
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