Opinión

Como si fuéramos tontos

Que el show debe continuar ya lo gritó, lo cantó Freddie Mercury hasta quedarse sin aliento, hasta que se apagó su voz, hasta la extenuación. Y es literal porque no descubro nada si digo que la canción -hoy convertida en lema- no es m

Que el show debe continuar ya lo gritó, lo cantó Freddie Mercury hasta quedarse sin aliento, hasta que se apagó su voz, hasta la extenuación. Y es literal porque no descubro nada si digo que la canción -hoy convertida en lema- no es más que una metáfora de sus últimas semanas de vida. La escribió para él Brian May, guitarrista de Queen, cuando el sida había devorado ya el cuerpo del cantante como una serpiente hambrienta engulle a un roedor cuando se cruza en su camino.

Me he imaginado estos días a los dos principales candidatos a la presidencia del Gobierno (el resto ha desaparecido de las tablas) enfundados en cuero y tarareando ese estribillo -Show must go on- antes de correr la cortina y lanzarse al escenario mediático cual estrellas rutilantes del rock. Porque ellos también están de gira promocionando su espectáculo de cara al 23-J. Y yo que asisto a todas sus actuaciones cual groupie festivalera que se asombra ante los bailes coreografiados del ballet de turno. Ante las luces deslumbrantes. Los aplausos de un público adiestrado. Los besos al aire del presentador o presentadora a modo de aquellos conductores de antaño. Las sonrisas forzadas, las pullas varias y la nada más absoluta. Conversaciones girando en torno al ombligo, a los medios de comunicación. La batalla de qué programa la tiene más larga copando un debate, un diálogo vacío, sin propuestas, repetitivo hasta la saciedad en ambos casos y en todas las intervenciones. Cada aspirante con su discurso aprendido. Tratando de engatusarnos pisoteando a su rival y ensalzando sus propios méritos y logros. Nada nuevo bajo el sol, bajo los focos. Como si fuéramos tontos los espectadores, los votantes.

No es sólo lo que se dice, también lo que no. Los gestos, las muecas, las miradas, los movimientos, la ropa. Hasta los silencios hablan. Todo vale para tratar de camelarnos

Y así un día tras otro hasta las elecciones. Vendiendo cada uno su mejor versión. Su marca blanca. Su programa ideológico. Justificando lo injustificable. Sacando los dientes a relucir, ensuciando los del contrario. Tratando de comprarnos sin disimulo, con mensajes simples e interiorizados. Como si fuéramos tontos los espectadores. Y una, entretanto, que escucha atónita desde el sofá de su casa, que observa ojiplática la pantalla. Porque no es sólo lo que se dice, también lo que no. Los gestos, las muecas, las miradas, los movimientos, la ropa. Hasta los silencios hablan. Todo vale para tratar de camelarnos. Echan el resto estos días los aspirantes en radios y televisiones para seducirnos. Interpretando un papel, un papelón. Sin mentiras, dicen. Como si fuéramos tontos.

Cómo es el ansia por ocupar el sillón presidencial que no tienen miedo siquiera los políticos de lanzarse a algunos leones que llevan meses, años, salivando pensando en su presa. Tan bochornoso como su atrevimiento fingido para meterse en la jaula aún a riesgo de salir heridos, me resulta la audacia de algunos compañeros de profesión para sacar sus garras, abrir la boca y rugir sin objetividad alguna en función de su manjar. Como en política, hace tiempo también que dejé de tener referentes en un periodismo en el que sólo cuenta la lucha por el share, por el número de lectores, de oyentes, por llevarse el mayor trozo del pastel, aunque esté caducado. De ahí que ya ni siquiera me chirríen frases como: “Feijóo ha hecho más audiencia que Sánchez”. Millones de espectadores pegados a la pantalla, al transistor, alimentando la teoría de que la política interesa cuando, en realidad, no es más que el morbo en un tiempo en el que la precampaña se libra en medios de comunicación polarizados.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a ver a nuestros gobernantes en esos mismos platós, hablando con tanta soltura, con tanta firmeza?

Que el show debe continuar ya lo gritó, lo cantó el propio Mercury, pero ¿debe hacerlo a toda costa, aunque sea un esperpento, un engaño, una ilusión? ¿Está todo permitido cuando hablamos de espectáculo? ¿Y después? ¿Qué ocurrirá tras las elecciones? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a ver a nuestros gobernantes en esos mismos platós, hablando con tanta soltura, con tanta firmeza? ¿Cuántos meses, años tardarán en dar una entrevista para conquistar al gran público? Probablemente, demasiados. Es lo que ocurre siempre. No están cuando se les necesita y aparecen cuando nadie les espera o nadie ya les requiere.

Como si fuéramos tontos. Como si fuera la primera vez. Como si todo esto nos cogiera recién aterrizados de una nave espacial. Como si fuéramos a comprar todo el género que nos venden así, a la primera, sin ni siquiera mirar la fecha de caducidad, sin ni siquiera cuestionarnos el precio a pagar.

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