Las grandes casas de joyería del mundo tienen por costumbre recomprar las piezas singulares que crearon y vendieron en el pasado al objeto de enriquecer sus respectivos archivos y museos. Todo heredero que quiere desprenderse de una de esas pequeñas y valiosas obras de arte sabe que el mejor comprador será siempre la firma que la fabricó a pedido de aquel abuelo millonario cuya memoria sigue definiendo a la familia que todavía vive de sus pasadas riquezas. Pero esos joyeros legendarios, los que reciben a los vendedores en sus señoriales establecimientos, solo se trasladan personalmente para adquirirlas a poquísimos países: aquellos en los que se unen la decadencia del presente y el gran esplendor del pasado. Uno de ellos es Argentina. Es habitual que, de vez en cuando, un elegantísimo empleado de esas importantes joyerías alquile una suite del Alvear de Buenos Aires donde recibir a las grandes señoras venidas a menos y recomprarles las extraordinarias piezas que sus antepasados millonarios encargaron en el París, Londres o Nueva York de principios del siglo XX. Y es que nadie se se ha gastado con más gusto y señorío su dinero que aquellos legendarios millonarios argentinos.
Hay que ser muy rico para poder permitirse el lujo de arruinarse continuamente, como le ocurre a la Argentina desde que el país cayó en manos de Perón, primero, y de los peronistas después. Lo tiene todo y todo lo ha desperdiciado hasta que ahora, tras tocar cierto fondo, porque siempre hay margen para empeorar, ha decidido reaccionar votando a Milei. Con su discurso a la contra y sus recetas de responsabilidad personal, libertad económica y protección de la propiedad privada, al presidente argentino no le achanta el discurso izquierdista mayoritario ni le reconoce la menor superioridad moral al progresismo imperante. Es más, se crece cuando va contra él. Y ha sido así, remontando el río como los salmones, como consiguió su gran victoria electoral.
Por eso no puede llamarse a sorpresa el presidente Sánchez por la mención a su esposa, aunque haya sido sin nombrarla, en el discurso que el presidente argentino pronunció el domingo en Vistalegre. Si decides repescar al alcalde fracasado de Valladolid para que lleve la cartera de insultos y transportes y, de paso, asegurarle una nómina a cargo del erario público, tendrás que asumir que, a veces, la elección de alguien de ese perfil tan oscuro y zafio te pase factura. Oscar Puente pasa demasiado tiempo en Twitter y creyó que llamar drogadicto a Javier Milei le iba a salir gratis, con lo que demostró que es menos listo de lo que él mismo cree y mucho más torpe de lo que nos tememos todos. A Milei no le da miedo ni Puente y sus listas negras ni Sánchez y su mandíbula contraída, y le ha faltado tiempo para responderles a ambos. Aquí mismo, en la capital de España, para mayor regodeo suyo y de sus espectadores. Y es que un argentino, como todo rico empobrecido, no se va a callar nunca ante las bravatas de ese pobre enriquecido que es un español.
El gobierno socialista y sus indignados satélites, con su doble vara de medir, se han quedado solos reclamando una rectificación del gobierno argentino que mucho me temo que no va a llegar
La relación entre ambos países es tan familiar y estrecha que no se ha hecho en España frente común para defender la honra de la encargada de la extraña cátedra de la Universidad Complutense y amiga de los dueños de la rescatada Air Europa frente al ataque de un mandatario extranjero. Para una gran parte de españoles, Milei, con su acento porteño, resulta más próximo que la familia Sánchez, la del Falcon. Y el gobierno socialista y sus indignados satélites, con su doble vara de medir, se han quedado solos reclamando una rectificación del gobierno argentino que mucho me temo que no va a llegar. Afortunadamente, los lazos que unen a ambos países exceden el postureo de Sánchez y, por mucho que llame a consultas a la embajadora, no conseguirá que se consume el daño deseado. Argentinos y españoles estamos de acuerdo en muchas cosas, y no es la menos importante entre ellas que de nuestras mutuas relaciones nos ocupamos nosotros, no los gobernantes de turno.
No pasarle ni una
No cabe duda de que lo mejor hubiera sido que nada de esto hubiera sucedido, que Oscar Puente no fuera ministro y que no anduviéramos por ahí buscando y encontrando bronca. Pero es lo que hay. Ni Sánchez recuperará popularidad haciéndose el mártir ni a Milei le importa un comino lo que piensen determinados gallegos de él. La crisis pasará y solo quedará de ella el recuerdo de que es posible defenderse de Sánchez y sus abusos por el sencillo procedimiento de no pasarle ni una.
Algún día, si aprendemos la lección y las derechas españolas, parafraseando a Golda Meir, deciden odiarse menos entre ellas de lo que nos quieren a nosotros sus votantes, podremos instalar en el Palacio de la Moncloa un Gobierno que consiga no meterse fatalmente en todos los charcos. Muchos no vemos que llegue la hora de que tal cosa ocurra. Pero así será.
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