Opinión

Comunidad Emocional Iberoamericana

Quienes hayan tenido el privilegio de visitar algunos de los países de América que formaron parte del antiguo imperio español y convivir con sus residentes actuales, habrán comprobado que no todo allí es reacción a lo que la leyenda negra antiespañol

Quienes hayan tenido el privilegio de visitar algunos de los países de América que formaron parte del antiguo imperio español y convivir con sus residentes actuales, habrán comprobado que no todo allí es reacción a lo que la leyenda negra antiespañola consideró un nefasto y criminal colonialismo del que los españoles de hoy deberíamos sentirnos avergonzados. De hecho, como muchas veces he comentado a mis amigos y colegas americanos, quienes deseen denigrar nuestro pasado histórico pueden quizá encontrar más adictos a esa pretensión aquí, en la propia España. Los españoles somos así, y por eso se ha llegado a decir que somos un país que se reconoce fácilmente por su acusada falta de autoestima.

El objetivo de este escrito es, precisamente, un modesto intento de contribuir a la mejora de esa autoestima, no negando los errores que se hayan cometido en nuestra historia americana, algo que solo pueden hacer los historiadores rigurosos, sino poniendo de manifiesto la particular dimensión emocional de esa historia, una dimensión que, guste o no a algunos, nos mantiene a los españoles de hoy profundamente ligados a nuestros hermanos de América.

Hace unos años, durante la pandemia de covid-19, un grupo de colegas profesionales de España, Portugal y América, creamos un grupo de WhatsApp trasatlántico para informarnos mutuamente de la situación de la enfermedad en nuestros respectivos países. A él se fueron añadiendo en el tiempo otros amigos con los que hemos cubierto casi todo el mapa de Iberoamérica y mantenemos una relación fluida que ahora, superada la pandemia, se proyecta a otros aspectos de nuestros comunes intereses (ciencia, arte, geografía, música, experiencias humanas diversas), excluyendo, eso sí, la reyerta política y socioeconómica, pues nos hemos propuesto mantener la unidad y la comunicación por encima de cualquier partidismo ideológico que pudiera romperlas o excluir a alguien.

La experiencia, ya de varios años, nos ha enseñado que la comunicación en ese grupo se parece mucho a la que podemos mantener entre españoles, o entre americanos de uno u otro país, manifestándose sobre todo en un común modo de sentir y expresarnos, además de en un rico intercambio de las peculiaridades lingüísticas y culturales de tan extensa comunidad humana. El grupo, que combina las lenguas española y portuguesa, funciona además como una cadena informativa y de apoyo para la relación profesional o personal entre los participantes. Uno, de ese modo, siente tener amigos, una familia, más allá de las propias fronteras.

Se preguntaban ilusoria e imaginativamente sobre las ventajas de hacernos extranjeros, ventajas como la de pertenecer a países más ricos y poderosos que el nuestro

Esa manera de ser y sentir hispana, que es también en buena medida la de nuestros hermanos de América, como he tenido ocasión de comprobar cada vez que allí viajo, es la que se puso magistralmente de manifiesto hace unos años en aquel spot publicitario de la marca comercial Campofrío donde la inolvidable Chus Lampreabe junto a una buena cordada de conocidos actores y personajes del arte y la cultura española se preguntaban ilusoria e imaginativamente sobre las ventajas de hacernos extranjeros, ventajas como la de pertenecer a países más ricos y poderosos que el nuestro. Después de meditarlo mucho e intentarlo, esos personajes acababan renunciando a ello, a hacerse extranjeros, porque nuestro particular modo de sentir y expresar los sentimientos nos lo acaba impidiendo: no podemos dejar de besarnos, abrazarnos, apapacharnos a la mexicana, hablar a gritos, compartir (como esa tortilla de patatas que era para cuatro y acaba siendo para ocho)… En definitiva, "uno puede irse, pero no hacerse”, concluía Chus, renunciando con vehemencia a hacerse sueca y emocionándonos al son del clásico My way interpretado por el grupo musical catalán Los Manolos (https://www.youtube.com/watch?v=pHIikuTgQkA)

Es cierto, por tanto, que si nuestros predecesores imperiales no fueron capaces de constituir una comunidad sociopolítica como la Brithis Commonwealth of Nations (por cierto, hoy en cierta descomposición, y hasta la India va a cambiar su nombre colonial), pues ya se encargaron de impedirlo los enemigos de España, sí lo fueron, queriéndolo o sin querer, de hacer crecer una comunidad de ciudadanos, de todos los países de la antigua América hispánica, que, más allá de en su lengua común, se reconocen en un acervo sentimental que se forjó durante los siglos en que los españoles y americanos de ambos lados del Atlántico estuvieron mezclados y unidos, algo que se perpetúa en la actualidad de muchos modos.

Son las emociones compartidas, si sabemos cultivarlas, las que garantizarán, por encima de los avatares y diferencias políticas, la pervivencia de esa gran comunidad de ciudadanos de ambos lados del Atlántico

También es cierto que los procesos independentistas y el tiempo transcurrido desde que España se fue de América han cambiado muchas cosas y han creado, por intereses muchas veces espurios, sentimientos negativos contra España que prevalecen en la educación y la cultura que se promueve en algunos países y regímenes políticos de América, e incluso, desgraciadamente, en la propia España. Pero la verdad, también para lo bueno, siempre acaba triunfando y los sentimientos positivos derrotando a los negativos, y eso es lo que tarde o temprano acabaremos viendo y viviendo en nuestra relación con los pueblos americanos con los que compartimos herencia genética y cultural, además de lengua y vivencias históricas.

Aun en medio de ese gran ecualizador de modos de vivir que inyecta por doquier el proceso de globalización que vivimos, son las emociones compartidas, si sabemos cultivarlas, las que garantizarán, por encima de los avatares y diferencias políticas, la pervivencia de esa gran comunidad de ciudadanos de ambos lados del Atlántico, la Comunidad Emocional Iberoamericana, que se extiende a muchos ciudadanos brasileños identificados con buena parte de nuestra herencia común y, por las mismas razones, a nuestros vecinos portugueses.

Los errores de nuestros antepasados nunca deberían llevarnos a un alejamiento de aquellos a quienes nos une mucho más de lo que nos separa. En ningún país de los que he visitado de la América hispana me he sentido tan extranjero como me puedo sentir en Francia o en Inglaterra, y más bien me suelo sentir muchas veces como en casa, como en mi propio país, no con muchas más diferencias de las que sentimos los españoles cuando viajamos entre nuestras diferentes comunidades ibéricas. Cualquiera de los ciudadanos de esos países hermanos de América tiene derecho a sentirse de igual modo cuando visite España. ¡Vengan, si quieren, a visitar las grandes ciudades y monumentos de Europa, pero sepan, que aquí, en Europa, España es su casa!

Nada nos puede enriquecer más a los españoles de hoy como abrirles esas puertas para ayudarles en lo que podamos a su formación y compartir con ellos lo mejor que ambos tengamos

Frente al envejecimiento demográfico de nuestro país, como de toda Europa, los pueblos de América disponen de un potencial impresionante de jóvenes entusiastas, deseosos de aprender, formarse y elevar el nivel económico de sus naciones. En mis frecuentes visitas a esos países lo he podido comprobar de primera mano, viéndome muchas veces rodeado de muchachos y muchachas que quieren que se les abran las puertas del mundo, y particularmente de nuestro país, de España, para ejercer sus aspiraciones. Nada nos puede enriquecer más a los españoles de hoy como abrirles esas puertas para ayudarles en lo que podamos a su formación y compartir con ellos lo mejor que ambos tengamos.

Creo que fue García Lorca quien dijo que los españoles que no conocen América no saben lo que en realidad ha sido España. Se refería especialmente a la para muchos desconocida huella cultural y humana que allí dejaron nuestros antepasados, una huella que no la puede borrar el derribo interesado de ningún monumento conmemorativo o símbolo histórico, ni el reproche injustificado o mal informado de ningún político de cualquier lado del Atlántico. Es mucho lo que los españoles de hoy tenemos que aprender visitando el continente que un día fue parte de nuestra patria común, un continente que en su juventud de hoy encierra la semilla de un futuro que un día, quizá no muy lejano, deberá ser esplendoroso y superará a todo lo que pueda llegar a ser una envejecida madre patria que, cuando eso ocurra, debería sentirlo con el mayor orgullo fraternal.

Cómo los puertorriqueños de hoy también amenizan sus cenas al son de pasodobles, chotis madrileños y jotas aragonesas

Hace no muchos días mi esposa y yo tuvimos el privilegio de caminar el paseo del Morro, la impresionante fortaleza que construyeron nuestros comunes antepasados a la entrada de Puerto Rico. El cielo azul y la esplendorosa bahía de San Juan evocaba aquellos días en que los navíos españoles sentían la alegría de llegar a casa, a su casa de América, y lo primero que hacían al desembarcar era cruzar la todavía existente puerta de San Juan encaminándose por la vieja calle empedrada hacia la catedral puertorriqueña para, antes que nada, dar las gracias al cielo por haber superado los avatares de las muchas veces bravía mar océana. La noche anterior a dicho paseo, en el restaurante Casa Emilio de San Juan, habíamos comprobado cómo los puertorriqueños de hoy también amenizan sus cenas al son de pasodobles, chotis madrileños y jotas aragonesas. Como dicen mis colegas de allí, Puerto Rico abraza lo español, lo africano y lo taino.

Un día de 1898 España tuvo que irse de América, pues lo quiso el destino, pero su corazón se quedó para siempre frente al mar, en las murallas y entrañables calles del Viejo San Juan. Solo hay que visitar Puerto Rico y conocer a los puertorriqueños para darnos cuenta de que España, en realidad, nunca se fue ni se irá de América.

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