Ralph Waldo Emerson, de quien se habla muchísimo menos de lo que se debería, dijo que cuando un invitado a cenar comienza a hablar de su honor, el anfitrión haría bien en vigilar la cubertería de plata. No quiero decir que Sánchez vaya a meterse en el bolsillo los tenedores de plata del Palacio de Pedralbes ni que Torra – o quien diablos sea el que ha de sentarse junto al presidente, que eso no se sabe – deslice subrepticiamente en su maletín media docena de cucharas de sopa e incluso la sopera. Lo que me gustaría dejar claro es que jurar o prometer ante el monarca, al que los socios de Sánchez consideran como poco caduco y arcaico, que va a defender una constitución que tampoco respetan es, por ser suave, pelín mendaz.
Se comprende que en estos tiempos de redes sociales, tuits y demás banalidades conceptos como el honor o la conciencia sean fluidos, relativos, amoldables, incluso prescindibles. Pocos tienen en la vida pública la entereza moral suficiente para dar valor a la palabra dada y mucho menos a una promesa electoral. Los votantes están, estamos, para ser convenientemente engañados y no se hable más. Por eso el flamante presidente del Gobierno no ha tenido el menor reparo en, al salir de la toma de posesión, ponerse en contacto con el Gobierno de Torra para ir dando forma a la mesa de negociación. Mesa en la que, a tenor de lo dicho por Esquerra y Junts per Catalunya, se hablará tanto si sí como si no de referéndum de autodeterminación, amnistía para los presos, la nulidad de todas las causas que tiene pendiente el separatismo y sigan ustedes contando. Para nuestros políticos modernos – Abascal es antiguo – lo de la conciencia también es algo elástico y a estas gentes no les pillarán hurgándose en ella a solas y en lo oscuro, como demandaba Don Miguel de Unamuno, de quien tanto se habla ahora y al que tan pocos han leído.
Que Junqueras estará en la calle dentro de nada y que los Jordis también, es indiscutible. Que al resto de encarcelados se les indultará, lo mismo
Que Sánchez no encuentre contradicción alguna entre lo que ha prometido y lo que está haciendo es un signo de la postmodernidad tan reaccionaria que vivimos, basada en lo fungible, en que todo es de quita y pon, con inmediata fecha de caducidad, utilitario en sí mismo y pretendiendo que todo da igual o, lo que es lo mismo, que nada posee la menor trascendencia en el fondo. Puro nihilismo de niños bien. Lo que pasa es que acordar cosas como las que pretenden los separatistas va a tener trascendencia, y mucha, porque supone cargarse de un plumazo el sistema constitucional que nos venía rigiendo hace cuatro décadas.
Todo eso no le importa lo más mínimo a cualesquiera de los protagonistas de estas negociaciones, porque no conceden la más mínima importancia ni a la carta magna ni a nada que no sea salirse con la suya, con sus propósitos, con esas pequeñas – o grandes – mezquindades que denominamos objetivos políticos. Y aunque Aristóteles nos advirtiera seriamente acerca de que, si bien la virtud no basta para asegurar la felicidad, la mezquindad es más que suficiente para provocar la desgracia, a ninguno de los actores políticos parece preocuparles en exceso. Torra y Junts per Catalunya se ven obligados a recuperar el protagonismo que les ha quitado Esquerra, que es quien ha llevado la batuta con el PSOE a lo largo de todos los conciliábulos mantenidos hasta ahora y que han llevado a los de Junqueras a posibilitar la investidura del bachiller Sánchez con su abstención. El PSOE, por su parte, precisa aparecer ante la opinión pública, presionado por Pablo Iglesias, como el que ha sabido desatascar la cañería catalana. El PSC, auténtico ideólogo de todo este desastre, quiere que culmine este proceso para poder dar paso a su auténtico objetivo, el de un tripartito catalán con republicanos y podemitas. Y todo ello sumado nos da el desguace del edificio democrático de nuestro estado de derecho y, si me lo permiten, de la España constitucional, en aras de otra cosa que mucho nos tememos sea peor.
Que Junqueras estará en la calle dentro de nada y que los Jordis también, es indiscutible. Que al resto de encarcelados se les indultará, lo mismo, tal y como venimos anunciando en estos billetes hace tiempo. Que la lucha fratricida entre neoconvergentes y republicanos redundará en beneficio de Iceta, es de cajón. Todo eso pudiera muy bien ser legítimo dentro del lodazal en el que se ha convertido la política en nuestra tierra. Incluso lógico, ya ven lo que les digo. Pero que tales artimañas tengan algo que ver con la conciencia y el honor, eso sí que no. No puede mezclarse el agua con el aceite ni el respeto por la igualdad y la ley con lo que hacen estos señores.
Porque la conciencia y el honor son algo más que repetir como un loro un texto que, a fuerza de usarse, ha perdido su noble significado.
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