Opinión

«La confianza, cuando se ha resentido, hay que recuperarla»

Da la impresión de que se pretende que no creamos en absolutamente nada y caigamos en un nihilismo cínico para que seamos manejables


Con esta frase se refería Feijoo a las dos administraciones competentes en el asunto de la dana y veladamente, de modo más específico, a su barón regional valenciano. Esto me ha hecho reflexionar, precisamente, sobre el concepto de confianza y su desaparición en la vida política, una de las claves para entender lo que está ocurriendo en nuestro país. La confianza es la hipótesis sobre la conducta futura de otro que se basará en su predictibilidad y regularidad. A su vez, esa confianza va a determinar nuestra propia conducta de un modo o de otro.

Tenemos confianza cuando cruzamos por un paso de cebra y esperamos que el coche que viene no nos atropelle; confiamos en que la persona que está en un establecimiento público con una bata blanca y nos va a operar es alguien que tiene los conocimientos y la ética necesaria para curarnos; que ese señor con uniforme reconocible situado en una esquina está a favor de la paz y la seguridad. El mundo se mueve por una confianza creada a partir de una predictibilidad y regularidad de conductas anteriores y de la enseñanza de nuestros padres, maestros y prescriptores en general.

Esa confianza es clave en el desarrollo de los países. En un libro que se llama precisamente La confianza, el bueno de Fukuyama, tan criticado precisamente por su confianza en que la democracia liberal era el fin de la historia, dice que las culturas con altos niveles de confianza generan organizaciones complejas y cooperativas, mientras que las culturas con bajos niveles de confianza dependen más de los vínculos familiares y tienden a formar estructuras empresariales pequeñas y limitadas. Según él, la confianza es una virtud social que favorece la innovación, el intercambio y la creación de riqueza.

Nos resulta ya difícil tener confianza en un sistema autonómico que en momentos clave, de verdadera crisis, es incapaz de reaccionar con prontitud y eficacia y se deshace en reproches mutuos. O en lo que dice la TVE, la renovación de cuya dirección no puede hacerla esperar ni la catástrofe de la dana

Decía el politólogo Víctor Lapuente que el deterioro de la democracia empieza por los intangibles, como el respeto a la opinión de los demás; a lo que yo añadiría la confianza en las instituciones y en las personas. En los últimos tiempos hemos asistido asombrados a la pérdida de confianza en instituciones que antes eran fiables. Como el CIS que ahora todo el mundo considera un instrumento más del Gobierno porque no vacila -como hace pocos días- en pronosticar que el actual en el poder ganaría las elecciones cuando no ganó las últimas y desde entonces no ha hecho sino dar bandazos. Nadie cree en lo que pueda decir el CIS, convertido en un monigote grotesco al albur de los intereses del poder. También el Tribunal Constitucional se encuentra en una situación de confianza en pronóstico reservado, como hemos tenido oportunidad de comentar por aquí reiteradas veces. Su última hazaña ha sido cambiar el sentido de sus propias sentencias sobre el estado de alarma, ahora que a su vez ha cambiado la mayoría que lo controla, casi como si hubiera declarado inconstitucionales sus propias sentencias, en un alarde de contorsionismo jurídico-político. Nos resulta ya difícil tener confianza en un sistema autonómico que en momentos clave, de verdadera crisis, es incapaz de reaccionar con prontitud y eficacia y se deshace en reproches mutuos. O en lo que dice la TVE, la renovación de cuya dirección no puede hacerla esperar ni la catástrofe de la dana.

Sí que tenemos confianza en el Ejército, la Guardia civil, el Rey e incluso la Judicatura. Si tuviéramos que confiar en el CIS, en su encuesta sobre tendencias sociales, la institución que más cerca está del aprobado es precisamente la judicatura, aparte de la Constitución (6,59) porque bien se cuidan de evitar incluir en ella a la Monarquía o al Ejército desde hace años, como reconoce el mismo periódico Público, seguramente porque piensan que saldría muy malparado, aunque me temo que es porque no interesa a otros (el qui prodest, ya saben). El Rey anterior nos pudo defraudar, pero el actual solo hace alarde de empatía, responsabilidad y seriedad. El juez de primera instancia en España sigue haciendo buena la frase “aún quedan jueces en Berlín”, que le dijo el molinero a Federico II de Prusia cuando éste quiso abusar, –que se lo digan a Peinado- aunque ahora quieren, con el Proyecto de Ley Orgánica de medidas en materia de eficiencia del Servicio Público de Justicia, “acabar con la temporalidad en la Carrera Judicial y Fiscal” integrando a los jueces suplentes y sustitutos en la carrera judicial, aunque, sospechamos, lo que quiere es socavar nuestra confianza en los Jueces de Berlin.

Si todo el mundo miente, la consecuencia no es que la gente se crea las mentiras, sino más bien que nadie cree ya en nada. “Y un pueblo que es incapaz de creer en algo no puede decidir por sí mismo"

El otro día salió por la tele el jefe de la UME, dando aparentemente una opinión con consecuencias políticas, pero el Ejército es hoy una institución prestigiosa y preparadísima. Quizá por eso se dice que el nombramiento de militares por parte de Mazón para altos cargos de su gobierno lo que pretende es recuperar la confianza perdida, dado que en esas instituciones se proyecta confianza, rigor y profesionalidad, que es lo que ha faltado en los políticos una vez más.

Lo malo de todo esto es que da la impresión de que hay un designio deliberado para socavar la confianza en las instituciones. Decía Hanna Arendt que lo que hace posible el gobierno totalitario es la falta de información de la gente; si todo el mundo miente, la consecuencia no es que la gente se crea las mentiras, sino más bien que nadie cree ya en nada. “Y un pueblo que es incapaz de creer en algo no puede decidir por sí mismo. Se le priva no sólo de su capacidad de actuar, sino también de su capacidad de pensar o juzgar. Y con un pueblo como este, puede hacerse cualquier cosa.” Pues eso, da la impresión de que se pretende que no creamos en absolutamente nada y caigamos en un nihilismo cínico en el que seamos más manejables.

Lo malo de todo esto es que la reputación –y la confianza- cuesta mucho adquirirla y se pierde en un santiamén. «La reputación es como la porcelana fina: una vez rota, es muy difícil de reparar» dijo Abraham Lincoln. Por eso, Feijóo debe tener en cuenta que en efecto, hay que recuperar la confianza, pero eso no se hace ni con dos nombramientos ni con palabras. Es necesario marcar una línea y seguirla de tal manera que se cree predictibilidad y regularidad.

               

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