Cuando Ignacio de Loyola, en París, le repetía a Francisco de Jasso y Azpilicueta (más tarde San Francisco Javier) aquella pregunta depresiva, “de qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma”, estaba citando al evangelista Mateo. Trataba de atraerse al joven y brillantísimo navarro para su Compañía de Jesús. Bien. Yo estudié en los jesuitas y estoy muy orgulloso de ello, pero admito que jamás he tenido claro qué era lo que uno perdía si perdía su alma, porque nunca he sabido a ciencia cierta qué es el alma. Te pones a bucear entre filósofos y creyentes diversos y te mareas a la media hora.
Pero sí tengo la firme intuición de que el alma, sea lo que sea, decidió materializarse a principios de los años 70 del siglo pasado y se convirtió en teléfono móvil. Imagino a San Francisco Javier aterrorizado, sudando frío y al borde de la desesperación ante la posibilidad de perder su alma. Bien, pues eso es muy aproximadamente lo que nos pasa hoy a todos cuando buscamos el puñetero móvil y no aparece. En ese pequeño cacharro anida nuestra vida entera, nuestro trabajo, nuestras relaciones con los demás y una considerable parte de nuestra memoria. Si lo perdemos, somos nosotros los que estamos perdidos.
Cabe concluir, por tanto, que lo que se ha cancelado hace unos días en Barcelona era un congreso de teólogos. Podría ser, pero no. Los que se iban a reunir en el Mobile World Congress (MWC) eran los mercaderes del templo (Mateo, 21, 12-13) y no los teólogos. La diferencia salta a la vista. Los teólogos se pasan la vida discutiendo entre ellos y rarísima vez llegan a algún acuerdo. Los mercaderes, sin embargo, funcionan como las bandadas de estorninos: se mueven todos a la vez.
Confianza en China
Los organizadores del MWC de Barcelona, el mayor congreso tecnológico de Europa, decidieron cancelar el encuentro de este año mientras, en el Congreso de los Diputados, sus señorías se entretenían en algo tan apasionante y tan trascendental para el futuro de Occidente como dirimir, durante horas, si una señora de Venezuela se bajó del avión en Barajas o si permaneció en él, si puso un pie en el espacio Schengen o si puso los dos, si el avión es territorio español o pertenece a las esferas celestes. Y todo por reventar a un ministro que se llama Ábalos y que tiene las luces que tiene y ni un vatio más. ¿Ven? Eso es lo que hacen los teólogos. Recuerden la anécdota de 1453: cuando los otomanos de Mehmet II entraron por fin en Constantinopla y acabaron con un imperio que había durado más de once siglos, encontraron a los teólogos reunidos en Santa Sofía, en plena discusión sobre si los ángeles tenían sexo y, en este caso, cuál era. No llegaron a un acuerdo sus señorías. No les dio tiempo, los descabezaron antes.
Los mercaderes del templo han huido de Barcelona muy asustados y aspaventados por el peligro del coronavirus, que ahora resulta que se llama Covid-19 (habrá llamado Urdangarín para protestar, pensando que quizá eso de “coronavirus” iba por él). No se lo creen ni ellos. A primera vista, parece razonable no acudir a una reunión multitudinaria en la que se van a presentar más de cien mil personas y la mitad son chinos. El virus procede de China, así que, hasta ahí, todo bien, todo es lógico. Mejor no ir. No hay que fiarse demasiado de los chinos, dicen una cosa y hacen otra. Se empeñan en repetir que el virus no es un gran problema; cualquiera se lo cree.
Todo se va ahora en discusiones sobre quién va a pagar el inmenso pastizal que costaba organizar en MWC, y sobre si el seguro cubre o no cubre a los que se bajaron del asunto antes de la cancelación
Pero resulta que empresas enormes como Cisco, Intel o Sony, que anunciaron hace días que se retiraban del MWC de Barcelona por lo del virus, sí están ahora mismo en la feria Integrated System Europe (ISE), que se celebra en Amsterdam, y rodeados de chinos por todas partes menos por una, que es su desvergüenza. Todo se va ahora en discusiones sobre quién va a pagar el inmenso pastizal que costaba organizar en MWC, y sobre si el seguro cubre o no cubre a los que se bajaron del asunto antes de la cancelación (lean ustedes aquí al gran Marcos Sierra: lo sabe todo sobre esto), y luego, claro, a ver qué pasa para organizar el MWC del año que viene, porque las reservas se tendrían que hacer ahora, en el congreso de este mes, dejando una cuantiosa señal; así que, si en 2020 no hay encuentro, ¿qué pasará con el de 2021? Es decir, de nuevo los teólogos discutiendo sobre cosas muy interesantes, sin duda, pero obviando la cuestión esencial: ¿a quién beneficia la cancelación del MWC de Barcelona?
Mantengan en la memoria esa pregunta, que es la que ha de hacerse en todos los crímenes: Cui prodest? Cui bono? ¿A quién aprovecha esta catástrofe, que puede hundir a la Fira de Barcelona (el MWC supone, o suponía, el 30% de sus ingresos anuales) y que causará un daño tremendo a los hosteleros, a los taxistas, a los parados, al prestigio de Barcelona y de España como lugar de encuentros mundiales de primera división? ¿Quién sale ganando con todo esto? ¿A quién le interesa que la ciudad condal deje de ingresar 500 millones de euros y deje de contratar, siquiera sea por unos días, a 14.000 personas? ¿Por qué no se cancelan encuentros multitudinarios internacionales como la Semana de la Moda de París, el Salón del Motor de Ginebra o nuestra feria ARCO, y sí el congreso de Barcelona? ¿Porque van menos chinos? Venga ya.
La respuesta está en las redes sociales. El miedo es libre, eso lo sabemos desde niños, pero el miedo ni nace solo ni se propaga solo. Hay que atizarlo. Llevamos mes y medio oyendo y leyendo absolutos disparates sobre el “coronavirus”, como antes los oímos con la gripe A, que iba a acabar con la especie humana y que causó 18.000 víctimas; con el SARS, que se evaporó después de matar a 700 personas; con el célebre ébola de 2014, que iba a devastar el mundo y que se llevó a 4.500 seres humanos…
Está tardando ya el señor Torra en ponerse delante de la bandera para decir que el fiasco del MWC se debe al Estado español, opresor y odioso
¿Quién está propalando por todas partes que el actual “coronavirus” es un producto de laboratorio, que ya existe la vacuna y que esta se oculta para que las farmacéuticas hagan negocio? ¿Que la culpa la tienen los chinos que comen murciélagos, o que la tiene Bill Gates, o que el virus de las narices se cura bebiendo lejía? ¿Quién inventa todas esas sandeces, pensadas para tontos o para ignorantes, pero que se multiplican muchísimo más que el propio virus y que siembran la duda en todas partes, incluidos los despachos de las grandes compañías internacionales de comunicación?
¿Por qué nadie dice que, según los “expertos” de primera hora, hoy mismo, 15 de febrero, debería haber en el mundo 114.000 muertos y cinco millones y medio de infectados por el coronavirus, cuando las cifras reales son infinitamente menores? Esperemos un poco. Tampoco demasiado, quizá unas semanas o unos meses. Estemos atentos hasta que salte alguien que proponga organizar el MWC en otro sitio. A lo mejor es Rusia, no lo sé. A lo mejor es Nueva York, en las inmediaciones de la torre Trump, tampoco lo sé. Pero no me extrañaría en absoluto. Tanto unos como otros son los mejores especialistas del mundo en inventar noticias falsas, las ya famosas fake news que acaban provocando crisis, falseando elecciones o encandilando a patriotas ingenuos allí donde se les antoja. Lo saben hacer. Lo están haciendo todos los días. Y hay gigantes de la comunicación, como Fox, que les apoyan y les siguen la corriente. Cui prodest? No habrá que esperar mucho para verlo.
Por cierto: demasiado está tardando ya el señor Torra en ponerse delante de la bandera para decir que el terrible fiasco del MWC se debe al Estado español, opresor y odioso donde los haya, que ha maquinado y sigue maquinando para hundir a Cataluña. Eso tendría la misma verosimilitud que decir que el coronavirus se cura bebiendo lejía, pero ya verán cómo un día u otro sale alguien que lo dice, sea Torra o sea alguno de sus filisteos. Y, como es natural, habrá gente que se lo crea. Mucha gente. Porque con esto pasa como con las fake news, las epidemias, el alma o la teología: la gente se cree lo que quiere creer. Y así nos va luciendo el pelo a todos.
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