Rinocerontes es una obra de teatro escrita por Eugène Ionesco, estrenada el 1° de noviembre de 1959 en el Düsseldorfer Schauspielhaus. A lo largo de tres actos, los habitantes de un pequeño pueblo se transforman, misteriosamente, en rinocerontes. La única persona que no experimenta la metamorfosis es el personaje central, Berenger, un hombre permanentemente criticado por su adicción a la bebida, por su apariencia descuidada y por su obsesión con el fenómeno. La obra es una alegoría del conformismo y la mentalidad de cardumen.
Excepto Berenger, todos los personajes hablan utilizando clichés. Cuando se encuentran por primera vez con los rinocerontes, exclaman “¡Vaya,vaya, lo que faltaba!”, eslogan repetido veintiséis veces en toda la obra. Ionesco afirmaba que los lugares comunes son el recurso de quienes no ejercitan el pensamiento crítico. Alguien pronuncia el cliché “¡Nunca es tarde!” y los demás personajes lo repiten mecánicamente veintidós veces. Berenger es, para entendernos, el único sobreviviente de un mundo perdido lo cual, para Ionesco, es como decir el último individuo, la última pieza del rompecabezas humano no sometida a la superstición de moda.
Cuando ya no hay modo de hacernos entender por el otro, da la impresión de estar enfrentados a bestias irreflexivas, rinocerontes por ejemplo
Rinoceritis es el efecto más notorio producido por la fuerza gravitacional de la pereza en la sociedad industrial. “Siempre me impactó lo que usualmente se denomina opinión pública, su evolución, su poder de contagio epidémico. Al permitir ser invadida por ideologías la gente sufre una mutación mental. No sé si usted lo ha notado. Cuando ya no hay modo de hacernos entender por el otro, da la impresión de estar enfrentados a bestias irreflexivas, rinocerontes por ejemplo, que con su proverbial mezcla de candor y ferocidad nos pueden aniquilar sin sentir culpa. Como la historia nos ha enseñado en el último cuarto de siglo, las personas transformadas no parecen rinocerontes, son rinocerontes”, declaró durante una conversación con la escritora Claude Sarraute en 1960.
Una comunidad respetuosa de la individualidad es necesariamente caótica. Quienes anhelan vivir en un club de himnos y uniformes promueven la persecución del disidente. No hay registro de experimento social monocromático que no haya sido una carnicería de comienzo a fin. La deriva totalitaria impregna todas las formas de organización social. Es el resultado del proceso de coordinación y control a escala industrial promovido desde el ámbito digital en los últimos veinte años. Si la religión tiene como objetivo estremecer los corazones, sólo echar una mirada a una granja de servidores alcanza para congelar la médula de los huesos de la persona más cínica del universo.
La cultura de la cancelación no debería sorprender ni indignar. Es el destilado natural cuando vastas mayorías piden a gritos un líder y un padre
Cuando se trata de emociones, los gobiernos y las grandes corporaciones informativas tienen a mano un vademécum que recuerda al Index Librorum Prohibitorum, el listado de lecturas prohibidas vigente desde el siglo XVI hasta su abolición en 1966. El moderno catálogo de herejías es utilizado por el burócrata y el animador bufón de turno para saber qué sentimientos pueden liberarse públicamente sin riesgo de recibir apercibimiento o castigo. La cultura de la cancelación no debería sorprender ni indignar. Es el destilado natural cuando vastas mayorías piden a gritos un líder y un padre.
La dramaturgia de Ionesco sitúa al individuo como único protagonista posible en el escenario de la tragedia humana. Un sujeto colectivo no tiene existencia real fuera del ámbito de la comunicación coloquial. Los omnipresentes clichés memoria, pensamiento, responsabilidad colectiva, entre otros, derivan de la premisa de que la sociedad es como una persona a la cual se le pueden asignar características específicas. Un grupo es, siempre, la resultante inerte de la suma de sus miembros. Y todo lo demás es literatura.
Ionesco detestaba a la manada y se burlaba de ella de todas las formas posibles. No extraña, pues, que fuera condenado por los favoritos de la intelectualidad francesa cada vez que presentaba una nueva obra. Nunca se doblegó ante las máximas y modas de ocasión. Su comportamiento antisocial, un crimen flagrante para una mentalidad totalitaria, todavía hoy escandaliza a quienes reducen la condición humana a un engranaje en el interior de una máquina.
"Ellos son los culpables del ascenso del nazismo. No los autores de las obras más egregias sino los intelectuales profesionales: escritores, periodistas y académicos"
“Yo viví la nazificación de Francia. Al comienzo mucha gente se oponía. Sin embargo, con el transcurrir de los meses el número de quienes resistíamos decreció dramáticamente. En mi caso era una oposición moral, para nada heroica, pero aun así difícil de sostener debido a la agresividad de la propaganda. Rinocerontes es un juicio a los intelectuales. Ellos son los culpables del ascenso del nazismo. No los autores de las obras más egregias sino los intelectuales profesionales: escritores, periodistas y académicos. Rinocerontes es una obra pensada como un juicio a todos ellos.”, le dijo en 1961 a la periodista Judith Jasmin.
Sesenta años después los rinocerontes se multiplican por minuto. Acelerada por las redes sociales la decadencia de Occidente es un hecho consumado. Por ahora, la libertad de expresión y el derecho de cada uno a hacer el papel de abyecto idiota son prerrogativas debidamente protegidas.
Gustavo Jalife autor de Der Führer is Your Daddy: Reflections on politics, the news industry and social media from inside the pandemic vortex. Puede leerse en: https://gjensayos.wordpress.com/
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