Hubo codazos en el fotomatón para hacerse con La Polaroid de esta semana. Un Pablo Iglesias, afectado como un mal barítono, defendiendo a la fiscal que en su día guillotinó como ministra. También Alba González, elegida para encabezar la nueva dirección general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial en el Ministerio de Igualdad, y que renunció por no ser negra. Hasta la RAE tuvo que intervenir para aclarar que no es "gramaticalmente aceptable" hablar de Consejo de Ministras si en el Gobierno hay ministros varones.
En el universo Marvel del gabinete de Pedro Sánchez y su versión en modo Salón de la Justicia de Lledoners, todo es susceptible de agigantarse. Es una tormenta de maíz que se abalanza sobre nosotros, obligándonos a picotear, como gallinas, el grano que habrá de cebarnos. Si hubiésemos sabido que la democracia se parecía tanto al pienso, nos habríamos ahorrado la dieta de 18 meses y la repetición electoral. Por eso, en La Polaroid de esta semana cabemos todos, apretaditos e incómodos, rehogados en buenismo y ya empachados de menestra.
Pablo Iglesias se ha tragado un barítono y la encargada de igualdad racial renuncia por no ser negra...
Que la primera muerte ocurre en el lenguaje es algo que los últimos doscientos años corroboran. Ningún territorio de la palabra es infértil y justo por eso ha de ser conquistado. Ya lo dijo Doris Lessing (1919-2013), Premio Nobel de Literatura, en su libro Las cárceles que elegimos (Lumen), una gragea de la Lessing más leñera y certera y que prácticamente comenta la actualidad. Aunque se publicó en inglés en el año 1987, las conferencias reunidas en este libro se tradujeron hace apenas dos años. En ellas, la autora plantea cómo los seres humanos, aun teniendo las herramientas para lidiar sus dificultades, eligen no hacerlo.
La primera tarea de quien ejerce el poder es la degradación del lenguaje. La vieja receta de la menestra, servida en nuevas cucharadas soperas
Doris Lessing nació en Kermanshah (antigua Persia, hoy Irán), aunque su familia se trasladó años después a Rodesia (hoy Zimbabue), lugar donde pasó parte de su infancia en una granja. Ahí, Lessing conoció la segregación de una sociedad a la que retrató en sus novelas y que sigue estando presente en estos ensayos. La conciencia política y ciudadana intrínsecas al acto de escribir forma parte de todos y cada uno de los ensayos de este libro y demuestran, claramente, el uso del lenguaje como el arma más poderosa.
Militante del Partido Comunista en los años cincuenta, Lessing se desmarcó y señaló los excesos del estalinismo mucho antes que un puñado de pensadores y escritores. Fue una escritora valiente, potente, rebelde y nada le molestó más que que la tildaran de feminista. Nunca cambió sus hábitos ni su estilo espartano, ni siquiera cuando en 2007 se convirtió en la escritora más anciana en recibir el Nobel de Literatura. Es ella quien advierte, con más de treinta años de antelación, que la primera tarea de quien ejerce el poder es la degradación del lenguaje, la segunda es la repetición y la tercera el recurso del eslogan, reducir ideas complejas a una fórmula verbal simple.
La vieja receta de la ministra y la menestra, servida en nuevas y relumbrantes cucharadas soperas.
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