Opinión

El Consell de la República es lo mismo que un festival gay

Ojo, no lo digo yo, lo dice Elsa Artadi. Según la portavoz del Govern, presentar el Consell en el Palau equivale a otras presentaciones: el ascenso del Girona a Primera,

Ojo, no lo digo yo, lo dice Elsa Artadi. Según la portavoz del Govern, presentar el Consell en el Palau equivale a otras presentaciones: el ascenso del Girona a Primera, el aniversario del Festival de Perelada o el Circuit Festival, considerado por todos como The Biggest International Gay Festival. Si ella lo dice...

En estos tiempos de estúpidas autocensuras en aras de la corrección política en los que asistimos atónitos a espectáculos como que la palabra 'mariconez' de una canción de Mecano se considere homófoba, todo puede suceder. Es, por tanto, notable y aún reconocible que la señora Artadi, al ser interpelada acerca de si el Govern considera de recibo presentar en el Palau de la Generalitat al Consell de marras, diga que se trata de una presentación más. Diga usted que sí, no han de darnos miedo las palabras, sino aquellos que las pronuncian.

Seguramente hace mella en el ánimo de los conspicuos dirigentes de la cosa estelada saber que una encuesta publicada en El Periódico los deja tan solo con un 42% de catalanes que piden un referéndum sobre la independencia. El suflé separatista va bajando día a día, cosa nada extraña porque los espectáculos circenses, a fuerza de ser siempre más de lo mismo y por más bien organizados que estén, acaban cansando al respetable. Y ni Puigdemont, ni Torra ni su troupe de hiperventilados pueden ofrecer a su gente nada novedoso. Han intentado vender a la mujer barbuda de la república inminente hasta que a la pobre le han salido canas, han hecho más volatines que Pinito del Oro con la metodología infalible para llegar a la república, han movido más naipes que Tamariz con tal de que siempre les saliese la sota de bastos, y nada. Incluso los payasos del asunto, tristísimos, como Albá, Moliner, Jair Domínguez, Soler, et altri ya solo arrancan aplausos entre los muy suyos.

La encuesta, realizada por GESOP dice que, sumado todo, hay un contundente 56% que desearía buscar una cierta mejora en el autogobierno, frente a un 34’8% que solo busca la independencia. Añado: el tan traído y llevado “mandato popular del 1-O” recibe la consideración de carente de legitimidad por parte de un aplastante 68,4%, frente a un casi testimonial 28,8% de encuestados que aseguran que fue válido. No es preciso ser un mago de las matemáticas para ver que incluso buena parte de los separatistas – porque si no, no se entenderían los tantos por ciento – saben perfectamente que aquella farsa podría ser una protesta, un acto testimonial, lo que se quiera, todo, menos algo con el menor viso de legitimidad para nadie. Y mucho menos una premisa con la que justificar toda una escalada de provocaciones ni una obra de gobierno. Nos lo dice el escandallo de la encuesta, para llanto y crujir de dientes del entorno de Waterloo: el cincuenta por ciento de los votantes de Esquerra, el cuarenta y dos de Junts per Catalunya y el treinta y siete de los de las CUP comparten esa visión respecto al pseudo referéndum. Redoble de tambor. Al equilibrista se le han caído todos los platos por el suelo.

Más allá de que las encuestas son lo que son, y bien sabemos cuantas veces yerran, acostumbran a marcar tendencia. La de esta es innegable. El separatismo vivió momentos álgidos en los que rozó el 50% de la aprobación social, pero en estos momentos se encuentra en lento e implacable declive. Las puyas de Sebriá, y de Esquerra, respecto a la Crida y al PDECAT, por ejemplo, diciendo en tono socarrón que a él le parecía estupendo que la derecha se reorganizase como mejor le conviniera. Si los mismos separatistas andan a la greña entre ellos, ¿cómo no van a desencantarse los que creyeron en sus cantos de sirena? ¿Y como no deben estar hasta las meninges quienes jamás compartieron esa ruptura con España y, ya puestos, entre catalanes?

Que exista un setenta por ciento que desee votar no significa que todos quieran la república de Pin y Pon emanada desde Bélgica, y ahí les duele a los impulsores de este desastre político, social y económico. Que la señora Artadi quiera quitarles hierro a las humoradas 'puigdemontianas' equiparando al fantasmal y nebuloso Consell de la República con una asociación cualquiera, no es baladí. Se cura en salud huyendo de épicas gesticuladoras, intentando dar un pátina de normalidad por si los tribunales a lo que es ilegal.

Uno desearía que, efectivamente, todo lo que se ha promovido, financiado, publicitado hasta la extenuación o estimulado con dinero público, dedicándole unos recursos que para sí quisieran nuestra sanidad pública o nuestros servicios sociales o nuestras pensiones, hubiera estado dirigido a finalidades concretas de una cierta utilidad. Porque el Circuit posee esas características, y el Festival de Perelada y el notable hecho de que un equipo modesto ascienda a primera.

Que el resquemor, la vanidad, la tontería y las ganas de seguir marraneando la vida política catalana sean lo mismo, no. El Consell carece de ninguno de los atributos citados, porque solo es puro humo, como hemos visto en tantas ocasiones. ¿Recuerdan ustedes aquel pomposo 'Pacte per el Dret a Decidir'? Pues eso. Flaco favor ha hecho, pues, doña Artadi a sus conmilitones, metiéndolos en el mismo saco que entidades que sí representan cosas concretas, personas específicas, anhelos perfectamente respetables. No hay punto de comparación entre cualquiera de ellas y el mantenella y no enmendalla de Puigdemont y Torra. El espectáculo de feriante barato de esta gente podrá mantenerse aún cierto tiempo, pero lo cierto es que la gente va saliendo silenciosamente de la carpa circense, acordándose de toda la parentela de quien le vendió una entrada para ver milagros y solo ha sido capaz de ofrecerle un cobarde número de escapismo en el maletero de un coche.

Los números de la encuesta lo dicen. El telón baja, y sería aconsejable que aquellos del PDECAT que están entre bambalinas ayudasen a que cayera lo más rápidamente posible y pudiéramos pasar a otra cosa.

La gente de la calle, incluso la suya, está más por eso que por otra cosa.

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