En medio de toda la confusión que existe en Cataluña están pasando desapercibidos algunos movimientos políticos de gran calado. Uno de ellos, y no el menor, es quién va a acabar quedándose al frente del PDeCAT, la antigua Convergencia. Algún candidato hay, parece.
No es independencia para viejos
Los seniors de CDC no dejan de hacer conciliábulos. Entre la perplejidad ante el golem que han creado después de tantos años de nacionalismo machacón y excluyente y la irritación que les produce Carles Puigdemont –recuerden, lo eligió Artur Mas, no la cúpula del partido– se mantienen en un equilibrio hipócrita que emplea el aplauso público y el puñal envenenado a las espaldas.
En las comidas que menudean estos días en Barcelona, comidas a las que asisten las viejas glorias pujolistas y algunos destacados hombres de negocios, se busca un mirlo blanco, un candidato para que administre el naufragio al que ha llevado Mas y sus delirios al antaño todopoderoso bloque nacionalista catalán. No es tarea fácil.
Se busca un mirlo blanco, un candidato para que administre el naufragio al que ha llevado Mas y sus delirios al antaño todopoderoso bloque nacionalista catalán"
En primer lugar, son muy pocos los que ambicionan ocupar el puesto de líder de un partido en descomposición, sin futuro y sin posibilidades de gobernar en Cataluña. Recordemos que el PDeCAT, por no tener, no tiene ni grupo parlamentario en las Cortes. Lo que debe estar riéndose Josep Antoni Duran Lleida, el gran muñidor de los pactos con PSOE y PP. En su reciente libro “Un pa com unes hòsties” el político de Alcampell dice cosas interesantes al respecto. Es alguien con la suficiente experiencia política como para tener en cuenta sus opiniones. De sus desavenencias con Jordi Pujol y su entorno o de su rivalidad histórica con Miquel Roca podría escribirse una enciclopedia. Denostado por lo más puristas, odiado por los independentistas, y en la actualidad apartado de toda actividad pública, Duran es nombrado muchas veces por aquellos que buscan una salida al lío separatista, convirtiendo en muro de las lamentaciones manteles y comidas.
Pero el político demócrata cristiano ya ha dejado claro por activa y por pasiva que no cuenten con él. Hace bien. Una vez desaparecida Unió, y sin un partido catalanista de centro, su papel sería poco menos que gigantesco. Ahí es nada. Reflotar ese espacio que el proceso ha pulverizado, crear ex novo una fuerza política y asegurarse un puesto en el futuro Parlament. Además, en eso están otros, como Fernández Teixidó o Roger Muntañola, exmiembros de CiU, con su plataforma Lliures. No, no es ahí donde están buscando esos sesudos señores el candidato que suceda a Puigdemont.
Según dicen, lo que se requiere es alguien joven –qué manía con la juventud, como si tener experiencia fuese un pecado mortal-, con buena imagen pública, moderado, con experiencia en la gestión pública y que se deje aconsejar. Tampoco hay tanta gente con ese perfil, especialmente en lo que afecta a la moderación, porque aquí, el que más y el que menos, ha hecho de la gesticulación independentista una manera sencilla de asegurarse cargo y poltrona.
Más allá de que el actual Conseller de Interior Joaquim Forn deje caer por ahí que piensa dejarlo –se trataría de un movimiento táctico de cara a las próximas municipales, ya ven si tienen claro estos chicos que no va a haber independencia– o que el de Justicia, Carles Mundó, amague con tirarse en marcha del tren, por si los Soto del Real, sí que hay alguien que ha expresado, ni que sea sotto voce legatíssimo, en no pocas ocasiones su malestar con la manera en que se ha llevado el proceso y la influencia que han tenido las CUP en él. Se trata de Santi Vila, actual responsable de la cartera de empresa.
El reparo que puede hacerle el electorado catalán tanto a Vila como a cualquier otro excargo de la Generalitat es enorme: ¿Y usted por qué no ha dimitido antes de llegar a todo esto?"
Vila podría reunir los requisitos que pide el sanedrín convergente: joven, dialogante, incluso ha hecho pública su condición de homosexual, lo que le da una pátina de modernidad indiscutible. Hasta ahí, todo perfecto. Pero el reparo que puede hacerle el electorado catalán tanto a Vila como a cualquier otro excargo de la Generalitat es enorme: ¿Y usted por qué no ha dimitido antes de llegar a todo esto? ¿Por qué no se ha opuesto en el Consell Nacional del PDeCAT a toda esta insensatez? ¿Por qué ha consentido con su silencio cómplice o, directamente, su actuación a favor, los planes suicidas del gobierno de Puigdemont?
Nada puede responder Vila a tales acusaciones. Que la derecha nacionalista catalana tenga miedo a estas alturas de las CUP y de los disturbios que pueden acarrear sus acciones de guerrilla urbana es poco menos que incomprensible. Habrá que recordarles a las viejas glorias convergentes cuando alababan a los antisistema con media sonrisa, diciendo que aquello sí que era la verdadera izquierda. Son otro monstruo creado por el establishment catalán, por el régimen que durante cuatro décadas ha sometido a la mordaza a la gente que discrepaba. No se hagan ahora de nuevas, porque no hacía falta ser Nostradamus para adivinar cómo iba a acabar esto.
Santi Vila sabe muchas cosas acerca de lo sucedido en Cataluña en los últimos años. Algunas por haberlas vivido en primerísima persona. Es memorable su declaración en una entrevista a Catalunya Ràdio cuando reconoció – quizá se le escapara – que, sin el proceso independentista el gobierno convergente lo habría pasado muy mal teniendo que explicar los brutales recortes que aplicó Mas en temas sociales. Vila es consciente del engaño que han supuesto estos últimos cinco años y el enorme despropósito al que nos ha llevado una política dirigida hacia un solo objetivo: salvar a Mas y a la ex Convergencia. También sabe que, a partir de enero próximo, Andorra levanta el secreto bancario, lo que podría acarrear algunas sorpresas entre los que, siguiendo el ejemplo de Marta “Madre Superiora” Ferrusola, creyeron que sus billetes estarían bien protegidos en los bancos del país de las nieves. Allí se habla catalán, claro, y eso les debía tranquilizar mucho.
Vila sabe cosas, sí, quizás demasiadas para el gusto de algunos actuales dirigentes procesistas. Ello no es óbice para que su nombre aparezca una y otra vez en esos ágapes que buscan seguir manteniendo algo que se destruyó hace ya muchos años, a saber, la imagen de un partido nacionalista catalán capaz de entenderse con el estado. La dicotomía de Bismarck en Cataluña y Bolívar en Madrid, acuñada por el propio Pujol en su día, no tiene el menor atisbo de prosperar. Son décadas de adoctrinamiento en las escuelas –por cierto, algún día sabremos el motivo por el cual el PP se ha negado a la propuesta de Ciudadanos acerca de investigar esto-, décadas de TV3 machacando con el supremacismo catalán, décadas de listas negras en los negocios, en la cultura, en el periodismo.
La dicotomía de Bismarck en Cataluña y Bolívar en Madrid, acuñada por el propio Pujol en su día, no tiene el menor atisbo de prosperar"
Vila, por mucho empeño que ponga, no podrá explicar cómo es posible que la presidenta del Colegio de Periodistas, Neus Bonet, que acaba de posicionarse en contra del 155 y que ha jamás ha criticado la censura existente en los medios públicos catalanes, trabaja en Catalunya Ràdio presentando el informativo de los mediodías sin tener que sonrojarse. Tampoco podrá decir demasiado cuando el caso del tres por ciento vaya apareciendo a la luz pública, de la misma manera que poco podrá añadir a la confesión del expresident Pujol, a los cargos a los que se enfrenta su familia, al saqueo del Palau de la Música, al caso Pretoria y suma y sigue.
Tampoco su sola presencia hará volver a estas malhadadas tierras a las más de mil cuatrocientas empresas que se fueron para no volver, me temo. Es decir, su modernidad, su imagen, su aparente ventaja no sirve para nada porque es, lo decimos con todas las letras, cómplice necesario en la comisión de un delito, un delito que no es otro que prevaricar. Porque prevaricar es mantener cerrado a un Parlament después de aprobar dos leyes que vulneran todo el marco legislativo democrático, entre ellas el mismo Estatut.
Conseller, usted debió dimitir hace tiempo, convocar una rueda de prensa y explicar por qué se marchaba, crear un partido nuevo e intentar así ganar el futuro. No lo hizo. Es, por tanto, tan responsable de lo que está pasando como el resto de sus colegas de gabinete. Busquen, pues, esos sabios convergentes con un candil en otros lares a aquel que ha de salvarles sus insignes posaderas, porque aquí, en este terreno, no lo van a encontrar.
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