Opinión

La Constitución, herida pero no vencida

Consummatum est. Todo se ha cumplido. La Constitución de los españo

Consummatum est. Todo se ha cumplido. La Constitución de los españoles es derrotada por el Congreso de Diputados dividido, 177 contra 172, pero no vencida, al menos por ahora. Es un sinsentido pues la legitimidad del Congreso dimana de la Constitución contra la que actúa.  La España constitucional ha perdido una batalla, pero no la guerra. Otra vez la izquierda y los separatistas vuelven a romper el orden constitucional que han jurado o prometido guardar y hacer guardar, aunque sea con trampas.  Los diputados del PSOE, con una obediencia bovina al amo, han votado a favor de la ley de amnistía, sabiendo que es inconstitucional, pero no les importa. Han antepuesto el poder a la honestidad personal. Todo un perfil de diputados.

El Congreso de Diputados no puede caer más bajo. Todavía resuena en la memoria la fatídica sesión que niega la igualdad entre españoles, pues deja abierto un boquete a la impunidad, a la irresponsabilidad de los delincuentes contra España, y eso con independencia del recorrido efectivo que tenga su aplicación en la Justicia europea y en la corte constitucional. Ciertamente, la Constitución española sufre un golpe, donde más le duele: la integridad del Estado de Derecho, pero sigue en pie. No ha sido derogada por ahora, aunque Sánchez ha unido su destino a unos socios que la quieren derogar e impulsar un proceso constituyente que acabe con la Transición, la libertad individual, la integridad unitaria de la Nación española, la monarquía constitucional, la separación de poderes, la libertad de empresa…

El PSOE lo ha vuelto a hacer: actuar en contra del Estado de Derecho y la igualdad ante la ley de los españoles como hace casi un siglo. En los años 30 del siglo pasado conspiró contra la Constitución de 1876 en la Conjura de San Sebastián, agosto de 1930, con comunistas varios y separatistas, y logró acabar con ella, pues, en menos de un año, pasaron de la conjura al gobierno provisional de la II República con beneficios para los separatistas; apoyó la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930); lideró un golpe de Estado, junto con anarquistas y comunistas, contra la República (Revolución de Octubre de 1934 en Asturias con muertos y heridos) que fue sofocado por la autoridad republicana, a través de los militares Franco, Goded y otros.

Repiten como loros las consignas del laboratorio monclovita, según un código que impide que aflore la mínima responsabilidad personal ante la ofensiva del PSOE contra el orden instituido

La marca PSOE recuperó prestigio durante la Transición con un perfil socialdemócrata clásico, inducido por EE. UU. y RFA (interesaba una alternativa socialdemócrata al comunismo pro-soviético del PCE).  Todavía vive de ese prestigio, pero ya no se corresponde con los hechos. La marca de ha degradado. Desde Zapatero, y ahora con Sánchez, vuelve a ser un partido decantado al populismo neocomunista, con gentes de más bajo nivel, pero muchos de sus votantes siguen enganchados, incapaces de ver más allá. No he oído entre los actuales diputados y senadores del PSOE a ninguno que haya presentado un perfil personal de duda razonable entre el partidismo y la ética política, de las convicciones y de la responsabilidad. En cuanto a las convicciones, repiten como loros las consignas del laboratorio monclovita, según un código que impide que aflore la mínima responsabilidad personal ante la ofensiva del PSOE contra el orden instituido. Se puede ser un militante de partido con visión y responsabilidad propia, pero no lo han sido, más bien una caterva de borregos adocenados. La carencia de estos valores en representantes públicos lleva al ciudadano a percibir la política partidaria como una banda de oportunistas.

Actúa como si la fuente del poder fuera su voluntad, cuando el poder que ejerce es de la entidad unitaria denominada Nación o pueblo español

La ejecutoria socialista, del poder ejecutivo y del Congreso de Diputados, con el liderazgo de Sánchez ha traicionado el contrato social, base de legitimación política y social, expresado en el consentimiento de los gobernados. En efecto, los españoles no le dieron mayoría, sino una minoría (121 escaños frente a 167 necesarios). En contra de la voluntad soberana, urdió una mayoría oportunista con otros partidos perdedores y gobierna, en consecuencia, en contra del interés general. Ahora nos impone la amnistía a sus socios, insurrectos contra España. Tal medida no constaba en el programa electoral sino todo lo contrario. Actúa como si la fuente del poder fuera su voluntad, cuando el poder que ejerce es de la entidad unitaria denominada Nación o pueblo español; es un simple representante a plazo y con controles, pero ha invertido los términos de la legitimidad política en democracia: él es el amo, su acción representa sus intereses particulares para permanecer y usufructuar el poder para su partido. Tiene bien colocados a los más fieles y útiles en instituciones públicas y empresas. Su forma de concentrar el poder genera inevitablemente la proliferación de casos de corrupción política y económica como estamos viendo cada día en los medios libres, con la típica reacción defensiva acusatoria de difundir el fango.

Los ciudadanos españoles somos su excusa, pues afirma que todo lo hace por el bien del pueblo, y que el PSOE es el partido que más se parece a los españoles, como los dictadores comunistas de la Europa del Este después de la II Guerra Mundial, o ahora los dictadores bolivarianos asiduos empobrecedores, materiales y morales, de muchas naciones hispanoamericanas.

La progresiva degradación moral y material suelen ir parejas: es la espiral del empobrecimiento que aqueja actualmente a las democracias liberales mientras crecen las dictaduras en el mundo (comunistas, teocráticas y pseudodemocracias), cuya influencia crece en todo el planeta, en Oriente extremo y medio, en África y América del Sur.  

Hace unos días, leía la entrevista, publicada en The Objective, concedida por Martin Baron, exdirector del Washington Post y el Boston Globe, a propósito de la presentación en Madrid, de su nuevo libro, Frente al poder: Trump, Bezos y el Washington Post. Entresaco este certero diagnóstico: “muchos políticos actúan como si fueran actores en una obra de teatro en la que no tienen ninguna responsabilidad para el país. Se comportan como si su única responsabilidad fuese ser elegidos de nuevo (…). También hemos visto una disminución en la confianza de todas las instituciones de nuestras democracias (…) Casi todas sus instituciones han sufrido una pérdida de confianza entre la gente y para mantener una democracia fuerte necesitamos instituciones fuertes que cumplan sus responsabilidades y mantengan sus normas”. 

Asistimos al debilitamiento de las instituciones: politización con nombramientos al margen del mérito y capacidad objetivas, puestas al servicio del poder, no de la sociedad

Une en su relato “la confianza ciudadana con instituciones fuertes y responsabilidad”, esto es, los vínculos democráticos entre la ciudadanía y los políticos son las instituciones sólidas e independientes que responden por sus actos. Lo aplica a la democracia norteamericana, pero eso mismo ocurre en la democracia española. Asistimos al debilitamiento de las instituciones: politización con nombramientos al margen del mérito y capacidad objetivas, puestas al servicio del poder, no de la sociedad. Nos hemos acostumbrado a la impunidad de los políticos; no responden por sus actos irresponsables. Son inmunes, se protegen unos a otros en su esfera de influencia.

La salud y permanencia de la democracia liberal en España está en juego. Los dados están echados. Las fuerzas de degradación actúan a la luz y a las sombras. Por sus obras los estamos conociendo: debilitamiento del Estado de Derecho (amnistías sin condiciones, código penal a gusto de delincuentes políticos, amnistía contra la Constitución…), la propaganda sustituye a los datos y la información objetiva, los separatistas siguen haciendo lo que quieren en sus feudos sin que el Estado, controlado por Sánchez, haga nada que moleste a quienes le votan.

Pese a que, en apariencia superficial, todo va bien inducido por la propaganda del poder, los indicadores de salud sociocultural y económica, anunciados con reiteración por diversos analistas, profesionales, académicos, juristas, empresarios y periodistas, nos vienen alertando de que seguimos bajando por la pendiente de la degradación. No hay nada más engañoso que lo que se hace pasar por obvio. Debemos ser conscientes que una nación degradada es caldo de cultivo para experimentos revolucionarios a los que aspiran comunistas y separatistas, como tuvimos trágica experiencia durante la primera mitad del siglo XX. El proceso de destrucción del orden constitucional y el deterioro institucional al que estamos asistiendo es intencional; nos lleva a otro escenario que hace tabla rasa del pacto civil de la Constitución de 1978. Pero no todo está perdido.

Antídotos contra el totalitarismo

Todavía estamos a tiempo de revertir la tendencia. Cuatro factores son decisivos contra la involución neocomunista: los partidos comprometidos con el orden constitucional por una España unida, libre y próspera, la ciudadanía organizada y presente en la vida pública a través de una plataforma que una la diversidad de asociaciones y fundaciones civiles, la Judicatura eficaz y responsable con el Estado de Derecho europeo a través de la actividad de jueces y magistrados, y los medios de comunicación libres comprometidos con la información veraz.

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