Opinión

La hora del patriotismo

Le corresponde a Casado mover ficha y Sánchez debería retratarse y decidir si sigue o no en compañía de Frankenstein

Tiempo atrás, antes de la tormenta judicial, el vicepresidente Iglesias expresaba su aspiración a que España se convierta en 'una república plurinacional' (sic). Esa escueta formulación de sus objetivos lleva consigo la voluntad inequívoca de dinamitar el régimen del 78. Primero, porque 'plurinacional' significa la desaparición de la soberanía nacional que reside en el pueblo español en su conjunto. Todos los españoles dejaríamos de ser los dueños de toda España y, como mucho, lo seríamos del trocito que a Iglesias y a los suyos se les ocurriera darnos como mini nación. Y porque dejaríamos de ser una Monarquía parlamentaria para ser un mosaico de republiquitas, con lo que los disparates de aquella fracasada I República y sus cantones tendrían continuación 150 años después. Con esa declaración queda clara la posición radicalmente contraria a la actual Constitución Española del socio de gobierno de Pedro Sánchez.

<p">Que para formar gobierno los socialistas hayan recurrido a una fuerza que quiere cargarse la Constitución sería equivalente a que Emmanuel Macron hubiera recurrido para formar gobierno a una fuerza que quisiera cargarse la Constitución de la V República Francesa y propugnara, por ejemplo, la restauración de la Monarquía en Francia. Algo absolutamente inimaginable.

Elegir apoyos

El PSOE, que ha sido un partido clave en la Transición y en el consenso que dio lugar a la Constitución del 78, y que ha gobernado España 23 de los 43 años que llevamos de democracia, hoy está gobernando en coalición con los neocomunistas bolivarianos de Podemos,  que quieren dinamitar la Constitución actual, y con el apoyo parlamentario de todos los partidos que preconizan la ruptura de España. Esta decisión de Sánchez de elegir esos apoyos y esos socios lleva consigo, de facto, la ruptura del consenso y del pacto constitucional.

Hoy impresiona hasta qué punto Zapatero, entonces todavía líder vacilante y aún no consolidado de los socialistas, cumplió al pie de la letra lo que esos dos popes ideológicos del mundo progre le prescribían

Analizar cómo ha sido el proceso que ha llevado al PSOE a esta ruptura exigiría un largo estudio. Pero podemos constatar que ese consenso empezó a romperse cuando Juan Luis Cebrián y Felipe González publican 'El futuro ya no es lo que era' en octubre de 2001. Hoy impresiona hasta qué punto Zapatero, entonces todavía líder vacilante y aún no consolidado de los socialistas, cumplió al pie de la letra lo que esos dos popes ideológicos del mundo progre le prescribían en aquellas páginas: reabrir heridas de la guerra civil con una determinada 'memoria histórica', buscar siempre la alianza con los nacionalistas, y descalificar a la derecha con el argumento de que era un residuo de la dictadura franquista.

El Zapatero del Pacto Antiterrorista de diciembre de 2000 y del apoyo entusiasta al tándem de Jaime Mayor y Nicolás Redondo Terreros en las elecciones vascas de mayo de 2001 pasó a ser el Zapatero que se carga a Redondo Terreros en diciembre de 2001, el de la huelga general de junio de 2002, del 'Prestige' en el invierno y primavera 2002-2003, de la Guerra de Irak en la primavera de 2003, del pacto del Tinell en otoño de ese mismo año, de las conversaciones de Perpiñán con ETA en enero de 2004, y de las jornadas de acoso al PP tras el 11M de 2004. La receta que le ofrecieron sus mentores le llevó a la poder. A costa, eso sí, de que el pacto constitucional quedara seriamente tocado.

Respuestas económicas y sociales

Sin embargo, todavía en los años de Zapatero y después con Rubalcaba aún quedaba en el PSOE un cierto sentido de la responsabilidad a la hora de defender nuestro marco constitucional, aunque las relaciones con el otro puntal del consenso en que se basa nuestra convivencia, el PP, fueran más que frías, gélidas, y distantes.

Ahora, la mayoría Frankenstein –el difunto Rubalcaba dixit- y el Gobierno que se formó en enero de este año son una manifestación alarmante de que del consenso de la Transición sólo quedan migajas. Lo que se traduce en una evidente debilidad de todo nuestro marco institucional. Una debilidad desde la que hay que afrontar, en primer lugar, el desafío de los independentistas, y, además, la complicada respuesta a las consecuencias económicas, sociales y sanitarias de la pandemia del coronavirus.

En esta encrucijada sería muy deseable y necesario que resucitara el espíritu de consenso de las fuerzas que lograron el éxito de la Constitución del 78, la mejor de nuestra historia: los socialistas, en primer lugar, con el PP, como partido hegemónico del centro-derecha y con todos los que se quieran unir en defensa de ese espíritu y de esa letra. Claro que eso obliga a recordar que el éxito de entonces se basó en que todos renunciaron a algo y en que ningún partido quiso imponer a los demás su programa de máximos. Renunciar a los objetivos máximos para conseguir el mayor bien común es el nombre que hoy podemos dar al patriotismo. Como lo es renunciar a tirarse los trastos a la cabeza a propósito de cualquier cosa.

Un Gobierno apoyado por las fuerzas constitucionalistas para hacer frente a los independentistas y a las consecuencias de la pandemia sería un Gobierno fuerte

La mejor expresión de la recuperación de ese espíritu de concordia sería la formación de esa grosse Koalition, que en España no hemos tenido la suerte de disfrutar nunca pero que tanto ha ayudado a los países donde se ha producido. Un Gobierno apoyado por las fuerzas constitucionalistas para hacer frente a los independentistas y a las consecuencias de la pandemia sería un Gobierno fuerte y aún más si contara con algunos técnicos independientes del máximo prestigio.

Probablemente es a Pablo Casado al que le tocaría mover la primera ficha y hacer el ofrecimiento. Hecho ese ofrecimiento con la renuncia a imponer intereses partidistas y a resucitar querellas, Sánchez tendría que retratarse y veríamos si está dentro o fuera del espíritu de la Constitución de la concordia o prefiere a los Frankestein y a los neocomunistas, con los que tendrá que ir a negociar en Europa, una Europa que nace y tiene sentido tras la derrota del nazismo, del fascismo y del comunismo.

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