Titular el viernes en El País de los que definen una época.
“La Universidad del País vasco ha iniciado los trámites para expulsar a un profesor de Derecho al que esta misma semana había apartado de la docencia por compartir mensajes en las redes sociales contra el aborto, el feminismo y los nacionalistas”.
El asunto no es tan simple, como veremos después, pero las palabras elegidas por el periódico evidencian qué es lo realmente inaceptable, qué es lo que hace falta para que te cancelen a base de pintadas, escraches, intentos de agresión y expedientes: basta compartir mensajes críticos contra esas tres cuestiones para que en España te pongan -los medios, las universidades y las juventudes antifascistas y violentas- en la diana.
Precisamente por eso es esencial seguir recordando lo que son.
El aborto es en España un método anticonceptivo más, tal y como mostraba hace unos días una noticia en El Correo. La noticia se centraba en la sociedad vasca, que siempre ha estado a la vanguardia de nuestros grandes cambios morales, especialmente los que tienen que ver con la aceptación de los asesinatos. “Una de cada tres vascas que abortaron el pasado año ya habían ejercido este derecho con anterioridad”, explicaban en el artículo. Y añadían algo más: sólo el 31% de las vascas que habían llevado a cabo un aborto en 2023 había utilizado métodos anticonceptivos. Técnicamente verdadero, pero profundamente incorrecto: el aborto había sido, precisamente, el método anticonceptivo elegido. Un último dato igualmente revelador: los motivos médicos -cuando el embarazo supone un grave riesgo para la salud de la madre o bien el feto presenta anomalías graves o incompatibles con la vida-, la gran excusa para la normalización de la práctica, representan entre un 5% y un 6% del total de abortos realizados, según el mismo medio.
Mañana el aborto será considerado un derecho absoluto porque hoy se defiende como un derecho de la mujer sobre su cuerpo, con todo lo que eso implica. Y si es un derecho de la mujer sobre su cuerpo, ni la otra vida ni los plazos son relevantes. Decimos que esto pasará mañana, pero hoy ya se defiende como un derecho absoluto, sin límites, incluso como una práctica empoderadora. Quienes lo defienden solían estar en los márgenes de la sociedad y de la salud mental, pero poco a poco su posición ha ido introduciéndose en la ventana de Overton, mientras que quienes describen sin eufemismos lo que implica esta práctica y advierten sobre la futura eliminación de plazos y límites han sido defenestrados.
No existe la brecha salarial “por el hecho de ser mujer”, ni tampoco asesinan a mujeres “por el hecho de ser mujeres”. Pero da lo mismo. Uno de los principales objetivos del feminismo institucional es obligarnos a pensar que lo que no es, es
Por su parte, el feminismo no consiste hoy en la defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ni en el rechazo social a la violencia o la discriminación contra las mujeres. Todas esas son batallas ganadas -no vivimos, por suerte, en uno de esos países que tanto admiran algunos de nuestros feministas-, aunque sabemos que ninguna batalla es capaz de eliminar por completo un mal social. El feminismo, por tanto, debe ser otra cosa. Y lo que es, básicamente, es una corriente dirigida a construir y promover una narrativa falsa en la que las asociaciones feministas siguen siendo esenciales para solucionar problemas que, en realidad, no son como se describen. No existe la brecha salarial “por el hecho de ser mujer”, ni tampoco asesinan a mujeres “por el hecho de ser mujeres”. Pero da lo mismo. Uno de los principales objetivos del feminismo institucional es obligarnos a pensar que lo que no es, es. Y a callarnos si no somos capaces de convencernos.
Por último tenemos a los nacionalistas, la tercera pata. En el País Vasco y Cataluña el nacionalismo no es más que una canalización del odio contra España. Su principal objetivo no es construir las naciones vasca y catalana, sino borrar la española de sus territorios. El rechazo violento a la selección nacional, a asociaciones como S’ha Acabat o al propio idioma español no son medios para conseguir mayor difusión de sus marcas identitarias; son un fin en sí mismo. Tal vez nunca consigan que todos los vascos hablen en euskera, pero al menos podrán consolarse con que cada vez más vascos escondan su verdadera lengua tras grafías autóctonas y carteles sin la mancha del español. El Ayuntamiento de Galdácano, conocido por su larga batalla para restituir la imagen pública de héroes del pueblo como Txapote y Bienzobas, acaba de anunciar con el apoyo del PNV un programa de subvenciones para fomentar el uso del euskera en los comercios locales. Si rotulas y anuncias en castellano además de en euskera, 175€ de ayuda. Si rotulas y anuncias sólo en euskera, 350€. Ocultar el castellano tiene premio. Bien lo sabe la concejal de Auzoak, uno de los partidos del gobierno local, que ha pasado de llamarse Mónica a Monika.
Lo que hizo el profesor expulsado no fue criticar el aborto, el feminismo y el nacionalismo. Lo que hizo fue escupir estupideces e insultos. En una red social, no en clase
El titular de El País, aunque erróneo -ahora veremos por qué-, refleja con absoluta claridad cuáles son los límites y los tabúes de nuestro consenso progresista: da muy mala imagen manifestarse en contra del aborto, del feminismo y del nacionalismo. Es más: la aceptación acrítica de esas tres ideas te permite discutir cualquier otra. Te permite justificar el asesinato político, la dictadura o el antisemitismo, por poner tres ejemplos.
El titular de El País define perfectamente los límites morales de nuestra época y de nuestro país, pero no es un buen titular, porque lo que hizo el profesor expulsado no fue criticar el aborto, el feminismo y el nacionalismo. Lo que hizo fue escupir estupideces e insultos. En una red social, no en clase. Antes de ser contratado, no después. No escribió nada en una pared de la facultad, ni despreció a un alumno, ni suspendió a alguien por motivos ideológicos, ni presumió de su amistad con asesinos.
Lo que sí hizo, según recoge El País, fue publicar mensajes como éstos:
“Mujeres partidarias del aborto que excluís al padre y menospreciáis la vida, hijas de puta. ¿Ya habéis fregado como os ordené el otro día? Como vea alguna mancha en algún plato o vaso, vais a ver lo que es bueno. Condenad el crimen y parid, cabronas. Viva España, marranas”.
“Qué pintas de bujarras tienen muchos del PP vasco. ¿Está de moda hacerse el maricón para ganar votos o qué? Que no cuenten conmigo porque los hundo. Antes que hacerme mariquita prefiero morir. Ya he tirado su papeleta a un bote de aceite”.
El autor de esos mensajes es un impresentable. Y sus mensajes no son críticas al aborto, al feminismo y al nacionalismo. Tal vez lo que hizo fuera suficiente para abrirle un expediente y expulsarlo de la universidad. Tal vez, como dice el consejero de Universidades del Gobierno vasco, hay “cuestiones incompatibles con el ideario universitario”.
Seguro que la Universidad del País Vasco ha defendido durante las últimas décadas un estricto protocolo contra mensajes y actitudes inaceptables de sus alumnos y profesores. Seguro que es un ejemplo de virtud, decencia y nobleza. Seguro.
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