Opinión

¿Contra quién está perdiendo el PP?

A un electorado fragmentado y desanimado lo único que se le ha querido ofrecer ha sido mediocridad, perfil bajo y falsa moderación

Finalmente, Pablo Casado decidió convocar a la Junta Directiva Nacional y adelantó la celebración de un Congreso Nacional con carácter extraordinario. Junto a los detalles de la crisis en el Partido Popular durante estos días ha ido surgiendo un tema aún más interesante en los comentarios y análisis públicos. Parece claro que el problema del partido no se limita a las prácticas sucias de la dirección nacional contra su mejor líder, y por lo tanto contra sus votantes. El problema de fondo, como muestran las encuestas, es que el partido va camino de su peor resultado histórico en unas elecciones, y tal vez incluso de la desaparición. La pregunta que habría que contestar es, lógicamente, cuál es la razón de este descalabro.

El juego de la política se construye sobre la inescrutable complejidad humana, pero su mecánica es simple. Se trata de conseguir los votos necesarios para poder gobernar. Ahora mismo, los votantes huyen del PP. Unos hacia otros partidos, otros hacia la abstención. La pregunta por las causas nunca es sencilla, y por eso puede ser útil plantearla de un modo más accesible. ¿Cuál es el principal rival del PP? ¿Contra quién compite? ¿Contra qué está perdiendo?

¿Es el PSOE la causa de este abandono? No lo parece. De hecho, un PSOE empeñado en eliminar la neutralidad de las instituciones, en la defensa de la voluntad como único criterio en la política y comandando a ERC y Bildu en el proyecto de desnaturalizar definitivamente la nación y el Estado debería haber llevado al principal partido de la oposición a intenciones de voto muy altas. Pero no ha sido así. Y no lo ha sido fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar, porque en el PP no han sabido defender con la firmeza y la claridad suficientes las causas que han decidido defender. Errores en las votaciones que evidenciaban torpeza, incompetencia o algo peor; clichés y consignas para rebatir ideas peligrosas pero bien articuladas; propuestas inútiles entre gritos y aspavientos como alternativa a medidas inconstitucionales o absurdas. No hace falta especificar, basta con ir a los discursos y las votaciones de las últimas semanas.

En segundo lugar, no han querido defender algunas de las causas que, de acuerdo a sus principios y a su electorado, deberían haber defendido. La aceptación acrítica de la ley contra la violencia de género, que más que una ley es un marco mental, es tal vez el ejemplo más claro de esto último. Así, no es que el PP se haya debilitado por la gestión política (y mediática) del PSOE, sino que es la debilidad del PP lo que ha permitido la fortaleza del Gobierno a pesar de su gestión.

Vayamos al otro extremo. ¿Es Vox el motivo de su descalabro? No exactamente. Vox no es causa, sino efecto. El partido de Abascal ha tomado alguna de las batallas que el PP decidió abandonar, y en algunas cuestiones han sabido articular una oposición eficaz. Los recursos contra medidas inconstitucionales del Gobierno o el discurso contra los pactos con Bildu en la moción de censura a Pedro Sánchez son dos ejemplos. Algunos votantes han considerado que el resto, el pack completo que ofrece el partido, es un peaje excesivo. Otros han priorizado el trabajo de oposición al Gobierno, entendiendo que la parte más dura de su discurso es accesoria o irrelevante, y entendiendo que los de Abascal defienden o representan mejor las ideas conservadoras que los populares. Algunos de esos votantes se quedarían en Vox incluso aunque el PP volviera a encontrar cierta fuerza vital, pero una parte de ellos están ahí sólo porque creen que el PP decidió convertirse en una especie de PSOE de centro desvitalizado, en una Cámara de Comercio estatal. Si han abandonado el barco por el rumbo que estaba tomando, no es descabellado pensar que volverían en caso de que lo corrigieran.

“Se manifiestan por una lucha de poder en el partido pero no por la subida de la luz y la gasolina, por el paro o por las pensiones”, clamaban

¿Acaso el motivo del abandono es algo más racional? ¿Será que se ha dejado de percibir al PP como el partido que sabe gestionar, que sabe cuadrar los balances? Algunos de los lamentos por la concentración del domingo para pedir la dimisión de Casado parecían estar en ese esquema. “Se manifiestan por una lucha de poder en el partido pero no por la subida de la luz y la gasolina, por el paro o por las pensiones”, clamaban. Estos lamentos olvidan algo muy importante: la naturaleza humana no es vulcaniana. No nos conducimos por la lógica, por los datos y por la fría razón. Somos animales pasionales, y la razón es casi siempre un Hernández/Fernández tintinesco que sólo es capaz de decir “Yo aún diría más: algo tenemos que hacer” cuando la emoción ya ha decidido hacer algo.

Y ahí está precisamente la clave. En la emoción, tanto en la que generan como en la que no son capaces de producir. A un electorado fragmentado y desanimado, a personas que llevan años aguantando que desde tribunas mediáticas y políticas se refieran constantemente a ellos como analfabetos, fascistas o desalmados, lo único que se les ha querido ofrecer ha sido mediocridad, perfil bajo, falsa moderación y la promesa de que las cosas iban a cambiar por mera inercia, sobre todo si no se hablaba demasiado de ellas. Cualquier opción de evitar la desaparición, y por lo tanto cualquier opción a construir una mayoría suficiente para producir un cambio en el Gobierno, pasa por entender cuáles son los motivos de esta huida de los votantes hacia Vox o hacia la abstención.

La crisis del PP ha dado paso a un congreso extraordinario, y el futuro cercano apunta a dos escenarios. El primero es la continuidad con todo aquello que ha llevado al partido a una cómoda irrelevancia, manteniendo la confianza en las encuestas seleccionadas, en los cuadros perpetuamente instalados en el sistema y en la aceptación de todos los marcos mentales que han ido apuntalando a este Gobierno. El segundo sería la apuesta por un liderazgo distinto, que aspirase no a la palmada de los medios hostiles ni a la legitimación de los adversarios políticos, sino a establecerse como alternativa real, y que ofreciera algo más que el recurso al voto útil y al mal menor. Porque con estos dos recursos, que hasta hace poco funcionaban, probablemente ya no sea suficiente. No después del episodio protagonizado por Pablo Casado.

Hay tres elementos con los que un candidato puede triunfar en unas elecciones: afectos, razón y relato. Hay candidatos que caen bien, que muestran carácter propio, que generan ilusión en los votantes, aunque éstos no sepan por qué; hay candidatos que saben gestionar, que entienden que la gestión es mucho más que la economía, que ofrecen soluciones valientes ante problemas complejos; y hay candidatos que ofrecen un relato creíble, que son capaces de generar historias favorables sin alejarse demasiado de la realidad ni del decoro, que son percibidos como algo más que el destinatario de un voto y como algo más que portavoces de un papel.

Afectos, razón y relato. Isabel Díaz Ayuso, la líder que Casado y García Egea intentaron derribar con empeño pero sin éxito, funciona en los tres ámbitos. Y efectivamente, funciona más allá de Madrid, por mucho que los análisis construidos sobre los identitarismos regionalistas quieran convencer de lo contrario. Es posible que tengan razón quienes dicen que ahora no es el momento; también es posible que cuando por fin sea el momento resulte que ya es demasiado tarde.

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