Hasta después de la 2ª Guerra Mundial, los economistas creían y todavía muchos libros de texto aun lo sostienen absurdamente, que el crecimiento económico provenía de los recursos naturales, la inversión y el trabajo físico. Este supuesto fue cuestionado en un extraordinario artículo científico publicado en 1957 por Robert Salow -premio Nobel treinta años después- en el que demostraba que los citados factores clásicos de producción explicaban el 15% de la creación de riqueza mientras que el resto, un 85%, procedía de la innovación.
La tesis de Salow se ha convertido en un faro inspirador de las teorías -todas contemporáneas- del crecimiento económico, tan de moda académica en las últimas décadas como desenfocadas o casi inexistentes en el pasado. Con datos muy recurrentes, consistentes e incuestionados, sabemos que los países mas ricos son los más innovadores y los que, además, gozan de mayor libertad.
Según pone de relieve Matt Ridley en su reciente y magnífico ensayo How Innovation Works (2020), se mire como se mire "la innovación es hija de la libertad y madre de la prosperidad". Mientras que en EEUU, la simpar patria de la innovación, la renovación de los rankings empresariales está a la orden del día, en Europa y por supuesto aún peor en España, todo permanece igual, nada cambia; como si el mundo se hubiera detenido. "De las 100 mayores empresas europeas, ninguna se creó en los últimos 40 años. En Alemania sólo dos fueron fundadas después de 1970, en Francia una y en Suecia ninguna", según Ridley. La diferencia en innovación entre EEUU y Europa se explica, fundamentalmente, por la mayor libertad de mercado americana: libre entrada y salida de los mercados y menor protección de los intereses creados.
O España pone su foco en la innovación y en la consecuente mejora de la productividad, o seguiremos en la cuesta abajo de la convergencia con la UE que caracterizó todo el mandato de Zapatero
En España, el Gobierno debe de creer que gastando a manos llenas las decenas de miles de millones que nos llegarán de la UE en proyectos de estricto interés político, es decir cortoplacistas "planes E" inspirados en la "economía del 15%", "vamos a salir mas fuertes"; pero la economía, especialmente "la del 85%", a diferencia de la propaganda, no funciona así. O España pone su foco en la innovación y en la consecuente mejora de la productividad, o seguiremos en la cuesta abajo de la convergencia con la UE que caracterizó todo el mandato de Zapatero –algo insólito en nuestra historia– y que ahora prosigue con más ímpetu aún Sánchez.
Según el ranking de la UE, European Innovation Socoreboard 2020, España se sitúa por debajo de la media, e incluso detrás de Portugal, mientras que los países escandinavos lo lideran. ¿Alguien ha escuchado en los pesados y reiterados "aló presidente" alguna referencia a la innovación? . Realmente estamos ante un gobierno -los anteriores no anduvieron muy lejos y así nos va– que apenas si se preocupa del 15% del crecimiento de la economía abandonando el 85% restante a su mala suerte.
Una de las más importantes conclusiones del ensayo de Ridley, es la constatación de que los intereses creados -típicamente enemigos de lo nuevo- y el floreciente capitalismo de amiguetes cuyo mejor medio ambiente es una economía hiper-regulada -es decir socialista, de izquierdas o derechas –, son los mayores obstáculos a la innovación.
Convenios colectivos fascistas
Llegados a este punto, la reivindicación comunista del regreso de los convenios colectivos sectoriales -de origen fascista- cuya vigencia quedó en suspenso frente a los convenios de empresa gracias a la muy modesta reforma de Rajoy, no solo es un ataque frontal a la innovación -que tanto escasea en España- y la renovación de los tejidos empresariales que empuja el crecimiento, sino que incluso debiera ser juzgada como delito económico.
Los convenios sectoriales establecen las condiciones de trabajo de todo un sector económico: clasificación de puestos de trabajo, horarios, remuneraciones, etc, sin discriminar ni el tamaño de la empresa, ni su situación económica, ni sus políticas de innovación. Las empresas quedan maniatadas sin posibilidad de salirse -de acuerdo con sus propios trabajadores- del convenio, para practicar sus propias políticas; y lo que es peor, la nuevas empresas que quieran operar en el sector no son libres de innovar, sino que tienen que someterse a la cartelización de las existentes. ¿Por qué si la justicia persigue la cartelización empresarial de precios que opera en contra de la libre competencia no hace lo propio con los convenios sectoriales?
Por si no fueran suficientes los citados argumentos contra los convenios sectoriales cabe añadir que los principales sectores exportadores -y por tanto los más competitivos– de nuestra economía: agroalimentario, automóvil, semimanufacturas, etc están -felizmente- libres de ellos.
Otro reciente ensayo, El poder de la destrucción creativa. ¿Qué impulsa el crecimiento económico? (2021),de F.Aghion, C. Antonin y S. Bunel, pone de manifiesto el enfrentamiento de dos culturas económicas: "La asociada a la innovación que aporta crecimiento y prosperidad y la que genera resistencia y estancamiento". Ni que decir tiene que los países en los que predomina la primera cultura son mas prósperos que los que asociados a la segunda.
Otro gran sabio de la economía, William Baumol, acuñó en su The Free-Market Innovation Machine (2002), una clarividente definición de "empresario schumperianano" como: "El audaz e imaginativo desviador de patrones y prácticas en los negocios establecidos quien constantemente busca la oportunidad de introducir nuevos productos y nuevos procedimientos para invadir nuevos mercados y crear nuevas formas organizativas". Los empresarios schumpeterianos están radicalmente prohibidos por los convenios sectoriales mientras que quienes los propugnan se llaman a sí mismos progresistas.
Es cosa curiosa que los "progres" del Gobierno sean tácitos abanderados de los intereses económicos que menos favorecen el crecimiento a largo plazo de la economía e ignorantes por completo de la palanca del 85% de la prosperidad. Habrá que empezar a llamarlos por su verdadero nombre: retrógrados, ya que todo lo que proponen es un regreso a nuestro peor pasado.
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