La convocatoria de estas elecciones fue tan repentina como inútil ha resultado la campaña electoral. No sólo por el maltrato hasta el final del presidente Sánchez a los españoles, que ha condenado a todo el que tenga intención de no votarle a una odisea kafkiana en correos o en los colegios a 40 grados. Sino por la ausencia de propuestas de cambio, de ideas, de preguntas y debates reales sobre verdades incómodas y necesarias en una España que está al límite de todas las crisis posibles. Feijóo fue a un debate en el que no le dejaron hablar y por eso lo ganó. Al que va Abascal no se presenta. Una campaña electoral que ha sido una pérdida de tiempo para los adultos preocupados por el desarrollo interior y exterior de España.
La política lleva anclada demasiado tiempo en el debate en términos de lugar, futbolísticos, de extremos, centro o centro izquierda. Un lenguaje limitante propio de mentes limitadas que copan los medios y los gabinetes. No se habla del fondo de las cuestiones de enorme trascendencia para nuestra vida diaria, como la insostenibilidad de las pensiones. El debate en medios es ver quién miente sobre quién las ha subido más y no cómo se van a pagar los incrementos con políticas antinatalidad, de sueldos basura, de impuestos asfixiantes, de viviendas inaccesibles y de inmigración delincuencial succionadora de ayudas y no contributiva.
Se ignoran los problemas fundamentales que prueban el derribo del sistema, como la falta de independencia del Poder Judicial, la ausencia de libertad política si no eres de izquierdas, o la persecución para estudiar en español en España. Pero no todo es corrupción mediática, sino falta de capacidad para plantear los problemas. Antes hay que entenderlos y eso no está bien visto en el oficio político. Sólo importa que los medios que concentran el menor coeficiente del hemisferio norte te cataloguen de moderado, extremista o socialista, que es su categoría premium.
El debate en medios es ver quién miente sobre quién las ha subido más y no cómo se van a pagar los incrementos con políticas antinatalidad, de sueldos basura, de impuestos asfixiantes, de viviendas inaccesibles y de inmigración delincuencial succionadora de ayudas y no contributiva
Quien insiste en vender una etiqueta suele ser una distracción de la falsedad de la prenda. Por ejemplo, Vox es «extrema derecha enemigo de las mujeres», aunque sea el único que habla de los problemas de nuestra seguridad física. Sólo en términos de equipo futbolístico puede entenderse la querencia masoquista del votante de la derecha en creer que votar al PP es votar contra el PSOE. Creen votar a la derecha con un Feijóo que se declara socialista felipista y pretende derogar el sanchismo consolidando sus políticas y cambiando sus formas. Porque lo que no le gusta al líder del PP es la parte burda, tosca y obvia de la política de Pedro Sánchez. Sus exabruptos, sus viajes en Falcon. Critica la expansión de la Administración, pero no ha prometido cerrar nada, sino llenarla de «técnicos». Que haya perdido las formas Pedro Sánchez en el ejercicio del poder sin pudor ha permitido que se vean de forma irreversible las roturas del sistema. Feijóo no viene a cambiar esta situación, sino a taparlo para regentarlo.
Tras estas elecciones, el votante no podrá sentirse estafado como muchos se sintieron con Mariano Rajoy al ser elegido presidente por incomparecencia de Zapatero en medio de la crisis. El paralelismo da escalofríos. Alberto Núñez Feijóo es muy claro en sus declaraciones. Una cosa es atraer el voto de alguien del PSOE que le caiga mal Sánchez y otra erigir a Felipe González como tu Yoda, tu sensei, tu modelo a seguir. Un presidente que abandonó porque estaba cansado y hasta el cuello de escándalos de corrupción con ministros en prisión, cuando la vida de negocios y lujos en países extranjeros, como México y Marruecos, le esperaba.
Feijóo parece tener clara la mutación del Partido Popular en un partido de izquierda moderada, socialdemócrata, poco ideologizado que apruebe toda la Agenda 2030 pero sin los alaridos estridentes de Podemos, a los que ahora pide su voto. Quiere hacer en España lo mismo que en Galicia, convertir al PP en el sistema, en el régimen.
El problema es que su campaña ha girado en todo momento alrededor de su distancia con Vox, en una carrera por ver quién es mejor socialista y quién desprecia más a los de Abascal. Ha deseado incluso gobernar con el PNV antes que con Vox porque tiene más coincidencias con los de Ortuzar. Un proyecto federalista, al que llama autonomista para que el votante de derechas compre el truco. Y sobre todo eso que él denomina ser un 'partido de Estado', es decir, dueño del sistema que no pueda ser controlado bajo un tono gris de funcionario.
Este domingo hay que votar para evitar que la coalición Bildu y ERC tenga acceso a la dirección del Estado a través del PSOE. Pero la única posibilidad de evitar esto y un rajoyismo 2.0., un peneuvismo a nivel estatal que diluya la nación y apuntale la Agenda 2030 sólo pasa porque Vox quede tercero con fuerza en escaños. Sólo así esperemos que se pueda ejercer un papel de control real sobre cuestiones esenciales.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación