Imaginemos que mi amigo se llama Samuel. Que es un votante del PSOE de toda la vida, hoy despistado, pero ahí sigue, votando a un partido al que le quedan las raspas que son sus siglas. A Samuel lo engañó Pedro Sánchez, y así lo reconoce. Fue cuando lo vio en la televisión en plena campaña electoral prometer que nunca gobernaría con la extrema izquierda, y él lo creyó. Después lo escuchó en una emisora decir que él nunca se apoyaría en los independentistas, y él lo creyó. Cambio de radio, y lo escuchó asegurar muy convincente que, como él era el dueño de la Fiscalía General, traería detenido a Puigdemont, y él lo volvió a creer. Sin ganas, con dudas, reticente, pero lo volvió a votar. El peso de la sigla, de la historia, de la familia, ya sabes, me dice.
Siguió apoyando al PSOE incluso cuando cambió el Código Penal y quedaron para el arrastre los delitos de malversación y sedición. Apoyo a Sánchez porque le creyó cuando les dijo que este era el final, y que para nada consideraría la posibilidad de una amnistía, que era ilegal porque no cabía en nuestra Constitución. Y Samuel lo volvió a creer.
Por entonces mi amigo, que puede ser incauto pero no idiota, se refería más a Sánchez que al PSOE. En las conversaciones hablaba menos de lo habitual, y cuando lo hacía, el peso de los hechos le hacía recoger velas, aunque él seguía insistiendo en que la política es poder cambiar las cosas, tender puentes, acordar, pactar, conciliar. Justo lo que no hacen aquellos que el domingo atendieron la llamada del PP y la extrema derecha para fracturar más aún a la sociedad catalana. Entonces, atendiendo a una cuestión puramente factual, alguien le recuerda que el PSOE estuvo en una manifestación igual que la del domingo en 2017, junto al PP defendiendo lo mismo, el estado de derecho, la democracia.
La amnistía no es interpretable, y porque no lo es, pone en tela de juicio las leyes que han enjuiciado a los golpistas y deberían enjuiciar a los que siguen siendo prófugos
Cuando serenamente le recuerdo a mi amigo Samuel que las leyes han de cumplirse, calla. Y cuando le digo que no se pueden perdonar los delitos sin ser juzgados, calla. Y cuando le señalo que es el PSOE el que está conformando una España desigual y partida en lo económico, social, político y judicial, tan sólo alcanza a decirme que estoy delirando. Y yo, sin perder la calma, intento razonar: mira, lo que Pedro Sánchez pretende es gobernar a costa de borrar los delitos de gente que declaró la república catalana; mira Samuel, la amnistía no es interpretable, y porque no lo es, pone en tela de juicio las leyes que han enjuiciado a los golpistas y deberían enjuiciar a los que siguen siendo prófugos.
En este punto, en el que ya he perdido toda esperanza de convencer a mi amigo, le recuerdo que el presidente en funciones se presentó a las últimas elecciones sin prometer una amnistía, que hasta ayer mismo negaba. Y que eso es un fraude para los que lo han votado y para los que no lo han hecho, porque el fraude es algo que no se puede dividir. Y que siendo esto así, si la amnistía no pasa por una votación de todos los españoles, el presidente Sánchez, cuando lo sea, cuando cambie este despropósito por los apoyos para estar cuatro años más en La Moncloa, será un presidente ilegitimo con todas las de la ley.
Prometerá su cargo ante el Rey, que vaya papel el del Monarca, pero el arranque de su mandato recordará el origen bastardo de su nombramiento. ¿En qué programa electoral iba la promesa de una amnistía?
Necesidad de nuevas elecciones
Por eso son necesarias nuevas elecciones para evitar que la situación empeore aún más. No son los empresarios, ni los sindicatos ni otros organismo o entes sociales los que han de entender lo que Sánchez quiere hacer, somos los españoles los que tenemos el derecho a ser consultados. No pasará. El “insensato sin escrúpulos”, “el que no era un dirigente cabal”, que así, como recuerda Raúl del Pozo, lo llamaban en otros tiempos en El País, tiene todos los comodines en su mano. O eso cree.
A estas alturas mi amigo ha desfallecido, pero no se rinde: la política demanda soluciones, asegura. Y está dispuesto a aceptarlo incluso aunque haya que saltarse las leyes, que para ese menester preparan el camino unos cuantos rábulas del poder con el concurso de brillantes periodistas de otra época.
Los que estuvimos de una u otra manera en Barcelona somos ciudadanos sospechosos porque reclamamos que las leyes se cumplan. Tipos que secundamos a la extrema derecha. Gentes que no queremos la convivencia ni superar los problemas. Pero esto no va de convivencia, y menos de superar los problemas, es sólo cuestión de unos votos para que el “insensato sin escrúpulos” siga cuatro años más. El estropicio será grande si nadie lo para. Sólo el Supremo puede hacerlo con una cuestión de inconstitucionalidad o acudiendo a la Justicia europea. Pero para cuando eso se vea, Sánchez ya dormirá plácidamente en un nuevo colchón.
En el PSOE, más allá de las viejas glorias que nada representan, no se mueve nadie que rompa la disciplina que impone este sociópata de nuevo cuño
Ni siquiera perderá el sueño preguntándose qué pasara mañana si en el Parlamento de Cataluña o el del País Vasco derogan la vigencia de la Constitución y proclaman la independencia de sus territorios. ¿Qué herramientas tendrán jueces y fiscales si en el Código Penal ya no hay delitos que imputarles?
La amnistía, aunque parezca mentira, ha unido al PSOE de la misma manera que la locura terrorista de Hamás a los judíos. La perversidad tiene estos indeseados efectos algunas veces. En el PSOE, más allá de las viejas glorias que nada representan, no se mueve nadie que rompa la disciplina que impone este sociópata de nuevo cuño.
Mi amigo Samuel pertenece a esos votantes socialistas capaces de mentirse, pero no de engañarse.
Y mientras tanto, el tiempo va pasando con la velocidad con que cunde el olvido, y algunos vamos confirmando lo que Fernando Savater nos recuerda con tanta verdad como pena, que en este país sólo podemos confiar ya en el Rey y la Guardia Civil. No me parece a mí que lo haya dicho en broma.
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