La historia suele ser contradictoria y sorprendente. En Cataluña, a juzgar por los últimos tiempos, lo es todavía más.
Juan sin Tierra, malhadado hijo de Enrique Plantagenet, de aspecto estúpido, andar patizambo y, para mayor inri, tartamudo, acabó por ser rey de Inglaterra contra todo pronóstico. Harto inteligente, hizo de sus defectos un cortinaje tupido tras el que ocultar sus ambiciones. Al estar, tanto nobles como súbditos, suspirando y bebiendo los vientos por su hermano Ricardo Corazón de León, Juan dispuso de un enorme margen para maniobrar sin despertar sospechas. Nadie se fijó en él hasta que fue demasiado tarde. Los nobles lo consideraban un imbécil; su hermano lo despreciaba, viviendo al margen de sus deberes, bien en Francia, compitiendo en las cortes de trovadores escribiendo poemas con delicado estilo y despreocupadas maneras, bien marchando a Tierra Santa para cruzar su espada con lo más granado de la caballería ismaelita.
De todos es sabido que aquello acabó con Juan ocupando el trono. A pesar de sus errores - perdió las posesiones inglesas en el continente -dotó a su pueblo de la Carta Magna, documento histórico de primera magnitud que constituye el sustrato fundamental del orden político británico. Extraer lecciones del pasado es harto prudente, así pues, uno se pregunta si, salvando distancias, cruzadas, tartamudeces y demás minucias, Cataluña no podría vivir una situación similar a la de aquellos tiempos en la vieja Anglia y si no estarán los nobles que conforman la corte separatista demasiado encandilados con aquellos que se supone son los únicos herederos de la corona.
Amenaza Puigdemont con la investidura de su persona, amenaza Torra con llenar las calles de separatistas, amenazan ambos y, curiosamente, no sucede nada
No pretendo decir con que nadie haga un paralelismo entre Puigdemont y Waterloo con Ricardo y Jerusalén, porque ni el fugado tiene el valor que se precisa, ni la langosta belga el arrojo de los ismaelitas ni hallo en aquellos brumosos y grises parajes a nadie con el esplendor del arrogante guerrero y erudito que fue Saladino. Solo apunto que no deja de ser curioso que tanto Puigdemont como Torra, su versión de Guy de Gisborne, se pasen el día hablando de lo que puede acontecer cuando llegue el juicio este febrero. Amenaza Puigdemont con la investidura de su persona, amenaza Torra con llenar las calles de separatistas, amenazan ambos y, curiosamente, no sucede nada. Solo queda en pie el aparato de propaganda del régimen y un reducto pequeño de inasequibles dispuestos a salir tantas veces como haga falta a la calle.
Nada permite augurar manifestaciones monstruo como la de la Vía Catalana per la Independència, o las masas que se movilizaron el 1-O, ni se atisba aquella marcha por toda Europa emulando a Luther King. El otoño caliente se quedó en la dispersión del separatismo, las peleas entre Junqueras y Puigdemont, la atomización del movimiento estelado y un ridículo del que los catalanes tardaremos lustros en recuperarnos.
Este desgobierno mezclado con el miedo a quedar mal intuyo que ha sido muy conveniente para los Juanes sin Tierra que, agazapados, esperan su oportunidad para saltar a la palestra y quedarse con esta corte sin rey, pero bien surtida de verdugos y bufones. No es cierto los partidarios de Puigdemont sean ciegos y no entiendan que ninguno de sus propósitos se ha cumplido, porque ni la Crida ha cuajado más que como un simple partido político, y aún gracias, ni se está más cerca de la independencia ahora que hace un año, ni existe unidad independentista, ni los presos están libres. Que ha habido mucho ruido, mucha puesta en escena y mucha palabrería, cierto; que Puigdemont no ha obtenido nada para su causa, y ya no digamos para Cataluña, también. Los Mascarell, Colominas, Madí, coraceros de la corte de los milagros belga son, no lo duden, como quienes describió Baudelaire, caminantes por cementerios aislados con un corazón redoblando cual tambor cubierto de crespones. Ellos, mejor que nosotros, saben que existe alguien dispuesto a barrer a Torra del trono prestado y dejar que Puigdemont se pudra en lo que denomina exilio.
Lo dijo Corazón de León, acaso con triste sabiduría, “Cuando la fe se ha perdido, no hay argumento que pueda persuadir”
Se preguntarán quien será ese taimado que espera su momento, que se negará a pagar rescate por el fugado, como Juan sin Tierra hiciese con su hermano Ricardo, y yo les digo que, teniendo muchos nombres, pueden resumirlo en uno: Jordi Pujol. El patriarca ha decidido que todo debe volver a su sitio para poder seguir ejerciendo el control de Cataluña a través de sus validos, de ahí que Artur Mas mueva los hilos para esa vuelta a la situación anterior al estallido independentista. En reciente conversación con el también ex presidente Montilla, organizada por La Vanguardia, Mas no supo o no quiso dejar de decir algunas cosas al respecto. Jamás se refirió a sí mismo como Juan sin Tierra, claro. Pero la camaradería con el socialista y el empleo de no pocas frases en las que aparecía el “tú y yo” son signo de los tiempos que nos toca vivir. A Mas le ayudarán los del PSC, Sánchez, Esquerra y la burguesía catalana, encabezada por Sánchez Llibre y el Foment del Treball, hartos de no hacer caja. Ahora se trata de darle a todo un argumento, un relato, una excusa plausible, para que se lo traguen los separatistas. Tendrá que hilar muy fino. Lo dijo Corazón de León, acaso con triste sabiduría, “Cuando la fe se ha perdido, no hay argumento que pueda persuadir”. Por eso Mas intenta mantener vivo el separatismo sin independencia. Son corazones de ratón.
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