Me regala el título de este comentario la vicepresidenta Carmen Calvo. Esa señora a caballo entre este PSOE deshilvanado y el del antiguo testamento socialistas, que es su origen antes de su transformación. Su entusiasmo por ocupar su sitio es tan grande e indisimulado que tiene respuestas, salidas más bien, para todo cada vez que le hacen una pregunta. Inquiere un periodista por los indultos para los presos catalanes una vez que el Supremo les ha dicho que han de seguir en la cárcel, que es, a tenor de la estricta aplicación de las leyes, el lugar en el que han de estar. ¿Para cuándo vicepresidenta? "Para cuando toque", responde, sin saber que así es como nos despachaba José María Aznar cuando una pregunta le agredía. Pero las preguntas, inocentes y educadas y faltonas nunca agreden, sucede que se quedan sin responder.
Los que siguen de cerca a Pablo Iglesias, o lo han seguido, que viene a ser lo mismo porque estamos ante un tipo coherente hasta la desesperación, suelen decir que, aunque no siempre sabe lo que dice, siempre sabe adonde va. Esta circunstancia lo hace aún más inquietante de lo que ya es. Su aspecto desgarbado, su moño y pendientes antisistemas son un mero señuelo que ocultan una determinación que sólo explica la ambición y el riesgo.
Una idea, la tiene, aunque se lleve por delante la estabilidad de España, y termine devorando al propio Pedro Sánchez, y con él, al PSOE, o lo que resulte ser hoy este partido en otros tiempos clave para la arquitectura de este país. Iglesias no es una broma, no es una anécdota. Es una categoría que haríamos bien en tomar en serio. Ya que no lo hacen así los propios socialistas más valdría que la oposición pusiera el foco más en la luna que en el dedo bobalicón con el que Iglesias les invita a mirar.
Habla de sus aspiraciones republicanas, se mofa del Rey con una agenda paralela cuando viajan juntos a Bolivia, predica su doctrina de la España plurinacional y anuncia que la oposición no volverá a sentarse en la bancada azul del gobierno. Cosas de Iglesias, dicen los más timoratos del PSOE. Tiene que ocupar su espacio, y lo que dice son palabras, señalan los pragmáticos y posibilitas barones del partido. Bueno, sí. Y dos huevos duros, uno de ellos de oca, que aconsejaba Groucho Marx. Aquí nunca pasa nada, pero un día pasará, cantaban los de La Bullonera en la Transición.
El trío de la bencina va en serio
En la radio, el presidente de Valencia minimiza las amenazas de Iglesias, Rufián y Otegi. Lo que importa es lo que está escrito, y en los Presupuestos Generales, dice, y ahí no se habla de nada de lo que lo que estos dicen. Pero esta forma blandiblú de pasar página y de no tomar en consideración los amenazantes avisos nos pasará factura, y cuando pase, Ximo Puig y el resto de dirigentes que intentan salvar su dignidad con pellizcos de monja, no podrán decir que ellos no lo sabían. Esos que cito, los tres, tienen exactamente lo que no tiene Pedro Sánchez, palabra. Lo que dicen se lo creen. Lo que creen es lo que desean hacer. Lo que harán cuando toque, señora Calvo, y sucederá con la inestimable colaboración de los que dejan hacer.
De acuerdo, las palabras no matan, pero avisan. Por eso mismo hacen mal, juegan con fuego aquellos que desde sus responsabilidades toman a este trio siniestro a modo simples mercachifles de la política. Por sus frutos, obras y hechos los conoceréis, advertía Mateo hace dos mil años. Y sigue valiendo semejante probatura.
Inquieta, pero no engaña
Les hablaba de la coherencia del líder de Podemos. No hace falta más que mirar cómo se ha hecho con la siglas -partido como tal ya no tiene-, y cómo su única oposición duerme en su misma cama o en la silla de Echenique, un edecán dedicado a decir lo que Iglesias no puede desde el Gobierno. Es un caudillo. Ejerce como tal. Tiene la mejor idea de sí mismo, y ha sabido unir a una parte del Congreso que sólo tiene en común una idea: contra España. El tipo tiene su gracia cuando reparte carnets de fascista por doquier.
-"Vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen", palabras del presidente de Sortu, y parlamentario de EH Bildu, un tal Rodríguez
Iglesias marca la singladura y lleva al Gobierno a dedicarse exclusivamente a sus obsesiones, que no son la pandemia y menos, las residencias de ancianos, que un día dijo que se iba a ocupar. Aquí se habla de autodeterminación, república e indultos. Aquí la lucha contra el coronavirus no es la prioridad, como sucede en otros gobiernos europeos. Aquí amenazan con una reforma de la Justicia a lo bolivariano, y de paso se tacha a la oposición de fascistas y ahora de golpistas.
Lean, lean, por favor la lúcida entrevista que Cuartango le ha hecho en ABC a la directora de la Real Academia de la Historia Carmen Iglesias: "Me sorprende que se quieran ignorar los crímenes de ETA y sin embargo se haya sacado a Franco de su tumba". Sorprende, sí, pero qué bien se entiende.
Objetivo, la Corona
Y así van pasando los días. En esto, las excrecencias políticas de la castigada nación española se parecen mucho. Coherentes en su comportamiento y metas. Es esa claridad que tienen los enemigos de esta España constitucional la que nos preocupa a tantos. Iglesias es tan coherente en su estrategia de acosar a la Corona, como Otegi y Rufián a la hora de anunciar su deseo de romper la nación. Lo conseguirán o no, pero van por partes. Hay un método. Primero el Rey. Un Rey encerrado en la Zarzuela con una agenda mínima y que no goza del respaldo explícito de este Gobierno. Lo atacan, silencio en La Moncloa. Ponen en duda su legitimidad, silencio en la calle Ferraz. Tienen su estrategia: al Rey que lo apoyen las derechas y a ser posible VOX más que el PP. Como la bandera. Como la idea de la unidad de España. Como el respeto a las leyes. Como la propia pervivencia de la monarquía constitucional. Sí, desde luego, tiene razón Rufián, estamos en una nueva era en la que el Gobierno pacta, acuerda y se mueve con una mayoría independentista, de izquierdas y republicana y en la que los de Urkullu, ¡el PNV!, parece un partido razonable.
Pero las cosas irán sucediendo poco a poco. Cuando toque, cuando toque. España tiene un Rey deprimido y contristado que cada día se pregunta por su espacio cuando no por su futuro. Un Rey temeroso cada vez que pone la radio y lee lo que dicen los periódicos, que así es como me lo imagino. ¡Y quién no en su lugar! Un país afectado por la patología que despacha el telecinquismo tan a gusto del respetable y que consumen millones de telespectadores, más pendientes de la relación de Paquirrín con la Pantoja que del juego peligroso de Iglesias y sus allegados. Y con una oposición sentada en el diván que no sabe ni se atreve a ser lo que ha de ser.
Mientras, un señor tocado con moño se va haciendo con la Moncloa al tiempo que anuncia que la derecha nunca más volverá al Gobierno. No me preocupa que Casado no se salude con Sánchez, sí que el del PP no sepa cómo quitarle la razón a Iglesias. Yo me lo tomaría en serio. Por lo que pueda pasar. Y porque, como dice la señora Calvo, cuando toque, tocará, aunque para entonces ya no haya nada que tocar. Y lo que es peor, nada que hacer.
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