Lo decía la señora Budó, con más facundia que Don Rodrigo en la horca: la Generalitat gestiona perfectamente lo del virus, es insensato provocar alarmismo y Torra no ha visitado ningún centro médico para no estorbar, porque aquí no pasa como en otros lugares – lo decía con la cara de asco de quien huele tres kilos de coliflor hirviendo – donde habían perdido el control de los contactos y la trazabilidad de las infecciones. Que Dios le conserve la oreja, la vista la tiene usted perdida.
Al día siguiente era desmentida por el mismo Govern. Se decretaba la fase de alerta, pasando de “Cataluña no está en zona de riesgo”, según la Consellera de Salut, señora Vergués, a reconocer lo que todos los profesionales de la salud saben desde hace semanas. Como la cosa es tan gorda que ya no podían taparla más – estos se creen que todo puede camuflarse como el tres por ciento o la deixa de Pujol – no han tenido más narices que decir lo que hay: han suspendido los actos masivos, las prácticas docentes en el ámbito de la salud, garantizan el abastecimiento y alguna cosa más porque, alabado sea el Señor, estamos en fase de contención. Incluso que hay que bajar el ritmo y que las personas que puedan trabajar desde su casa lo hagan. Pero ¿no decían el martes que tenían los casos controlados? ¿No sacaban pecho asegurando que Cataluña no era zona de riesgo? ¿No se mofaban de Madrid? ¿No calificaba el secretario de salud pública de la Generalitat, Joan Guix, lacito amarillo en la solapa, a los periodistas como plumillas por informar acerca de los riesgos? ¿Éramos unos alarmistas por decir lo evidente o ellos unos irresponsables por negarlo? ¿Son malos catalanes los del Gremio de Restauración por advertirnos que podemos acabar como en Italia?
Mientras tanto, los médicos están saturados por culpa de la precariedad debida a los recortes salvajes que durante años perpetraron los convergentes
En Salut sabían lo que podía suceder y, de manera tan hipócrita como habitual en el nacional separatismo, ya hablaban de “preparar escenarios de contingencia para afrontar las diferentes evoluciones de la infección”. Dicho en plata, preveían el colapso de la sanidad pública. No es de extrañar que Torra no salga de su torre de marfil, que los profesionales estén al borde la extenuación, que nadie haya tomado medidas para abrir plantas cerradas en hospitales públicos o que el teléfono 061, como bien decíamos en este diario ayer mismo, te tenga una hora esperando. Hecho gravísimo, teniendo en cuenta que es de pago. Una hora, catorce euros. Podrían haberlo reconvertido en gratuito ya que estamos ante una crisis mayúscula, pero la pela es la pela. Si, según informan, reciben un promedio de 12.000 llamadas diarias multipliquen por catorce euros. Un pastizal para atender, en teoría, a personas que creen estar afectadas por el coronavirus. Nos queda el consuelo de saber que es posible que ese montante acabe subvencionando al Institut Nova Historia, que defiende que Santa Teresa, Shakespeare, Leonardo o Erasmo eran catalanes y que ha cobrado tres millones de la Generalitat.
Mientras tanto, los médicos están saturados por culpa de la precariedad debida a los recortes salvajes que durante años perpetraron los convergentes. Torra no contaba con esto, porque todo lo que no sea la superioridad de la raza catalana le cae lejísimos. Ahora, un simple virus demuestra que la fragilidad humana ante la enfermedad nos iguala a todos. Seas de aquí o de allí. Qué ironía.
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