Aunque parezca terrible, muchas cosas no suceden por una razón lógica. La buscamos pero cuando no la encontramos nos sentimos desazonados, desnortados. Existe un resorte escondido que nos mueve a buscar el motivo por el cual nos pasa esto o aquello. Ahí tienen ustedes al conspiracionista, que juega con la misma ventaja que quien cree que solo los de su religión tienen el cielo asegurado.
Buscamos certezas donde solo existe lo fortuito. Pero nos negamos a aceptarlo: todo sigue un plan establecido, todo tiene su lógica interna que, aunque desconozcamos, está ahí, solo que oculta para los no iniciados. De esa manera, aunque no entendamos la mayoría de lo que vemos, nos sentimos confortados. Que uno no lo entienda no significa que no se pueda entender. Ahí tienen el somnífero más potente que ha conocido la humanidad: el conformismo.
Envidio mucho a este tipo de gente. Cuando se es capaz de atribuir a oscuras cábalas o a voluntades divinas o telúricas lo que vemos en nuestra cotidianidad, me lleno de admiración. Admiración que no va a ninguna parte puesto que, a poco que reflexiones al borde del precipicio, ese abismo que nos devuelve la mirada no es más que un espejo en el que se refleja nuestro fracaso como especie. Lo aterrador del ser humano es que detrás de nuestros actos no hay nada, cero, el vacío existencial de un primate que se creyó demasiado listo como para poder manipular al planeta y a la vida sin que hubiese consecuencias.
Es más consolador pensar que detrás de todo siempre existe un plan organizado meticulosamente por una súper organización de villanos o de una super potencia con los armarios repletos de esqueletos
El virus bien puede haber surgido de un laboratorio o de ninguno, puede ser un arma de los extraterrestres, de los Iluminati, de Hydra o de quien ustedes quieran, pero, en serio, ¿tiene eso relevancia? Porque lo que cuenta son sus devastadoras consecuencias, los muertos, los que padecerán secuelas durante toda su vida. Qué más dará que alguien se dejase una puerta abierta o si un becario olvidó cerrar el frigorífico en el que se acumulaban las cepas. Pero es más consolador pensar que detrás de todo siempre existe un plan organizado meticulosamente por una súper organización de villanos o de una super potencia con los armarios repletos de esqueletos. Podemos dormir tranquilos. Todo está en orden, hay un orden jerárquico de buenos y de malos y ya ganarán los nuestros cuando toque, porque la historia es cíclica.
El azar es quien dirige nuestro destino
Pero no. El azar emanado de la pura imbecilidad es quien dirige nuestros destino en la mayoría de las ocasiones. El cretino siempre aprieta el gatillo por azar o porque otro cretino le ha dicho que lo haga. No hay una línea trazada por una mano invisible solo nuestra estupidez, nuestra vanidad, nuestra incapacidad de reconocer errores, nuestra miseria espiritual que nos aleja de Dios y de la verdad. Vamos dando tropezones en las mismas piedras desde que nos convencimos de que estábamos en este planeta por algo. No podía ser que tamaño prodigio fuera hijo del azar y la necesidad, no podíamos ser residuales, la suma de una cadena de accidentes genéticos. Y creamos a nuestros dioses a nuestra imagen y semejanza. El hombre es la medida de todo, gritamos ufanos. Ese fue nuestro error, el pecado capital que nos condena a ser desgraciados, creer que todo gira alrededor de nosotros.
Ahora andan todos buscando razones en la mayor crisis a la que se enfrenta la humanidad desde aquel lejano diluvio universal. Reflexionen. Si un político de esos que salen a diario a decirnos que todo está controlado o, por el contrario, que todo es un desastre – que lo es -declarase, miren, esto pasa por vaya usted a saber, porque nunca hay razones ante la inabarcable estupidez humana, porque nuestra némesis somos nosotros mismos, ¿saben que pasaría? Que ya podría hacer las maletas. No queremos la verdad, queremos que nos engañen con tal de no tener que afrontar la realidad. Reconocer que no sabemos nada y que seguimos siendo animales desvalidos es demasiado crudo como para que se diga y demasiado aterrador para que se escuche. Pero, sin embargo, eso es lo que les pasa a nuestros dirigentes sumándose otra característica muy humana: el instinto de conservación que les hace preocuparse solo de ellos.
No hay que buscar un por qué a esto porque no lo hay. Pero, en caso de haberlo, tendría tan poca importancia como el impacto de una gota de lluvia sobre una ola. Entiendo que para funcionar debemos pertrecharnos de sentimientos, de creencias, de ideologías, pero, al final, cuando miras por el microscopio eso que llamamos humanidad no se ve apenas nada, una milésima de segundo en el eterno devenir. Deberían aplicarse el cuento esos ninots de falla llamados políticos, que lucen palmito sin saber que todos arderemos en la hoguera. Rectifico, todos, menos el indultado. Pero desengáñese, no somos usted ni yo.