Como escribió José Antonio Martínez Soler “La libertad de prensa no fue un regalo”, hubo que conquistarla. Lo saben bien los periodistas que se comprometieron en su favor. Además las libertades no se alcanzan de una vez para siempre, están permanentemente sometidas a un proceso de corrosión activado por los agentes de la intemperie. Maurice Joly en su libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu pone en boca del primero la manera en que vislumbraba la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma: “puesto que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿sabéis que hará mi gobierno?, se hará periodista, será la encarnación del periodismo”. En esa línea interesa observar a Pedro Sánchez cuando el lunes 29 concluía el plazo de cinco días de reflexión que se había auto concedido para interrogarse y responderse a la pregunta de si le valía la pena el alto honor de gobernarnos. No hubo en Moncloa rueda de prensa con preguntas. Tampoco se valió de la fórmula de comparecencia sin preguntas. Todo quedó en mera declaración institucional.
Es decir, optó por aparecer en un ámbito reservado del que estuvieran excluidos los periodistas, evitando así que pudieran ser citados como testigos oculares. De manera que la imagen de Sánchez se nos hizo presente en el plasma inaccesible como el puto amo, según la elegante expresión acuñada por el ministro Óscar Puente. Nada supimos de la grabación, ni a qué hora se hizo, ni a qué equipo se le asignó. Más tarde, para romper toda esa frialdad, Pedro Sánchez se nos apareció en el telediario de la noche de RTVE, para ser entrevistado, sin exponerse a riesgo alguno, por Marta Carazo y Xabier Fortes, dejando a la televisión pública que se exhibiera cumpliendo con entusiasmo la función de servicio doméstico del gobierno de turno.
El totalitarismo exige mucho más del ciudadano que la dictadura o la democratura. Estas últimas no se interesan más que por el poder político y económico de modo que si el ciudadano no molesta y no dice nada, no tendrá problemas, su pasividad se considera suficiente
Algunos analistas señalan que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, trata con acierto de progresar en el arte de “desquiciar” las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente, en una operación de desquite que pudiera desencadenarse invocando el apoyo popular para abrir un periodo de confusión que concentre poderes y apueste por el triunfo de la arbitrariedad sin fe ni respeto a las instituciones, dejando al individuo sin el amparo de la justicia cuando solo puede invocar la ley. La intención y la astucia de los valedores de este tipo de régimen promueven una mezcla de democracia y dictadura que Revel denomina con el neologismo de “democratura”, bajo el que designa el uso abusivo del principio de la mayoría. Llegados aquí, explica que el totalitarismo exige mucho más del ciudadano que la dictadura o la democratura. Estas últimas no se interesan más que por el poder político y económico de modo que si el ciudadano no molesta y no dice nada, no tendrá problemas, su pasividad se considera suficiente. El totalitarismo, en cambio, pretende hacer de cada ciudadano un militante. No le basta la sumisión, exige el fervor. La falta de calor en el elogio al líder se paga.
La función diferenciada de la prensa en soporte de papel es la que la mantiene como referencia dominante al sumar el valor irremplazable del documento escrito frente al flujo incesante que ahora aporta la Red. Un valor básico para constituirnos en ciudadanos porque, si solo dispusiéramos de la licuefacción del documento nos situaríamos en inferioridad de condiciones frente a todos los poderes, como sostiene El Roto. Al poder, a todos los poderes, les molesta la prensa pero poner el manos del poder el último criterio de verdad impediría que los medios cumplieran su misión. Y recordemos esa definición excesiva de noticia como “aquello que alguien está intentando que no se publique".
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