Así, con las palabras que encabezan estas líneas, es como ha reaccionado Putin cuando se le preguntó por la muerte de Alexei Navalny. Todos pensamos que lo asesinaron, que su muerte formaba parte del cálculo de una mente criminal que, milagrosamente, ha ganado las elecciones allí donde los territorios no le pertenecen. Malos tiempos en los que la incertidumbre gobierna nuestras vidas, y siempre con la colaboración de políticos que han elegido el espanto antes que la seguridad de sus ciudadanos, la división antes que la unidad, el interés propio antes que el general. La mentiraantes que la dignidad.
Si el mundo ha de ser lo que China, Rusia y Estados Unidos dispongan, perdamos entonces todo tipo de esperanza. Si lo que nos queda es ver cómo el futuro se dirime entre la senilidad y la insania (Fernando Vallespín) no debe sorprendernos que nuestra ministra de Defensa crea que la amenaza de una guerra sea absoluta, aunque no seamos conscientes de que así sea.
El misil de Putin que apunta a España
El desapego de los ciudadanos es tan alto en estos momentos que seguimos creyendo que la amenaza de Rusia se detiene en Ucrania, cuando hay evidencia de que continúa en la desestabilización de Europa, África, el Sahel o Gaza. Sigamos con las miradas perdidas, pendientes del dedo que señala a la Luna, pensando que esto no va en serio y permitiendo que dos tipos corruptos, uno infame, el otro criminal, hagan planes para nosotros.
La ministra Margarita Robles asegura que un misil balístico puede llegar a España en cualquier momento porque Rusia tiene esa capacidad tecnológica, pero aquí la derrota de Simeone y el último chisme de una princesa extranjera nos resultan más interesantes que la actualidad, que nunca como en estos días encajó tan perfectamente con la realidad. Tengo la impresión de que lo que dice la ministra de Defensa es la única verdad que ha dicho este Gobierno en mucho tiempo. Y por eso resulta aún más preocupante.
Con la misma frialdad con que asistimos a la amenaza real de Rusia actuamos cuando se nos cuentan los defectos del régimen ruso, al que la etiqueta de democracia iliberal ya no le sirve porque la ha sobrepasado
Nos espanta la forma con que Putin se eterniza en el poder. Nos sobrecoge su régimen criminal y la manera en que castiga a ciudadanos que van a la cárcel por manifestarse pacíficamente o llevan flores a la tumba del último disidente asesinado. De allí llega más miedo del que podemos digerir, de ahí, quizá, nuestro precario desinterés. Y ahí termina mi espanto y empieza la estupefacción que trae consigo el juego de las diferencias.
Cuando hablamos de las imperfecciones de la democracia rusa, en España miramos por la ventana a ver si llueve. Con la misma frialdad con que asistimos a la amenaza real de Rusia actuamos cuando se nos cuentan los defectos del régimen ruso, al que la etiqueta de democracia iliberal ya no le sirve porque la ha sobrepasado. Es una dictadura, una fábrica de miedo dirigida por un tipo que ha decidido eternizarse en el poder.
No gobierna quien gana las elecciones
Me sorprende el modo con que nos provoca risa fría el porcentaje de voto que ha sacado Putin. En un momento en el que las mayorías son complejas, cuando no inexistentes en tantos países, llega el ruso y saca 87,97 de los votos. Con un par.
A un español le provoca hilaridad que se pueda votar así, entre aromas a puchero, pero puede que a un ruso que no sea partidario de Putin le suceda lo mismo cuando se entera de que aquí la norma es que no gobierne quien gana las elecciones. O que un partido, Junts, que ha sacado 392.634 votos esté de facto marcando las líneas de gobierno de España, país que detesta y desea romper. Puigdemont tiene el 1,6% de los votos de toda España, pero tiene el poder de mantener o quitar a Sánchez. O sea, el poder.
Que uno distinga perfectamente las estratosféricas diferencias entre Rusia y España no hace que me quede ahí, parado, cuando escucho opiniones y leo análisis sobre la bajísima calidad democrática de Rusia. Vaya, lo nuestro debe ser un constipado. Eso sí, somos conscientes, de aquella manera, de la amenaza nuclear de Putin. Que un misil balístico pueda impactar en Madrid procedente algún lugar dominado por Putin es algo que bueno, sí, vale, de acuerdo, pero que eso no pasará.
Con la misma indiferencia que abordamos esas amenazas nos tomamos las advertencias sobre las grietas y deficiencias de la democracia española.
¿Cuál es la diferencia del presidente del Parlamento ruso con la presidenta del Congreso español si ambos obedecen a los mismos estímulos e intereses?
En Rusia, a Putin le ponen candidatos fake para que aquello parezca una jornada electoral. Aquí hemos tenido a una señora que ha montado un partido a la izquierda del PSOE, dijo que sería la primera presidenta de España y, recientemente en Galicia, ha quedado inédita, sin un sólo escaño. En su momento, la tradicional incuria política del PP alentó el nacimiento de Podemos para desgastar al Psoe, con los resultados ya conocidos para la salud democrática de España.
Criticamos el bajísimo nivel del parlamentarismo ruso, pero aquí tenemos unas Cortes presididas -antes y ahora-, por personajes que llegan a tan relevante cargo colocados por el jefe del Gobierno, y que viva Montesquieu. Hoy tenemos a una presidenta que, agradecida por haber sido premiada tras su derrota en Baleares, funciona al ritmo que el Gobierno le marca y a la que no les afecta la sombra de la corrupción que proyecta en la Cámara cada vez que dirige una sesión. ¿Cuál es la diferencia del presidente del Parlamento ruso con la presidenta del Congreso español si ambos obedecen a los mismos estímulos e intereses? Y cuál la de los partidos -o el partido- rusos con los nuestros donde manda uno y obedecen todos y donde la disidencia no existe y el miedo a la crítica ha sido somatizado.
Ignoro cuál es el papel de la esposa de Putin en Rusia, pero empezamos a conocer el de la mujer de Sánchez, más propio de allí que de aquí
Nos sorprendemos del deficiente sistema judicial ruso, sin reparar en la situación del Tribunal Constitucional o las arremetidas de Sánchez al Tribunal Supremo. Decimos que Putin es un iluminado sin pensar en lo que aquí tenemos. Nos sorprendemos porque el ruso gobierna sin dar explicaciones, pero aquí las sesiones de control en el Parlamento son cualquiera cosa menos eso, control al Gobierno. Aquí la ministra de Hacienda se jacta de manejar datos que han de ser reservados de un ciudadano que está siendo investigado, y ahí sigue la ministra palmera. Se demuestra que el fiscal general de Estado utilizó a la Fiscalía contra la presidenta de Madrid al difundir secretos de su pareja, y ahí sigue el pobre García Ortiz, deslegitimado y despreciado por una gran mayoría de sus compañeros. Putin busca aliados, los que sean, para sobrevivir y alimentar sus propios interese. Miedo da reparar en los que se busca Pedro Sánchez. Ignoro cuál es el papel de la esposa de Putin en Rusia, pero empezamos a conocer el de la mujer de Sánchez, más propio de allí que de aquí.
Me gusta leer y comparto lo que dice José Sacristán en El Mundo, que "quienes dicen que España es una dictadura no tienen ni puta idea de lo que es una dictadura". Se dónde vivo y siento la libertad que disfruto, pero no me quedo parado cuando las similitudes son tantas y tan preocupantes, y los avisos tan certeros y directos.
Dijo la sartén al cazo: ¡Apártate que me tiznas! Dejo a su mejor entender si se queda con el cazo o la sartén. Pero por favor, no se haga trampas. A fin de cuentas, son cosas que pasan. Aunque así no debería ser la vida. La nuestra al menos.
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