En Francia existe un temor de raíces viejas, el que siente el francés medio y bonvivant, independientemente de su clase social, ante lo que perturbe el orden. El miedo que sentían quienes temían que el Comité de Salud Pública los guillotinase; miedo al emperador que se cargó la Revolución, tan mal explicada; miedo a la Comuna, al sempiterno enemigo teutón; miedo a Dreyfuss, al judío. No olvidemos que la mayor redada de judíos en Europa la llevó a cabo la policía francesa en lo que tristemente conocemos como la redada del Vel D'hiv; miedo que los arrojó en brazos de Pétain, porque De Gaulle era un don nadie; miedo a no ser nada en Europa, miedo a la inmigración, miedo a los sindicatos, miedo a la ruina. En suma, el francés es persona de orden y se horroriza ante los experimentos, aunque pueda chocar.
Acerca de ese miedo, opuesto a la gauloserie que ofrecen los estereotipos personificados por Belmondo, Mitterrand dijo una frase profética: “El socialismo francés irá desapareciendo, siendo sustituido por el lepenismo, porque es en feudos izquierdistas, de clase trabajadora, donde crece más”. Y sí, recuerdo los recuentos en la Marsella roja de aquellos años. Jean Marie Le Pen arrasaba. Marine Le Pen ha conseguido reducir al mínimo histórico la distancia con el candidato “oficial”, a pesar de los esfuerzos que la izquierda, el centro y lo que queda de derecha han hecho para erradicarla.
Su mensaje cala en quienes sufren las banlieues, en las que ni la policía osa entrar. Porque a Notre Dame le pegaron fuego, porque a un profesor le cortaron la cabeza en uno de esos suburbios parisinos, por Charlie Hebdo y Bataclán, porque la clase media francesa tiene miedo. Ahí tienen a Hidalgo y su Descensus Avernii, a la irrelevancia en la que ha quedado el partido socialista francés, a la lánguida supervivencia de la CGT. Se nota en ultramar, donde Le Pen gana porque sus habitantes están hartos de que las políticas se decidan a sus espaldas en el área que media entre el Elíseo y la Asamblea Nacional.
Le Pen crece no por falta de confianza en la democracia, sino por el hartazgo ante lo políticamente correcto, ¿Qué tiene que ver eso con el francés medio? Si suprimiesen las etiquetas que la estigmatizan los votos en favor de Marine la habrían hecho presidenta. No se trata de santificarla. Hizo un pésimo debate y sus declaraciones acerca pactar con Putin la han perjudicado. Pero habla acerca de lo que la ciudadanía vive a diario: la Francia olvidada, la inmigración descontrolada, los episodios de violencia a diario, la pérdida de poder adquisitivo de la clase media, las concesiones al falso progresismo. Igual que Giscard, que ganó por el voto útil, Macron ha conseguido salvar el escollo, pero que nadie se equivoque. Lo correcto es decir que Marine ha perdido. Las decisiones diseñadas en un laboratorio no encajan con la realidad.
¿Voto del descontento? Da igual. El socialismo se ha desvanecido. Sería bueno que la gauche leyese correctamente por qué los suyos, los hijos del Frente Popular, de Jules Ferry, de León Blum, no les votan. No se combate una enfermedad criticando la fiebre. Marine ha dicho, en lo que podemos calificar como su primer mitin de las municipales de junio e incluso de las legislativas, que piensa seguir. Lo que significa que Le Pen seguirá creciendo. Porque no se da por derrotada. El campo de batalla es una escena de caos constante. El ganador es quien controla ese caos, tanto el suyo como el de sus enemigos. Napoleón dixit.
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