El otro día discutí con un vigilante de seguridad del metro y acabé leyéndole el BOE. Pasolini diría que, en un sentido profundo, él llevaba razón. Pero eso no es lo que me interesa ahora. El vigilante parecía sinceramente convencido de que sus instrucciones sobre las mascarillas eran correctas. Pero el caso es que eran contrarias, no ya al BOE, que quizás sea cuestión menor, sino a un tuit -un tuit, eh- del propio Metro que a esta hora sigue fijado en lo alto de su timeline. Como el hombre estaba tan obcecado, tengo que pensar que efectivamente había recibido instrucciones de reconvenir a quien anduviese sin mascarilla por la estación y los andenes. Lo que me lleva a otra reflexión: ¿de verdad Metro gestiona de forma tan inepta la cuestión más importante de la última semana? ¿En serio sus trabajadores no están al tanto de la normativa vigente y, lo que es más importante, de su cuenta de Twitter? ¿O es que hay instrucciones internas de contravenir la legalidad?
Si usted toma el metro en estos días, al menos en Madrid, apreciará que la inmensísima mayoría de los viajeros llevan mascarilla; no sólo en el vagón como es preceptivo, sino en andenes y galerías. Podemos discutir si es por hábito, por comodidad de no andar poniéndosela y quitándosela a cada poco, o por evitar follones con los policías vocacionales que surgen en estas circunstancias como hongos. Lo cierto es que hay una amplia mayoría de usuarios del metro que no parecen incómodos con la situación. Y, como es obvio, no todo el mundo tiene tiempo, ganas, la inclinación o la información para acudir a los textos legales que le amparan. Así que me preguntaba maliciosamente si Metro no estaría dando instrucciones confusas o incluso contradictorias con la ley a sus trabajadores. Total, hablamos de vigilantes de alguna contrata o subcontrata y de puñeteros usuarios del transporte público. Que más da que se peguen entre ellos. Ni que hablásemos de gente con entidad real.
El hecho hoy, a casi una semana del fin de la obligación, los que vamos desembozados en los andenes somos una exigua, casi inapreciable minoría
Es cierto que desde Twitter ha publicado la información correcta. Pero en Twitter, al final, somos cuatro gatos. Y quizás -sigo especulando- cuenten con que la actividad de los vigilantes, aunque contraria a la norma, induzca al personal a tragarse esta rueda de molino y les evite problemas de convivencia entre neuróticos de la pandemia y gente aproximadamente normal. O que piensen que el espectáculo de la ocasional bronca entre un viajero y un segurata sirva pour encourager les autres. El hecho hoy, a casi una semana del fin de la obligación, los que vamos desembozados en los andenes somos una exigua, casi inapreciable minoría. Y la anécdota -o no-, aparte de permitir rellenar hasta la palabra 419 de un artículo, creo que tiene alguna lectura más.
La gestión de esta fase final de la pandemia en China está dejando algunas enseñanzas. En 2020 hubo mucho pajillero que se subió al carro de la gestión totalitaria del covid -que, por cierto, venía precisamente de allí. Ahora estamos asistiendo no sólo al fracaso de las políticas de covid-0, sino a la bancarrota moral, por si había que volver a subrayarlo, de sistemas que aspiran al control total y sólo alcanzan el total ridículo y la total inhumanidad. “Simetrías con apariencia de orden”, como las llamaba Borges. Pero conviene ir pensando si el “crédito social” no se va a ir implantando de tapadillo a base de instrucciones informales, reglamentos administrativos, códigos de buenas prácticas, recomendaciones y demás mandangas. Con la entusiasta adhesión del personal, claro, como se ve hoy en los andenes del país. Habida cuenta además de que se ha convertido en normal que, no ya “Euskadi” o “Cantabria”, sino una comunidad de vecinos o Repuestos Pepe S.L. legislen sobre derechos fundamentales. No sé si cabe ser muy optimista.
Pero oigan. Mi historia, a diferencia de la de España, acaba bien. Tras leerle el BOE -usar el tuit de Metro hubiera sido el equivalente a pulsar el botón nuclear, de modo que me contuve-, el vigilante se fue refunfuñando y aludiendo a que tendría que hacerme “responsable” de mi conducta. Bueno, pues, al final, quizás toda esta historia va precisamente de eso.
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