Opinión

Yo creo, yo pienso… o el fin del periodismo

La opinión ha ganado la batalla a la información, y la crisis se ha llevado por delante algunos inmutables principios periodísticos

Con “agostidad” adelantada me voy tomar la libertad de recomendar a los lectores de Vozpópuli, tan preocupados por el fututo de España y la manera un tanto burda en la que se van enjaretando los estados de opinión, un libro fascinante. Se titula “Reportero”, está editado por Península, y lo ha escrito Seymour M. Hersh, el que dicen en la portada que es el último gran periodista americano. Lo mismo dice The New York Times: “Simplemente el más grande reportero de investigación de su era”. Suelo espantarme ante afirmaciones tan tajantes, pero con semejantes referencias sólo puedo decir que leyendo estas memorias, tan necesarias y urgentes para todo periodista que quiera serlo, quedará claro de qué va mi oficio y lo poco que se parece a lo que hoy hacemos los que nos llamamos así, periodistas. Así nos titulamos, sin reparar en lo que hemos ido perdiendo por el camino.

Me atrevería a decir que leer “Reportero” bastaría para que los alumnos se ahorraran la martingala de unos cuantos años estudiando una carrera en la que enseña de todo menos a ser un periodista de verdad. Los periodistas de verdad raramente están en las aulas. El libro debería ser de lectura obligatoria para aquellos que tengan dudas entre hacer Periodismo o, por ejemplo, Ingeniería biomédica. Y también para aquellos que nos siguen, critican y esconden sin saberlo un alma de periodista que no saben que llevan dentro.

Las televisiones y las radios llenan sus parrillas de opinadores que nunca han estado en el sitio del que hablan ni han visto a las personas de las que hablan

Dentro de poco tendremos gobierno. No podremos poner el contador a cero, pero sí esperar a los consabidos 100 días para destrozar a un gabinete cuya estructura no tiene antecedentes desde la Segunda República. Digo destrozar porque en lo referente a la política nadie en mi profesión se dedica a alabar lo que hacen los políticos. Y si lo hace, no es un periodista. Es otra cosa que, de tan evidente, no hace falta nombrar.

La opinión ha ganado la batalla a la información. La crisis se ha llevado por delante algunos inmutables principios y ha traído para las empresas editoras -las pocas que quedan en España y no están en manos de los bancos- la evidencia de que la información, las noticias, son caras de conseguir cuando realmente son tales, mientras la opinión es barata, cambiante y poco arriesgada para el medio que las publica, que todo cabe en nombre de la pluralidad.

Las noticias son el único argumento contra la propaganda, y sin embargo cada vez hay menos. Las televisiones y las radios llenan sus parrillas de opinadores que nunca han estado en el sitio del que hablan ni han visto, ni han hablado de las personas de las que hablan. Da igual que lo que digan sea o no verdad; sea o no una opinión independiente. Volverán a la siguiente semana. Sólo los aburridos, los que no dan espectáculo e intentan razonar con datos y hechos resultan prescindibles. Y, sin embargo, son los únicos que caben en el libro del que les hablo.

Dice nuestro periodista que “es un superviviente de la era dorada del periodismo, ese tiempo en que los que trabajamos en prensa escrita no teníamos que competir con canales de noticias de 24 horas, en el que los periódicos nadaban en la abundancia gracias a los ingresos por la publicidad y anuncios clasificados, en el que yo tenía libertad para viajar. (…) Disponíamos de tiempo suficiente para informar sobre una noticia de última hora sin tener que basarnos constantemente en lo que aparecía en la página web del periódico”.

Seguimos instalados en el mundo de los indicios y las insinuaciones. La mistificación domina, la transparencia sufre, y sin embargo parece que no se ha roto nada

Dice nuestro periodista que él habla y recuerda un tiempo en el que no había tertulias televisadas -ahora se televisan hasta las de la radio-. No había tertulias “de expertos” ni periodistas que iniciaran sus respuestas con las dos palabras más mortíferas en el Periodismo: Creo que… Pienso que…

Es difícil salir indemne de esta feroz y razonada crítica de Seymour M. Hersh. Yo mismo, que dirijo la tertulia de “El Enfoque” en Onda Madrid, caigo a diario en ella. Que lo sepa, que lo reconozca, no quita que haya olvidado lo que debemos hacer. No ayudan los editores, muchos de ellos en manos de poderes que resultan a todas luces refractarios a la más mínima noción de un Periodismo libre, independiente. No ayudan las urgencias con las que trabajamos. Tampoco lo que entendemos por competencia entre nosotros donde tantas veces sufre la verdad. No ayuda que los autores de noticias inciertas no sean penalizados, es más, incluso suelen salir del atolladero con más brío profesional. Que esto sea así no quita para que recordemos que hubo una forma de hacer el trabajo que dignificó a los periodistas y a aquellos que los seguían. ¿Volveremos a trabajar así? No, radicalmente no lo creo. Razón de más para que este verano se dé el gusto de leer este “Reportero” y pueda sentir el placer de cómo se hace el buen periodismo.

En el momento en que escribo pico de tertulia en tertulia. Todo son conjeturas, divagaciones, nombres si confirmar… Hasta hay quien afirma que tendremos 21 ministerios. Todas las tertulias aseguran que Pablo Iglesias es el ganador. ¿Ganador de qué? ¿Pierde Sánchez? ¿Sólo él? Y así seguimos, instalados en el mundo de los indicios y las insinuaciones. La mistificación domina, la transparencia sufre, y sin embargo parece que no se ha roto nada. No lo crean. Jugar con las cosas que no tienen repuesto tiene un precio que ya estamos pagando.

Tuve un profesor en la Universidad que solía decir que una noticia era todo aquello que alguien en algún lugar del mundo esconde, el resto es propaganda. Es una pena que lo hayamos olvidado con tanta facilidad.

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